En la clase media Colombiana la culminación formal de los estudios tiene como consecuencia inmediata la zozobra del nuevo egresado por comenzar prontamente su vida laboral y la de los padres por averiguar si todos esos años de favores sospechosamente desinteresados a terceros serán por fin recompensados.
Lo anterior aunque desconsuele, es la realidad pura y dura de un sistema educativo mal diseñado que absorbe por millares a ingenuos y esperanzados estudiantes para luego regurgitarlos en una duna laboral que no crea puestos de trabajo con la misma velocidad en que se crean los cupos universitarios.
Además, el no pertenecer a los círculos del poder local supone un grave retraso en la consecución de los objetivos personales cuando no se tiene un padrino (desinteresado o no) o un mecenas dispuesto a brindar la oportunidad necesaria para desarrollar el talento y la virtud escogida como mecanismo de transformación social o simplemente como medio de vida. Sin embargo, la fortuna ocasionalmente dejará de reírse de ti y brindará la oportunidad de recalar en algún grupo político de reciente creación o de conocer a alguna bella damisela con abolengo (y contactos) en apuros sentimentales que requiera de tu compañía, con lo cual pasarás a ser conocido oficial y socialmente como el señor Gallina. Pero si lo que te movió en su dirección no fue el efecto de cupido, me supongo que el remoquete avícola será incluso motivo de orgullo frente a tu entorno más privado.
Sin embargo, la mayoría de las veces las cosas no tienen un final Made in Disney como el citado anteriormente y para el resto de los mortales poco importa tener o no sobrados meritos en las artes amatorias si no se cuenta con la demanda especifica de tu devaluada oferta mestiza. Por lo tanto, sólo queda enfocarse en una de las patas del trípode que soportan la incompetencia junto a la autocomplacencia y la envidia: la lisonja. El adulador se inmiscuye permanentemente en lo que no es de su resorte con el fin de prestar ayuda valiosa y colaborar en situaciones en las que no hace falta en lo más mínimo. Ofrece desinteresadamente –a la vista del adulado- todo lo que esté a su alcance para satisfacer a su adulada víctima que en caso de ser un debilucho intelectual se encontrará complacido con las atenciones recibidas de quien es en la mayoría de los casos su subalterno.
Pero no solo en ámbito laboral encontramos lisonjeros al acecho, algunos de estos detestables individuos se encuentran en su estado más puro en la universidad o en cualquier centro de educación superior asintiendo efusivamente a cualquier iniciativa que provenga de los docentes más exigentes o de los líderes del curso aunque estas propuestas le perjudiquen de una u otra manera. Su objetivo inmodificable es acatar, aceptar, apoyar unánimemente sin discusión.
La prensa amable y lambona con el gobernante de turno, los abogados ambiciosos y ávidos de pronta riqueza con sus clientes de fortunas sospechosas, los yernos y nueras con sus suegros y viceversa, los locutores con los artistas, los aspirantes a cargos de elección popular con sus financistas e impulsores, los artistas con sus tutores, los contratistas con sus jefes que vienen y van al vaivén de los resultados electorales, en fin, se emplea tanta saliva para lamer y lustrar tantos zapatos que la industria nacional de betunes en Colombia se encuentra al borde la quiebra. Pronto habrá que importar saliva de algún país vecino con el que no nos hayamos peleado o que los otros 21 senadores del Centro Democrático empiecen a compartir con el país sus funciones.
En la arena política se hallan en sus más especializadas formas y estilos haciéndolos casi indistinguibles de verdaderos ciudadanos desinteresados amables y atentos que al igual que las brujas, nadie puede afirmar su existencia pero de seguro también los hay.
En la actualidad en el concierto nacional se está discutiendo arduamente la reforma que restablezca el equilibrio de poderes que a mi juicio y más allá del engendro de la reelección presidencial, tiene sus orígenes en la lisonja, la manguala y la adulación inicialmente gratuita, por lo tanto, el congreso podría realizar su aporte en tiempos de austeridad y ahorrarnos mucho dinero entendiendo y aplicando una simple formula elaborada por el profe Ian: a menor lamboneria, mayor será la equidad (Inversamente proporcional dirían los expertos en matematicas) y la proporción entre los distintos entes de nuestro paisito.