La tortura de las fiestas


¿Cuál fiesta? ¿Cuál independencia? Sobrevivir a esos días en los que el atraco se vuelve casi legal, justificado en la tradición (?) de psudo-disfraces de gente semi-untada con un aceite amenazante ─o lo que sea que sea─; cambiar la ruta y caminar cientos de metros más para no caer en los retenes donde antes los niños decían “plata o agua” y en los que hoy cualquier delincuente pareciera decir, más bien, “la plata o la vida”; no quedar atrapado en la mitad de un tiroteo en el bandito de San Diego. Así pasan el tiempo muchos en Cartagena en los días de celebración.

No nos sabemos comportar. El año pasado el alcalde encargado, Bruce Mac Master, prohibió la realización de los desórdenes de San Diego y San Pedro ─donde vivo en Cartagena─ porque siempre son un desastre. Y esa noche por mi casa hubo la paz que no hubo en tantos años para estas fechas. Ni hablar de lo que se formó en el bandito improvisado de La Plazuela (si no recuerdan pueden leer aquí http://bit.ly/WDbDxR) donde la fiesta terminó en una batalla campal entre borrachitos con carros, que no le hacen caso ni a la mamá, y la Policía. Y con "bandito" no me refiero a los desfiles organizados con la buena intención de los vecinos.

La ciudad se salía de las manos. Con eso perdimos la esperanza, nos sumergimos en el desespero y nos conformamos con una ciudad que ni gobierno estable tenía para la época y que sus fiestas más importantes se confundían en las arenas de la tradición y el vandalismo. “No tienen sentido unas festividades si no sabemos respetarnos” y “si no somos capaces de convivir en paz no vale la pena tener fiestas”, eran los trinos casi desesperados de Mac Master, que sugería con urgencia crear un proceso de convivencia y algunas veces comentó que de seguir así se debían acabar. Y es apenas lógico cuando en una ciudad de fiesta no se puede viajar con tranquilidad en un bus porque por cualquier ventanilla, en cualquier momento, puede entrar una bolsita de agua y orín ─y hasta piedras─ directo a la cara. El caos.

Y es tan lógico en ese sentido porque “Cartagena no se puede dar el lujo de tener muertos como costo de sus festividades”, ni uno solo. Ni podemos justificar el desorden y el vandalismo con la alegría de festejar, ni vivir la celebración tan desmedidamente rayando tanto en la ilegalidad porque, simplemente, de eso no se trata la fiesta de Independencia. El 2012 fue desastroso, así la directora del Instituto de Patrimonio y Cultura en ese entonces haya dicho que las fiestas habían tenido un “balance positivo”.

Ya huelo el desespero de los que quieren salir corriendo para cualquier rincón del mundo y dejar atrás a Cartagena por esos días tormentosos y empiezo a sentir la vergüenza que alguna vez sentí cuando quise mostrarle a un turista cómo se vivían las fiestas en mi ciudad y terminamos en la mitad de una calle bajo una lluvia de botellas y latas de espuma en el Centro Histórico.

La prueba de supervivencia es cada año, sin que haya un proceso de preparación previo, que ya es necesario; sin que nadie nos oriente sobre cómo llevar la fiesta en tolerancia, que ya es urgente. Esta vez, por la distancia, tendré la tranquilidad de no estar en Cartagena en noviembre y sentir tan cerca el peligro en la calle por salir en días de fiesta, pero sigo con el más sincero deseo de que quienes estén puedan en verdad disfrutar de la ciudad.

En Twitter: @TresEnMil
germangp8@gmail.com

Plus: Quiero recomendarles a El Caribefunk, una banda de jóvenes cartageneros, radicados en Argentina, que prepara su segundo trabajo y viene con una canción que se llama El Playaman (que pueden escuchar en este link http://bit.ly/177EzhW). Todo un homenaje al héroe cartagenero que vemos a diario en las calles.


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