Cada cierto tiempo circulan por la red, una serie de normas que desde nuestra perspectiva occidentalizada meramente capitalista y por tanto despiadadamente materialista, nos resultan desde ridículas hasta jocosas.
La lista es interminable y va desde la prohibición en Francia de llamar Napoleon a un cerdo, hasta la restricción existente en Lancashire, Reino Unido, donde tiene vigencia una original ley que prohíbe incitar a ladrar a un perro si un policía te para a la orilla del mar. Las risas están aseguradas ante tamañas genialidades.
Al otro lado del mundo, más exactamente en la India, vemos con extrañeza y desazón a miles de niños muriendo de hambre mientras enormes vacas pasean tranquilas por las calles, sin llamar la atención de los propios que ni siquiera se plantean sacrificar a uno de esos animales para calmar sus necesidades alimenticias más básicas.
Todo lo que no nos acontece resulta distante y hasta risible. Eso, hasta que nuestros ilustres políticos, siempre a la vanguardia, deciden sumarse al hilarante elenco de legisladores y concejales que pretenden cambiar hasta el adn cultural de una región, a punta de normas obtusas y poco resistentes al análisis concienzudo. Tal es el caso de tres iniciativas normativas que han generado todo tipo de comentarios y posiciones en la ciudadanía, no solo por lo particular de sus propuestas sino también por el escaso respaldo académico que las sustenten.
Partiendo de lo general a lo particular, el escalafón comienza con el proyecto del Centro Democrático radicado hace algunas semanas, con el que buscan aprobar una iniciativa para impedir matrimonios entre personas menores de dieciocho años. Aunque desconozco parcialmente la exposición de motivos de esta iniciativa legislativa, es cuando menos llamativo que se hable de protección efectiva al menor en una situación fáctica que afecta a menos personas de las que, por ejemplo, se ven afectadas directa e indirectamente con un flagelo como el de menores delincuentes que inician carreras criminales desde tempranas edades, amparados entre otras cosas por el silencio infranqueable de políticos y empresarios que jamás han dado un debate de fondo para el endurecimiento de penas y el juzgamiento como adultos de quienes se aprovechan de su condición de minoría de edad para cometer desde hurtos hasta homicidios, siendo la reincidencia el principal elemento en común a lo largo de todos los años previos a la adultez. Esto además, es empleado con asiduidad por criminales mayores que hacen uso de ellos como bienes de uso frecuente al tener la certeza de poder recuperar prontamente a sus esbirros imberbes con facilidad alarmante.
Mientras tanto, en la Fantástica (no por lo magnifica sino por lo irreal de las situaciones que vivimos día a día); fueron presentados dos proyectos de acuerdo para preservar la moralidad pública y las buenas costumbres. Uno de ellos pretende que Cartagena de Indias, sitio turístico por excelencia de este país, prohíba que tanto nativos como extranjeros, transiten descamisados por algunos sectores de la ciudad por motivos tan variopintos como cómicos. Según mis fuente en el Concejo Distrital, esta iniciativa iría ligada a otra que pretende vestir de falda y blusa manga larga a la india Catalina para comenzar a dar el ejemplo a todos los residentes, así como la confección por parte de Solo kukos, de prendas intimas intercambiables para cubrir las partes pudendas de la gorda de Botero ubicada en la exclusiva plaza de Santo Domingo. Cada día el Concejal Pión en persona se trasladaría hasta allí para cambiar religiosamente las prendas usadas por la estatua en el día inmediatamente anterior con la oculta finalidad de curar el morbo de todos los pervertidos que se toman fotografías frente a la impúdica obra.
Por último, pero no por ello menos importante, aparece el proyecto de acuerdo que aspira a prohibir que menores de edad asistan a escenarios en los que se baile champeta y regueton por considerar que “En los menores de edad, estudios psicológicos han demostrado que este tipo de bailes eróticos lo que hacen es un despertar temprano de la sexualidad”, sin embargo, el acucioso cabildante olvida hacer referencia a que centro académico universitario o de investigaciones llevo a cabo dicho estudio, o el tamaño de la muestra, o el seguimiento a los participantes, grupo étnico, socioeconómico o sectorial. Además de estudio comparativos en los que se exprese si para un niño danés o canadiense los efectos son los mismos o solo afecta a los negritos de mi ciudad. Habría que contar incluso la afiliación ideológica o religiosa de los investigadores de dichos estudios para contrastar con los de tendencias opuestas y sacar conclusiones.
Al respecto, pasa por alto el honorable concejal que correlación no implica una relación de causalidad, siendo esta simple diferenciación lo que puede evitar que pensemos que el sol sale por las mañanas solo porque yo me levanto o que cada vez que lavo el carro, llueve, siendo esto más propio de otro concepto como es la casualidad y no de la mala suerte o de ser víctimas de un plan cósmico ideado para beneficiar a todos los empresarios de lavado vehicular del planeta.
Invertir en la implementación de una verdadera y constante cultura ciudadana con énfasis en lo ambiental, que nos eduque a todos, resultaría no solo más efectiva sino además menos hilarante para los espectadores desprevenidos que leen desde otros países nuestras normas que se quedan en la superficialidad del problema. Campañas pedagógicas permanentes reducirían no solo el embarazo adolescente, también la intolerancia y erradicaría las malas costumbres de nuestro pueblo azotado por la ignorancia y la televisión hecha desde Bogotá solo para entretener.
Es claro que las iniciativas en el fondo tienen un fin loable, pero tal y como reza en una frase atribuida a un señor llamado Anónimo y que tiene millones de libros y de aforismos en su haber: “De buenas intenciones está empedrado el camino hacia el infierno”.
Ps: Siete años sin ti. Cuando pienso en nuestra vida siento su fugacidad y se me abre la herida como un manantial…