Cartagena no solo es una postal de historia y mar, es un territorio vivo donde la cultura y la naturaleza laten al mismo ritmo desde tiempos inmemoriales. Por ejemplo: entre los manglares del caño Juan Angola, los corales de Varadero, las murallas y fuertes coloniales del centro histórico y la Bahía de Cartagena, se teje una identidad que trasciende lo aparentemente visible y evidente: una forma de entender la vida desde la relación entre el ser humano y su entorno. La ciudad biocultural no se mide solo por sus monumentos, sino por la manera en que cuida sus ecosistemas y celebra su diversidad.
Pensar a Cartagena como una ciudad biocultural es reconocer que su riqueza no está únicamente en el oro de su pasado, sino en la sabiduría de sus comunidades: los pescadores con conocimientos de protección de su entorno, las mujeres lideresas en barrios populares, los jóvenes que siembran árboles en la Ciénaga de la Virgen, entre otros buenos ejemplos; todos son guardianes de una memoria ecológica que ha resistido siglos de olvido, y en el peor de sus casos, de desidia o desentendimiento. En sus prácticas, hay lecciones profundas sobre resiliencia, solidaridad y adaptación frente al cambio climático.
Esta visión invita a repensar la relación entre desarrollo y vida. No se trata de oponerse al progreso, sino de construir uno nuevo, más justo y más humano, que incluya a quienes han sido históricamente marginados de un modelo sostenible a nivel urbano, rural e insular. Sobre todo, un progreso real, aquel que no desconoce que un error puede dar pie a un eterno lamento. Cartagena necesita políticas que reconozcan el valor de lo biocultural como un activo estratégico: conservar sus ecosistemas desde la plena consciencia es conservar su identidad, su economía y su posibilidad de futuro.
La educación ambiental pensada en la gente, el arte y la comunicación deben convertirse en los nuevos lenguajes del cambio. Cuando una ciudad educa para cuidar, comunica para inspirar y crea para transformar, empieza a sanar sus heridas. Las escuelas, los medios y las universidades pueden ser espacios de encuentro entre el conocimiento científico y el saber popular, entre la academia y la comunidad, entre el pasado y el porvenir.
Cartagena, como ciudad biocultural, invita a mirar más allá de lo superficial. Nos llama a reconocer la vida en todas sus formas y a actuar desde la corresponsabilidad. Este blog nace para acompañar ese camino: para pensar la ciudad, el país y el mundo desde su naturaleza, desde su gente, y desde la posibilidad de un nuevo pacto con la Tierra, la misma que llega a puntos de no retorno y que, vergonzosamente, suele ignorarse hasta por importantes líderes y tomadores de decisiones. Porque cuando una ciudad aprende a cuidar lo que la sostiene, empieza verdaderamente a vivir.
Cartagena puede sanar, solo cuando la esperanza venza al miedo y todos cumplamos con nuestro papel.