Más allá de narrar la sangre


Les dicen judiciales, policiales, sucesos, crónica roja. Su materia prima es el muerto y todo lo que lo rodee. Fácilmente, las páginas de crónica roja pueden ser las más leídas de un periódico, las que más ganan clics (tienen al lado a las de farándula) y, también, las más criticadas por su contenido.

La gente, no los periodistas que han tenido la oportunidad de trabajar en una redacción donde se produzcan, puede tener una idea de cómo se hacen estas noticias o no puede tener ni la más mínima noción de los recorridos matutinos por la morgue, los hospitales o la correndilla hasta donde está tirado el muerto que balearon hace unos minutos que hacen los periodistas de estas secciones. Pero desde el desconocimiento, cualquiera  puede hablar.

Hace unos días, Johana Corrales, periodista de El Universal, con quien también compartí cuando trabajé en ese medio, publicó un texto en el que, muy por encima, contaba el trabajo que hacen los periodistas que cubren estas noticias. En esa casa editorial también se hacen Q’Hubo y El Teso, dos tabloides donde los muertos salen todos los días.

Lo rescatable es que se atreviera a escribir sobre el asunto y pusiera a otra gente a hablar y a debatir. Lo lamentable es que lo hiciera desde la barrera, como si no hubiese tenido la posibilidad de montarse en un carro de alguno de esos dos diarios, hacer un recorrido judicial por la ciudad y sentir de cerca la desgracia de la muerte, esa sangre que se convierte en noticia, ese hecho que es tan natural y que, aunque se vuelva común, no se puede desnaturalizar. Creo que la autocrítica necesita un nivel superior de responsabilidad y rigurosidad. (Leer "Cuando la sangre es noticia")

Se dedicó a reproducir lugares comunes sobre la crónica roja y sobre los medios de comunicación, que el afán de vender, que las páginas sensacionalistas, que las frases jocosas sobre el oficio, en fin, palabras que uno puede leer solo con bajar a los comentarios de estas noticias en Facebook, dejando a un lado los dilemas que pueden tener los periodistas en medio de este trabajo o la responsabilidad que tienen quienes hacen estos contenidos. Se le olvidó contar que si en la mañana los periodistas pueden hacer comentarios jocosos sobre la muerte como parte de la rutina periodística —que, además, creo que fueron sacados completamente de contexto—, a las seis de la tarde, cuando se están cerrando las páginas, estos periodistas no quieren ni que una mosca se estrelle contra una ventana.

Sobre la crónica roja, que en una ciudad como Cartagena podría ser la pequeña escala de lo que hace un corresponsal en zonas de guerra, hay tanto para contar que decir que el muerto vende termina por ser insignificante. Conozco periodistas que aún no dejan de sentir miedo cuando entran a los barrios a cubrir la muerte, cuando tiene que entrevistar a una madre que acaba de perder a su hijo en una pelea callejera o cuando tienen que enfrentarse a los rechazos de la comunidad que no quiere la visita de la prensa. Algo tiene que tener la noticia policial para que haya periodistas que dedican su vida a esa fuente y para que se hayan escrito libros sobre asesinatos que comenzaron siendo notas secas y hoy son referentes del relato periodístico en las facultades de comunicación y periodismo.

No se trata de que por trabajar en el mismo medio no sea posible criticar a los colegas, de hecho, creo que es necesario repensar sobre las responsabilidades de este tipo de periodismo, pero hubiese sido más interesante, más fácil de argumentar y menos ofensivo con sus compañeros de redacción (porque se han sentido ofendidos) una crítica fundamentada en el conocimiento cercano de una labor que no por abastecerse de la violencia, la muerte y las malas noticias deja de ser noble. No se trata de opinar desde el afán por creer que se tiene un buen tema, sin el rigor necesario, dejándolos erróneamente como unas garrapatas sedientas de sangre que se mandan caritas felices eufóricas por Whatsapp cada vez que la violencia acaba con la vida de alguien.

En Twitter: @TresEnMil


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