Alejandro Martelo, decimero de San Joaquín

Alejandro Martelo, con un grito de monte


El pasado sábado 16 de septiembre, Día del amor y la amistad, murió en Cartagena el decimero Alejandro Martelo, uno de los repentistas más reconocidos y estudiosos del Caribe colombiano, quien dejó un legado de más de 15 mil décimas politemáticas que pasaron de su mente al papel y del papel a los estudios de grabación discográfica.

El 16 de noviembre de 2002, en el barrio Las Delicias, al Suroccidente de Cartagena, el diario El Universal logró una entrevista con el célebre juglar, quien acababa de darle los toques finales a un disco compacto que había grabado bajo la dirección y producción del compositor bolivarense Martín Madera.

En la entrevista, que se hizo a manera de charla informal alrededor de un sancocho y de algunos tragos especialmente sabrosos, también participó Alfredo Martelo Escobar, hermano del finado maestro y decimero consumado como aquel.

Es esta la primera vez que la entrevista sale a la luz pública.

 

Lo que nace, nace...

 

¿Desde cuándo está luchando por la décima?

—Desde hace 33 años. La empecé a cultivar desde cuando estudiaba en Mahates (Bolívar), municipio al cual pertenece San Joaquín, el corregimiento en donde nací. Me dediqué a escribir únicamente décimas, a pesar de que manejo todos los géneros literarios, pero la décima la llevo más en la sangre. Mi papá hace versos. Tengo un tío que se llama Jorge Martelo Mercado, quien también hace décimas. Tengo un primo que se llama Santander Martelo García, quien también las hace, aunque no las canta, pero las escribe muy bien. Y tengo dos hermanos decimeros: Efraín y Alfredo Martelo Escobar.

¿En sus años de infancia había mucha tradición musical y decimera en San Joaquín?

—No. En San Joaquín no hubo nada de eso, porque era un pueblo embotellado. Los músicos de otras partes pasaban por ahí, pero como sitio de paso hacia otros lugares de la región, que eran más centrales, por decirlo así. Yo estaba muy pequeño cuando Andrés Landero pasaba por ahí. Tocaba uno o dos días, luego se iba y reaparecía después de seis u ocho meses. De manera que en San Joaquín no se dio esa tradición musical interna. Al único que recuerdo es a un señor llamado Joselito Caraballo, quien tocaba acordeón, pero nunca tuvo la difusión que merecía. Ahora le sobreviven sus hijos, quienes son muy buenos músicos.

¿Recuerda el momento en que se decidió a ser decimero?

—Ese dato es curioso, porque resulta que me vine a estudiar a Mahates y, estando en quinto de primaria, apareció un señor llamado Mauricio Meneses Pava, quien era visitador de un programa estatal de erradicación de la malaria. Él nos daba conferencias al respecto. Un día, para un mes de agosto, lo trasladaron, cosa que me dolió muchísimo, porque el tipo era un berraco, sabía mucho. Entonces, sorpresivamente me nacieron unos versitos. Recuerdo uno que decía: “Ya se han pasado los días/ las semanas y los meses/voy a hacer esta poesía/para Francisco Meneses”. Esos fueron los primeros versos que escribí. A él le gustaron mucho y me dijo: “mijo, siga escribiendo. Lástima que yo me voy, pero eso es lo que se necesita. Escriba, hombre, escriba”. Más nunca nos vimos, pero esos fueron mis primeros versos.

No habiendo mucha tradición decimera en Mahates para alimentar su talento, ¿cómo hizo para que no se le olvidara esa afición?

—Porque después de mis primeros versos me encontré con unos profesores muy buenos. Uno era un cachaco llamado Luis Carlos Restrepo, quien nos daba clases de Castellano. A parte de eso, creo que mi fundamento literario lo conseguí gracias a unos amores que tuve en Mahates. Empecé a escribirle versitos a la novia, hasta que fue surgiendo la décima poco a poco y después la perfeccioné.

¿Cuándo surge su preocupación por investigar la décima?

—Cuando me vine a Cartagena a estudiar en el Liceo Bolívar, exactamente en quinto de bachillerato. Me dediqué de lleno en la biblioteca del colegio y descubrí que José Vicente Espinel era el padre de la décima y que por eso a ese formato se le llama “décima espinela”. Yo vivía dentro del claustro del Liceo Bolívar y eso me permitía estar leyendo día y noche en la biblioteca. Al mismo tiempo me llegaban libros sobre la décima popular en Panamá y Venezuela, con los que saqué mis conclusiones. Y sigo investigándola, aunque todavía no la conozco, pero sigo investigándola.

Y, según esas investigaciones, ¿cómo llega y se arraiga la décima en el Caribe colombiano?

—Decimeros hubo en Arenal (norte de Bolívar), como José Dolores Ospino, quien fuera el maestro de Julio Gil Beltrán Simancas, de Arjona. Él me daba muy buenos consejos. Palenque tuvo un decimero muy grande llamado Juan Cáceres, con quien tuve la oportunidad de cantar. Conocí a Facundo Arzuza, a Juan Pacheco, a Serapio Lechuga, a Gabriel Segura, del cual soy amigo. De ellos he recibido muchas orientaciones y conocimientos. También de un poeta grande de Repelón (Atlántico), que no sé si aún vive. Se llama Eusebio Ruiz, un hombre que tiene un conocimiento grande de la historia de la décima.

Pero, ¿cómo aprendieron negros e indígenas la costumbre de crear décimas?

—Después que la trajeron los españoles, empezó a compenetrarse con los nativos y con los negros, quienes le dieron “clavo” (la trabajaron mucho), hasta que se descubre que el canto de vaquería y el grito de monte tenían una hermandad extraordinaria con la décima, porque en España no cantan la décima como lo hacemos nosotros. Allá la hablan, la recitan. En cambio, acá el campesino iba jardeando el ganado y haciendo melodías con su garganta. De pronto empezó a meterle palabras que rimaban unas con otras y es como nace la décima que manejamos todavía.

