El 25 de octubre de 2018 se publicó en la revista Dinero un artículo titulado "Los 3 tormentos de Cartagena, una ciudad en asedio", con reflexiones muy importantes de Adolfo Meisel, del profe Dewin, de Funcicar y otros actores, destacando tristemente que la ciudad ha sido sitiada por la prostitución, la pobreza y la corrupción; y no cabe duda que este reportaje y su contenido, hoy, sigue vigente. Este es el enlace del artículo en referencia: https://bit.ly/37B9IBL.
La ciudad ha vivido un proceso de profunda descomposición en la que se destacan la pobreza extrema, la prostitución y explotación sexual de niños-niñas-adolescentes, una rampante corrupción desde los políticos más jóvenes hasta los veteranos y una ausencia de un verdadero sentido de pertenencia y amor por la ciudad. Es una ciudad poderosa a nivel nacional, pero con este contraste horrible.
Quiero hacer la reflexión desde nuestro papel en la iglesia. O del papel de la iglesia, un actor que parece estar de espaldas.
Mayormente católica, atiborrando iglesias de domingo a domingo, pero también crecientemente evangélica, con megaiglesias muy ruidosas, yo me pregunto: ¿cómo se ve el Evangelio impactando en la realidad de la ciudad? Porque en efecto no se ve. Y esta es una autocrítica, si es del caso.
Los líderes eclesiásticos se ocupan de vivir su moralismo religioso dentro de sus cuatro paredes (no sólo físicas sino mentales -"por el éxito ministerial" o "por guardar el testimonio"-), regodeándose de buenas maneras y cumplir los 10 mandamientos, en lugar de sacrificarse y pensar colaborativamente en cómo impactar una ciudad que necesita ser rescatada y renovada, especialmente con el Evangelio y no con la religiosidad farisaica.
Es duro, pero es cierto. Se habla más del pecado del hermano que del profundo pecado del heroísmo pastoral o sacerdotal que sólo mira la ciudad para darle "bendiciones", pero no para bendecirla actuando coherentemente, contextualizadamente y colaborativamente, con un Evangelio vivo, sacrificial, lleno de Gracia y sin legalismo, religiosidad, moralismos insanos, y más bien con una certera aplicación de las Buenas Noticias que no son sólo para la Salvación sino también para una transformación progresiva y real.
Una iglesia de espaldas, o cuando menos enfocada en evangelizar para "ganar almas" para su lista de miembros, en lugar de impactar con el Evangelio para la renovación de la ciudad, de su contexto -pueblo, vereda, corregimiento, barrio, sector, etc.- es una iglesia que necesita reevaluarse, confrontarse, arrepentirse y recordar que Cristo vino a dar su vida en rescate de muchos, a salvar y también a transformar todo.