Una de las imágenes muestra una devastada franja de tierra y en ella unos cadáveres de animales caídos en un suelo cuarteado, seco y rojizo como consecuencia del azote de la canícula y la nula pluviosidad. La otra imagen representa un charco de agua oscura donde un grupo de animales intenta mitigar su sed, mientras otros yacen moribundos como esperando la ayuda divina. Pocos árboles y un panorama tétrico y angustiante se distinguen en lontananza.
Vinieron a mi mente aquellas imágenes de personas y animales de países lejanos que se presentaban en la prensa internacional para enseñarnos, a través de esos medios informativos, lo que sucedía cuando no se poseía la riqueza de la prevención. Creí que nuevamente se daban noticias de allende los mares. Me preocupé y me puse a pensar en la manera cómo se destruye la vida que hay en esas tierras. Sin embargo, no eran unas imágenes de allá, sino de aquí cerca, en nuestras tierras colombianas. Eran las desoladas praderas de uno de los municipios del Departamento del Casanare.
Sí, como salió en un periódico de circulación nacional “Más de 20 mil animales, entre chigüiros, cerdos, ganado, peces, caimanes, tortugas y venados, han muerto en los últimos días”, el terror apocalíptico ahora lo teníamos presente en nuestra realidad. Estos animales habían perecido, porque las fuentes de aguas que les mitigaba la sed, estaban secas y sin la esperanza de llenarse por ahora, por la poca posibilidad de lluvias, debido a fenómenos atmosféricos de la época, el cambio climático.
El terror había llegado a nuestra nación: “Cerca de 250.000 hectáreas de verdes sabanas colmadas de agua y animales en Casanare se han convertido ahora en un desierto”. “Crece la preocupación entre los habitantes, quienes atribuyen el desastre ecológico a la contaminación de las petroleras”. Enunciados desesperanzadores y aciagos se cristalizaban en la prensa sin que hubiese un criterio sensato que señalara las razones contundente del porqué se estaba presentando ese fenómeno terrorífico contra la vida.
Se escuchaban las voces de personalidades responsables hasta los tuétanos con el Medio Ambiente, pero muy poco comprometidas con él. Todo era más que explicaciones sin razón, juego de palabras de un discurso de una tragedia anunciada desde hace muchos años por unos locos que criticaban el deterioro de nuestro ecosistema y la voracidad capitalista y globalizante de la ciencia y la tecnología. La señora Ministra, Luz Elena Sarmiento, decía que todo esto no era más que “originado por la sobreexplotación de las tierras, el mal uso del agua y la falta de cuidado a los nacimientos”. Asimismo, en su explicación achacaba todo de manera olímpica “a una expansión bastante alta de la ganadería extensiva y de otro tipo de proyectos agrícolas; así como el tema petrolero también puede estar impactando”. Pero, surgen las preguntas ¿Dónde están los controles estatales y gubernamentales tanto de la nación como del ente regional para que no se presente esto? ¿No existe una legislación que regule estas actividades? ¿O estamos en una nación que no tiene dolientes, donde las empresas multinacionales petroleras, mineras y agrícolas como también los grandes terratenientes hacen de la suyas sin que se les diga nada ni se les controle? En mi concepto esto que está sucediendo debe ser investigado por todas las instancias relacionadas con el control de las políticas económicas, sociales, financieras y ambientales. No puede pasar desapercibido sin que haya claridad de la problemática ni responsables directos.
Un departamento con una superficie de 44.640 km2 y una Población de 325.389 habitantes, según informe del DANE-2005, con diecinueve municipios y once corregimientos, cuya economía se basa en la producción ganadera, agrícola y en la explotación petrolera y minera, debió prever una situación como ésta por la manera como se iban dando la deforestación y la tala de árboles para el desarrollo de los anteriores sectores. Los campos petrolíferos Cusiana y Cupiagua generan los mayores ingresos para esta parte del país. Al departamento del Casanare, ingresan por concepto de regalías, aproximadamente 5.000 millones de dólares durante la ejecución del proyecto. Por tanto, si se hubiera hecho un trabajo multidisciplinar que analizara los costes y beneficios de todo este “desarrollo económico” muy seguramente no estuviéramos mirando el desastre ambiental y ecológico de este departamento.
Creo que ha faltado mirar más allá del problema ambiental para entrar en un análisis de fondo del comportamiento humano ante los retos de la vida terrenal. Debería haber una sabiduría para manejar el conocimiento de la ciencia y la tecnología que medie en beneficio no solo de la especie humana, sino también de todas aquellas especies que hacen parte de un ecosistema tan variopinto y especial como el nuestro. Es decir, una ética para la vida en general. Tal vez lo que ha faltado en la mayoría de los tecnócratas gubernamentales ha sido poseer una sabiduría para saber hacer preguntas inteligentes, pertinentes, oportunas y bien claras sobre las acciones humanas con la aplicación de tecno-ciencia en las realidades socioculturales de nuestro país. Pues cada vez se ve más el detrimento de los seres humanos y el medio ambiente por el abuso indiscriminado del imperio moral de la tecnología donde, como lo plantea el profesor Gilberto Celys Galindo: “La razón económica potencia así la capacidad dominadora y autonómica de la razón instrumental, evitando la pregunta de si hay subordinación de la tecno-ciencia a la economía para afirmar directamente que se trata de un proceso complejo de condicionamiento recíproco. La consecuencia lógica de este condicionamiento reciproco queda a la vista en las sociedades regidas por el neoliberalismo económico, que no solamente incrementa su poder dominador sobre la naturaleza convirtiéndola en materia prima con valor agregado tecno-científico, sin poner atención a los gigantescos daños ambientales, sino que también ejerce acciones avasalladoras del hombre sobre el mismo hombre, en contravía de la dignidad humana”.
*Docente de Castellano y Literatura del Distrito de Cartagena de Indias en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de Comunicación Oral y Escrita en la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco.