Cuenta la mitología griega a través de los relatos de Homero, que Orestes fue conminado por parte del Oráculo de Delfos a la tierna edad de veinte años para que regresara a su hogar y vengara la muerte de su padre. Finalmente, Orestes con la ayuda de su hermana, fraguó el plan que le permitiría en definitiva hacer justicia por su propia mano y dar por terminado lo que otro había comenzado.
Un poco más acá, en la realidad argentina, no muy distinta de la colombiana, una mujer batalladora a quien la violencia sin sentido (¿acaso no es toda así?), le arrebató de un disparo cobarde la vida de su hijo de dieciséis años. Ella, la madre, clamó esperanzada por justicia ante los tribunales judiciales en la forma dolida pero respetuosa en que los mortales sin abolengo suelen hacerlo. El resultado fue el esperado, no el deseado. Impunidad y en el mejor de los casos olvido.
Pero quiso la inescrutable ironía divina que la mujer, la madre antes citada, llevara por nombre Nélida, que nos dice poco o nada pero apellidada sorprendentemente Sérpico, como el inolvidable detective al que diera vida magistralmente el esplendido Al Pacino en la película del mismo nombre del año 1973.
La desilusionada pero decidida Nélida, optó entonces por lo más difícil pero sensato en ese momento y lo convirtió en el combustible que impulsaría su misión: encontrar al asesino de su hijo y hacerlo pagar por sus actos. Para ello, comenzó paso a paso una transformación física que incluyó desde el cambio definitivo de su color de cabello hasta ataviarse de trapos sucios y malolientes para recorrer los nidos de delincuentes y drogadictos que frecuentaba el homicida.
Durante más de siete años, Nélida de 57 cincuenta y siete , hizo de esta búsqueda su único aliciente para seguir apegada a la vida sin que para esto mediaran los ridículos consejos de Paulo Coelho y la compra obligada de sus potingues escritos. Pero todos sus esfuerzos serian recompensados y la eficiente Nélida por fin daría con el desalmado que cambió el curso de su vida. Sin embargo, contrario a lo que supongo recomendarían los del Centro Democrático, Nélida no quería empuñar la espada de la justicia y asestar un golpe mortal sobre la poca humanidad del hasta ahora anónimo asesino, no, Nélida solo quería llevar de la mano a la parcialmente ciega diosa Temis hasta los frágiles dominios de aquel a quien las autoridades no supieron o no pudieron o no quisieron encontrar.
Nélida, con su determinación, logró que las autoridades judicializaran al homicida y lo condenaran a una insuficiente pena de quince años tras las rejas. Insuficiente, quizá, pero producto de un juicio penal que se basa en la presunción de inocencia y en el debido proceso para llegar a la etapa condenatoria o absolutoria que provea de una certeza y brinde justicia a quien la requiera.
En los últimos meses en Cartagena, impulsados por la sensación de abandono por parte de las autoridades y la inseguridad reinante, los ciudadanos han optado por capturar, neutralizar y luego linchar a quienes presunta o evidentemente cometen delitos en la Cartagena sin turistas ni policías que los cuiden. Esto a simple vista no es más que el ejercicio autónomo y espontaneo del derecho de autoprotección o autodefensa que tenemos todos para respaldar nuestras vidas y propiedades. Sin embargo, la historia reciente de nuestro país está plagada de decapitaciones, desmembramientos, amputaciones y masacres cometidas por quienes primigeniamente creyeron defender los derechos e intereses de los más olvidados en nuestras provincias. El resultado, aun lo estamos padeciendo.