La pregunta puede responderse desde diferentes perspectivas. Por eso se puede acompañar de otra pregunta: desde el lugar que usted ocupa en la sociedad, ¿qué lectura está haciendo de la historia y del presente de la ciudad, para así pensar en una nueva normalidad?
Por supuesto no habrá una respuesta única, pero sí considero necesario que se propicien los espacios para pensar en cómo debería ser esa nueva normalidad, considerando todos los factores del entorno, pero también a todos los actores sociales, sin caer en el ya demostrado fracasado populismo. Una visión integradora debe ser adulta y debe llevar a decisiones que muchas veces son impopulares, pero necesarias para el bien común.
Exacto, el bien común, de eso se trata. No es posible apostarle a la transformación de una ciudad si se mantienen desconectados los intereses y los actores sociales, o si el actor social más fuerte limita el acceso del más débil. Esto no sería equidad, y por consiguiente afectaría las voces del colectivo. Una visión que construya ciudad debe ser pluralista, pero también bien construida, pensada desde el beneficio colectivo y con pulcritud en la comunicación y el relacionamiento.
Ahora bien, ¿esto qué tiene que ver con la nueva normalidad? Pues mucho, dado que aún persiste en Cartagena el discurso excluyente, donde los extremos prevalecen, y el centro sufre las consecuencias. Y sumado a lo anterior, no hay autoridad, pero peor aún, no hay respeto a la autoridad, que es además promovido por la cultura y las prácticas de los líderes que nos ha tocado padecer, aún hoy; no se puede responsabilizar nada más "al pueblo", cuando históricamente hay instancias que han provocado la falta de oportunidades y acentuado la pobreza en uno de los países más ricos del continente.
Una nueva normalidad implica una nueva manera de pensar, una nueva estructura de valores, ya no tácitos, sino hacerlos verdaderamente explícitos tanto comunicacionalmente como en la práctica, que sustenten la manera de actuar de la gente, desde el liderazgo político-administrativo de la ciudad, hasta el ciudadano de a pie. Esta nueva manera de pensar, traducida en valores para una nueva manera de vivir exige romper los cercos que se han levantado en fortines económicos y empresariales de la ciudad, así como también romper esa mentalidad de discriminación social, donde incluso las clases emergentes se han convertido luego en detractores de sus orígenes, llevando ese desprecio -a veces inconsciente- a profundizar la brecha entre unos y otros.
La crisis resultante de este covid-19 ha puesto en jaque a todos, y muchos de los que tenían ya no tienen, y muchos a los que les creían, ya no les creen. Se ha fragmentado no sólo la economía y la salud, sino la confianza. Por eso hay que trabajar en la reconstrucción de un discurso integrador, menos sectarista y más ubicado en el bien común, que valore a cada actor con equidad y respeto. Pero también se necesita el ejercicio de la autoridad para intervenir el descontrol social, que incluso, comienza al interior de cada familia en la ausencia de paternidad y crianza consciente por la descomposición de este núcleo esencial.
Una nueva normalidad no es la economía funcionando y la salud preservada. Una nueva normalidad es una sociedad renovada, que se ocupe no sólo de hacer las cosas bien, sino de velar por el bien de todos. Romper con el individualismo que desencadena en corrupción tanto pública como privada -y creo que esta es mayor-, y pensar y actuar con una visión más integradora de la ciudad, contribuyendo todos a hacer de ella un lugar de verdaderas oportunidades, con una ciudadanía ética, consciente y participante, resiliente porque reconoce su dolor y su lamento pero que se impulsa en ello para avanzar y sobresalir y no para dañar por resentimiento.
Hay un texto en las Escrituras tan significativo como poderoso; se trata de Génesis 1:28: "Luego Dios los bendijo con las siguientes palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense. Llenen la tierra y gobiernen sobre ella. Reinen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que corren por el suelo»". Desde el principio este se constituye en un llamado a dar fruto, a multiplicarse, a gobernar -administrar es el significado desde el hebreo- todo lo creado. Pero es un llamado a hacerlo bien, con ética, con principios basados en el bien común, de todos. Por eso la primera palabra de este mandato, conocido como "el mandato cultural", es "sean", la cual es plural, involucra, incluye.
Una nueva normalidad implica una nueva mentalidad, una plataforma de valores sociales que promuevan el bienestar colectivo, voces plurales que construyan y sean impecables en su comunicación, y acciones que contribuyan intencional y profundamente con la renovación cultural. Eso impactará en la salud, en la economía, en la política, en los negocios, en el arte, pero sobre todo, es una vida más esperanzadora para todos.