Educar ambientalmente para reescribir el territorio


La educación ambiental en Colombia ha permanecido atrapada en un diagnóstico eterno. Durante décadas hemos descrito la degradación de nuestros ecosistemas como si registrar el daño fuera suficiente para detenerlo. Pero el país ya no necesita más cronistas de la crisis: hoy la urgencia es formar ciudadanos capaces de intervenir, restaurar y transformar su entorno.

Cartagena es el ejemplo más evidente de esta transición necesaria. Mientras los cuerpos de agua se deterioran, los manglares pierden cobertura y los arrecifes coralinos se enferman, buena parte del sistema educativo continúa explicando los problemas sin proponer acciones concretas. Ese enfoque ya no responde a la realidad climática y social de la ciudad. Educar, en este contexto, significa actuar para sanar, no solo comprender.

Miremos el caso de las Escuelas. A pesar de que existen aquellas que repiten todos los años su tema PRAES, o que simplemente es inexistente la educación ambiental como columna vertebral del PEI, existen experiencias locales a nivel de Escuela que demuestran que el cambio es posible. Varias instituciones públicas y privadas han impulsado proyectos de restauración de manglares, comunicación ambiental y protección de ciénagas que involucran directamente a estudiantes y docentes. Cuando la escuela se integra al territorio, la educación deja de ser teoría y se convierte en práctica transformadora.

Colombia necesita consolidar este viraje de manera permanente. Ya no basta con analizar los impactos ambientales desde el aula, o que muchos colectivos insistan en que esta tarea es exclusiva de los docentes de Ciencias Naturales, como si la educación ambiental fuese de su total desinterés: es momento de generar soluciones que se sostengan en comunidad. La educación debe asumir un rol activo, creativo y comprometido con la resiliencia del país. Solo así podremos dejar de describir el deterioro y empezar realmente a reescribir nuestro territorio. 

En conclusión: la educación que el país demanda hoy es aquella que no solo interpreta la realidad, sino que la modifica. El desafío es pasar del diagnóstico a la acción, del temor al compromiso, de la explicación a la intervención directa. Si el sistema educativo adopta ese rumbo, la escuela podrá convertirse en el motor más poderoso de restauración ecológica y justicia territorial. Porque al final, educar también es construir el futuro que aún es posible. Y Cartagena también debe ser parte de ese propósito, de manera permanente.