No le miento cuando digo que la hibridación cultural se extiende y se apodera del mundo de manera más salvaje que la globalización: aquel sueño de la generación nacida en los 80s, consistente en apropiarse del estilo de vida y los entornos del imperio capitalista del Tío Sam, aprehendido mediante el intercambio empresarial de las industrias culturales televisivas de Latinoamérica. Ésta es una realidad tangible que se vislumbra con el tono y la manera con la cual Mickey Mouse (quien ahora es Miguel) promociona en Times Square su manera de subsistir: "la foto pa' la niña, chico". Me refiero a que la personificación de las marcas con las que crecimos están hoy en las calles estadounidenses en manos de todos aquellos soñadores que buscaron en el "market economy" (término utilizado por el imperio para definir el estilo de vida de sus habitantes, con un único eje de existencia posible: el consumo) las oportunidades que no les brindaba la discriminación estratificada de los países "tercermundistas".
Y quizás esa denominación de “tercermundistas” se refiere a la jerarquización de prioridades en donde primero ubican a la familia, segundo a sus amigos y, de terceros, a ellos... O dígame si, en primera instancia, ese Señor Miguel de orejas grandes y nariz redonda, quien bajo su capa de felpa esconde la necesidad, no está pensando en el dólar navideño que logrará que sus críos obtengan la efímera felicidad consumista del estrene y el juguete importado. Del “amigo- diría mi compadre Juan José- el ratón del queso... y se lo come”. Sin embargo, Miguel tiene su club de fans interesados en entrarle a la industria fashion de la Séptima Avenida, porque del artista siempre se vislumbra la punta del iceberg pero ninguno sabe la cantidad de hielo que existe bajo este. Y de terceros, ellos: quienes siguen deseando que con su sacrificio les llegue el momento de un mejor vivir.
Puntear en el mundo de la Market Economy es complicado; el estatus o la definición de tu existencia a partir del consumo es una tarea de producción económica de la que la fanaticada tercermundista solo conoce la multiplicación por 3, porque “es que ese man gana allá en dólares”. Pero, como dijo mi hermana cuando me fui de mochilero a Alemania a mis 18 años: “mijo allá la plata no la tiran pa' que uno la recoja del piso” …Y, así fue. ¡La plata toca trabajarla! En esa aventura me tocó trabajar para una discoteca de salsa y merengue, se repartía flyers, se bailaba en las clases con las alemanas, se recibían los abrigos en el ropero y, para cobrar, tocó aprenderse los números en alemán, los saludos y las palabras promocionales que abrían las puertas a las sonrisas y a las propinas de quienes recibían los servicios de un combo de latin lovers peludos, tatuados y locos.
El sueño europeo finalizó cuando se complicó la dormida, se embolató el alimento y se acabó el amor. Tocaba dormir en las bancas de los parques; comíamos papas de Mc Donalds con salsa de tomate, porque era lo más barato y posible de conseguir. El trabajo se puso duro cuando se acabaron los papeles y la policía empezó a seguirnos el rastro por indocumentados y (como en toda relación) el amor se acabó cuando la vida se complicó, porque no existe, a menos que sea el verdadero amor, un ser que no tenga el instinto de supervivencia oportunista. En palabras de Juan Miguel: “las mujeres están con un hombre por dos cosas: una es la pinta y el porte, porque debe ser un semental que procree buenas crías y, dos, por la seguridad económica que este le ofrece”. Sobra decir que, en ese momento y con esa hambre, yo era bastante poco agraciado y limpio como las que sabemos del niño dios.
Un día, acostado sobre un colchón de dinero de un amigo ecuatoriano, quien debía guardar su producción en un lugar seguro que no tuviese registros legales, me pregunté: ¿será posible que yo sea el hijo pródigo de mi casa y mi papá me acepte de nuevo por allá?. En la mejor decisión de vida que he tomado, el rey del lavaplatos alemán regresó a Colombia: me devolví a mi casa donde tenía estudio universitario garantizado, aire acondicionado, cama, televisión, internet y hasta carro.
Por eso entiendo a Miguel quien, limpiándose sus orejotas de marimonda en la mañana de hoy, me recogió en su BMW, me saludó en español, se quitó la máscara y me dijo que era barranquillero, que su tierra era hermosa pero que ya no podía devolverse, que tocaba de Uber también para poder pagar el carro y los dos fogones que tenía... Que al comienzo todo fue firme porque estaba en los lugares que veía en las películas y que él siempre quiso ser rapero o actor como Vanilla Ice pero que todo se complicó cuando la mujer que tenía en Colombia con un crio le apareció. Desde ahí, todo lo que hacía lo hacía por su hijo colombiano, pero que hoy ya maneja otro estatus y otra cultura, “ya tu sabes cuadro: la soledad te golpea y uno necesita su costilla”. Que hoy su cabeza es una mezcla de muchas tradiciones que se hibridan de amigos de diferentes países pero que adquieren significantes variados que se construyen por el entorno; que tiene dos críos gringos con Hello Kitty la puertorriqueña, que estaban tramitando cada cual los papeles con un amorío gringo fachada, pero que en Colombia nada de este cuento sabían.
Lo cierto de esta realidad híbrida entre lo popular y lo global, entre la necesidad y el consumismo es que la decisión de vida la tomas tú. No hay un camino bueno o uno malo. Existen los que estudian, cosechan y triunfan. Están los que solo comercian y triunfan. También quienes ahorran y son precavidos con la vida. Y existimos quienes vivimos el día a día sin pensar en el futuro y también triunfamos. En esencia, lo relevante del asunto siempre es ser feliz y esa felicidad se encuentra en ti y no en nadie más. Nadie te va a dar las respuestas y solo tú puedes acceder en este 2017 a los propósitos que te planteas, los cuales te llevarán a ese objetivo inicialmente mediano y luego de largo plazo.
Hoy me siento satisfecho porque con mi trabajo pude salir de Colombia y mostrarle a mi hija que con sacrificio y esmero, de las crisis, (siempre... SIEMPRE) resulta un sacudón que arroja frutos positivos, que la bondad del corazón debe ser infinita, al igual que la percepción de la vida. Que todos merecemos alegría en nuestro corazón y que siempre las adversidades lo fortalecen a uno. O sino, dígame usted más bien ahora quién podrá defendernos si en el existencialismo consumista contemporáneo la felicidad de Mickey Mouse es ser currambero, tener un BMW en Manhattan , habiéndolo conseguido todo vacilando visa de turista.