Nos indignamos, salimos a darnos con la Policía, golpeamos las cacerolas hasta poder ver por el fondo, tuiteamos hasta aburrir: ¡Somos campesinos! Insultamos al Presidente, a sus ministros, a la represiva y brutal Fuerza Pública. El más real que nunca Paro Agrario Popular logró hacer algo parecido a lo que hace la Selección Colombia en cada partido. Unirnos, hacernos levantar la voz, las pancartas y gritarle al poder que no estamos de acuerdo con lo que hace. Nos dio una noción de lo que es ser colombiano.
Ya eran muchos años en silencio y el presidente Santos terminó por pagar los platos mal puestos en un estante flojo y podrido. El senador Jorge Robledo señala que “el desastre agrario” viene desde hace más de 20 años, desde 1990, como consecuencia de la apertura económica ─o libre comercio─ iniciada por el presidente de entonces, César Gaviria Trujillo, cuando “eliminó los instrumentos de protección agro, los créditos baratos, políticas de asistencia técnica, redujo casi a nada la investigación científica”, entre otras cosas, mientras que, por otro lado, “eliminó los aranceles y facilitó que el país se empezara a inundar de productos agrícolas extranjeros”. Robledo define esto como una política de sustitución del trabajo nacional por el extranjero, y hoy vivimos el daño.
Lloramos con los videos de los campesinos perdiendo sus manos en las manifestaciones, lloramos con aquel hombre que parecía no entender por qué le quitaban lo que había sido suyo por más de 70 años, nos partió el alma ver cómo se arrodillaba un hombre en su propia casa pidiendo piedad a los del ESMAD para que no lo golpearan, arrodillado como lo hicieron decenas de ciudadanos frente a los paramilitares en febrero del 2000 en un pueblo de Bolívar llamado El Salado.
En un país de dos vías que se estrellan como trenes, que se pelea absurdamente por ser uribista o antiuribista, estos gestos de unión son más notables y más esperanzadores. Pero es hora de pasar de la indignación a la demostración, de hacerles ver a los mismos que nos gobiernan desde hace tiempo que no son bienvenidos mientras arrebaten tantos derechos y mientras nos digan en la cara y sin vergüenza que no existimos, porque si para ellos el Paro Agrario no existe ─uno de los levantamiento ciudadanos más multitudinarios en los últimos años─ significa que el resto de los colombianos también somos invisibles. Que la indignación no se termine en la orilla de otra playa, como una ola sin fuerza, sino que arrase con el cinismo, la terquedad y la soberbia gobernante como todo un tsunami democrático.
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