¿Y en ese momento los campesinos tenían conciencia de lo que era una rima, un verso libre, una octava, un soneto, etc.?

—Nuestros campesinos nunca han tenido conciencia de cuáles son los formatos de la poesía. Pero la décima la llevan en la sangre, porque esa es una forma de distraerse, de extrovertirse, de deleitarse con los compadres, cuando van a los bautizos, a los matrimonios, a los velorios cantados o velaciones a los santos. Allí cada cual se expresa, mal o bien, pero lo hace con sentimiento.

¿José Vicente Espinel sólo hizo décimas?

—Él era un músico genial. Fue a él a quien se le ocurrió ponerle la sexta cuerda a la guitarra, que únicamente tenía cinco y no daba todas las posibilidades que da ahora. A parte de eso, se dio cuenta de que la versificación campesina de Ronda y Andalucía andaba toda descuadernada. Primero la hacían con cuatro versos, porque la cuarteta era el patrón. Después vinieron las estrofas de seis versos y las de ocho. Entonces se dijo que había que organizarlas y fue cuando compuso la décima, que es un formato de diez versos. El maestro Lope de Vega, al ver la invención de Espinel, que le pareció grande, se dijo que debía llamarse “Décima espinela”, razón por la cual en los diccionarios aparece definida como: “estrofa de diez versos que riman el primero con el cuarto y con el quinto; el segundo con el tercero, el sexto con el séptimo y con el décimo y el octavo con el noveno”.

¿Existen diferencias entre las décimas que se hacen en toda la Región Caribe?

—La décima es la misma en todas partes. Lo que cambian son las melodías y los estilos de canto. Si vamos a La Guajira, encontramos decimeros de la talla de Emiliano Zuleta, Carlos Huertas (q.e.p.d.), Toño Salas, Leandro Díaz, Poncho y Emilianito Zuleta, etc. Si vamos al Atlántico, encontramos a Gabriel Segura, Gustavo Lara, Jorge Garizábal. En Córdoba, a Ricardo Olea. En Bolívar, Rafael Pérez y los Martelo. Todos hacen décimas, pero varían las melodías y las formas de canto. Es más, los músicos vallenatos no te dicen, “hazme una décima”, sino, “hazme un verso de diez palabras”.

¿Cuáles temas debe manejar un decimero?

—A mí me gustan los temas que tienen que ver con la naturaleza, el campesino, el agricultor, el pescador, el bebedor; es decir, lo cotidiano. Eso es mejor para mí. Me da más resultado manejar la cotidianidad, lo que la gente está viendo todos los días. La gente se emociona cuando alguien le canta, por ejemplo, al vendedor de guarapo, porque ese es un personaje cercano al pueblo.

Mucha gente cree que todos los decimeros utilizan la misma melodía...

—Y fíjese que no es así, porque si usted escucha a Pedro Beltrán, a Rafael Pérez, a Alfredo Martelo o a mí, se dará cuenta que somos diferentes en cuanto melodía. Todo buen decimero procura diferenciarse hasta en eso. El decimero que imita al otro está condenado a desaparecer. De pronto lo que confunde a la gente es el canto a capella.

***

Alfredo Martelo también participó en la charla improvisando una décima:

“Como quisiera cantar/ para que escuche la gente/hoy me siento competente/pa´poder improvisar/. Yo dedico en mi pensar/décimas que son tan buenas/hoy con mi mente serena/ya que se ha llegado el día/yo le hago esta poesía/si me encuentro en Cartagena/”.

Seguidamente, el maestro Alejandro Martelo nos hizo un adelanto de una pieza que estaba componiendo, respecto al matrimonio:

“Yo no dejo a mi mujer/porque al que escupe hacia arriba/el demonio lo castiga/obligándolo a volver/. Cuando ya pierde el poder/reaparecen las rencillas/su compañera lo humilla/de manera permanente/luego le dice la gente/vuelve a tu charco babilla/.

El que abandona el hogar/por andar de mujeriego/queda como el gallo ciego/sin saber dónde picar/trata y trata de buscar/un cariño verdadero/y sólo encuentra un reguero/de mujeres sin valor/que se entregan por dinero/pero nunca por amor.

Al hombre que carga plata/nunca le faltan tropiezos/cualquier mujer le da un beso/ y entre sus redes lo atrapa/va quemando las etapas/que le ha brindado el destino/tropezando en el camino/con parrandas y placeres/y un montón de mujeres/que no valen un comino/”.

Después nos interpretó otra titulada “Cómo se hace la décima”.

“Cómo hacer una poesía/cierto día me preguntó/un amigo que escuchó/una que yo componía/Yo en verso le respondía/que para ser decimero/se necesita primero/aprender muchas cuestiones/y dándole explicaciones/así enseñé al compañero/.

Si quieres ser decimero/deberás tener en cuenta/la décima tiene ochenta/sílabas que es lo primero/Debe usted como trovero/rimarlas de tal manera/cuya sílaba postrera lleve consigo una idea/cuya esencia redondea/de acuerdo con la primera/.

A veces rima el primero/con el cuarto y con el quinto/y por cuestiones de instinto/riman segundo y tercero/va el sexto de compañero/con el siete y con el diez/y como la rima es/el motor que al verso mueve/riman el ocho y el nueve/para darle solidez/

La décima hablando claro/es de fácil invención/pero hay que ponerle son/y eso a veces sale caro/el poeta busca el amparo/en la rima y el sentido/y cuando ha distribuido/en ocho versos la idea/el noveno redondea/y el décimo ha concluido/


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