A grandes rasgos la empatía se define como la habilidad mediante la cual se logra un entendimiento solido entre las personas basándose en la afinidad y en la comprensión mutua de los sentimientos y pensamientos del otro. Básicamente ponernos en los zapatos del otro y entender su posición y situación.
Ésta y las neuronas espejo, presente en los seres humanos, explican en gran medida por qué las personas experimentan una reacción desagradable al ver videos de torturas o de maltrato en sus semejantes o incluso en animales.
Sin embargo, hay contextos y condiciones especiales en las que debido a los atributos de la víctima o protagonista de la situación, se nos generan sentimientos ambiguos y experimentamos tristeza y risa simultáneamente, como cuando un vehículo atropella a un payaso o un viejito se cae al piso o como cuando leemos a pastor o nos encontramos con Gustavo Martínez en la calle.
Pero no siempre los hechos son tan livianos como los citados arriba, ocasionalmente se trata de situaciones realmente dolorosas y trágicas pero que paradójicamente tienen ese doble cariz de tragicomedia presente en tantos eventos de nuestra vida diaria y que no siempre son documentados en video. Para ejemplificar procederé a relatar algunos sonados casos que llamaron mi fácil atención.
Hace un par de meses en el europeo de atletismo llevado a cabo en Suiza, el corredor francés Mahiedine Mekhissi-Benabbad obtuvo la medalla de oro en la carrera de los 3 mil metros con obstáculos por amplia ventaja. Tal fue su predominio que a manera de broma –diría más tarde- decidió quitarse la camiseta varios metros atrás y traspasar la línea de meta con el torso desnudo. La bobada, como en todos los ejemplos que expondré aquí, traería serias repercusiones. En este caso, el Jurado de Apelaciones descalificó al atleta alegando una violación al Artículo 143.1 y .10 del reglamento de la IAAF –páginas 151 y 152- (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, por sus siglas en inglés) con lo cual, y gracias solo a la sandez que recorría por sus venas, le fue retirada la medalla de oro que había ganado en franca lid física, pero en seria desventaja intelectual.
En este paraíso de la informalidad y de la mediocridad arropada con el manto del nacionalismo tipo “hagamos eso a la Colombiana”; una mujer de 42 años e irresponsable madre de 6 hijos, decidió someterse a una liposuccion quizá para recuperar la efímera belleza y quien sabe, capturar a otro incauto que quisiera completar el proyecto futbolístico que había comenzado y para el que le faltaban 5 hijos aun. Hasta ahí, solo una licencia en el pecado de la maltrecha vanidad. Para ello reunió sus exiguos ahorros y en compañía de una de sus hijas recurrió a los servicios nada profesionales de un médico cirujano de pacotilla con las credenciales y calidades éticas del buen Saúl Goodman, quien tenía en su propio apartamento un quirófano artesanal para practicar cirugías de alta complejidad en pacientes de baja complejidad mental. Pero cuando la ausencia de sentido común confluye en una misma persona con la estupidez y la falta de recursos, el resultado solo puede ser la muerte. Siendo esto lo acontecido con Mercedes Garzón, la protagonista de esta historia.
Por último tenemos un caso reciente del más firme candidato a ganar el Premio Darwin del presente año. Se trata del jugador de futbol Peter Biaksagzuala, quien después de anotar un gol en un partido disputado entre las superpotencias del futbol mundial como son el archiconocido Bethlehem Vengthlang FC y el todopoderoso Chanmari West FC, decidió expresar su inigualable emoción efectuando un sencillo pero peligroso salto mortal hacia atrás como tantas veces lo había visto hacer a verdaderas estrellas de este deporte en ligas menos piratas que la suya, con tan mala suerte y sincronización que aterrizó de cabeza fracturando así su columna vertebral y peor aún, dejando a su equipo con diez en el campo. Horas después el mundo conocería de su muerte a través de un comunicado emitido por los directivos del club en el que militaba.
Tres ejemplos aquí, tres dramas para ellos y sus seres queridos. En el futuro cuando prefiera cruzar una carretera en lugar de tomar el puente peatonal, o cuando decida hacer una apuesta bajo los efectos del alcohol, recuerde que siempre habrá alguien con un teléfono inteligente y tiempo libre, dispuesto a inmortalizar sus malas decisiones.