Benny Moré, “el ser más buena gente del mundo”, según sus amigos, cumplió este fin de semana 88 años de haber nacido en Santa Isabel de las Lajas (Cuba)

Benny Moré, la presencia eterna de Cuba


Después de 44 años de su prematuro fallecimiento, Benny Moré sigue respirando tenazmente en el recuerdo de sus coterráneos de viejas y nuevas generaciones: los primeros se han encargado de que los segundos aprendan a adorar la imagen del que ha sido el personaje más idolatrado de la música popular en Cuba.

“Para nosotros —le dijo un locutor cubano a un colega de la Radiodifusora Nacional—, el Benny siempre ha sido y será el bárbaro del ritmo. Ninguno como él”.

Más de cuatro décadas han transcurrido desde que Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez dejó de existir en un hospital de La Habana, víctima de una cirrosis hepática que le impidió que el pasado viernes 24 de agosto cumpliera 88 años de haber nacido en Santa Isabel de las Lajas, uno de los 32 municipios de la provincia de Las Villas, al centro-occidente de Cuba.

En esas más de cuatro décadas son muchos los artistas de la música popular cubana que han dejado de existir, pero ninguno como El Benny ha quedado palpitando en el recuerdo de la gente que bailó, cantó y compró esa música que rendía homenaje a los elementos que componen el entorno del pueblo-pueblo.

Porque Beny Moré siempre fue un hombre de pueblo. Así lo dan entender anécdotas como la del panameño Rubén Blades, quien tendría algunos 8 años de edad cuando su padre lo alzó por encima de las cabezas de la multitud que extendía las manos para saludar a un hombre vestido de blanco, quien acababa de subir a la tarima en donde minutos después se descargarían los acordes de una gran banda gigante.

“Era Benny Moré —relata Blades—. Logré darle la mano y él me la apretó suavemente. Alcancé a ver la sonrisa que le iluminaba el rostro y pensé que algún día yo también estaría en un escenario como el que él estaba pisando”.

Algo parecido suele contar el cubano Willy Chirino siempre que se refiere a los episodios de su infancia en Consolación del Sur, su pueblo:

“Una tarde de febrero, en la celebración de las fiestas patronales en homenaje a la Virgen de la Candelaria, Beny Moré, uno de los artistas más populares de la isla, llegaba a amenizar la fiesta bailable, la cual era esperada por los lugareños durante todo el año. Él tenía por costumbre llegar demorado a sus presentaciones.

“Aquella tarde, la orquesta ya estaba tocando, pero la gente estaba de mal humor por la aparente ausencia de la estrella de la noche. Yo estaba a un costado del escenario observando lo que sucedía, cuando pasa a mi lado este señor alto, de una presencia increíble. Sube a la tarima y, de repente, todos se olvidan de la tardanza. Y cuando empezó a cantar, cambió el humor del baile por completo.

“Este fue un momento determinante en la visión de mi propio futuro. A los 9 años, sentía que podría estar en ese lugar. Quería ser como él, que se encaramaba en un escenario y podía hacer feliz a la gente”.

Con lenguaje un poco más sofisticado el también cubano Jesús Coss Cause cuenta en su poema “El sombrero y el bastón” que, después de enloquecer a la gente durante casi toda una noche, El Beny se despojó del sombrero y lo lanzó hacia la multitud, como dando a entender que la rumba había terminado, pero la gente no estuvo de acuerdo y le devolvió el obsequio, que él pescó con la punta del cayado, dio media vuelta, hizo que la orquesta sonara de nuevo y el escenario volvió a llenarse de estrellas.

Con seguridad, cientos de recuerdos como estos deben estar dando vueltas en la memoria no solamente de los cubanos sino también de los admiradores y camaradas que tuvieron la oportunidad de conocer a Benny Moré en los sitios que visitó fuera de Cuba, antes y después de volverse el cantante famoso y carismático que llegó a ser.

Como ellos, los estudiosos de su obra y los coleccionistas no dejan de preguntarse las razones para que después de más de 40 años El Benny siga siendo tan popular y tan celebrado como si aún viviera.

“Es que Benny era un hombre del pueblo, un campesino —dice el poeta Juan Jorge Álvarez— y los campesinos cubanos son personas generosas, nobles, solidarias y honestas. Todas esas cualidades las tenía Benny Moré y nunca las perdió ni cuando alcanzó la fama y el dinero. Él era lo que llamamos en Cuba ‘hombre y amigo’. Es decir, que se podía contar con él siempre. Que estaba pendiente de los amigos y de las personas que quería. Que era extraordinario hijo, padre y compañero de trabajo”.

Un pasaje casi leyenda que de todas maneras refleja la gratitud y la generosidad de Benny Moré para con sus amigos y colegas, sucedió en los difíciles inicios de su carrera, cuando Abelardo Barroso (el cantante estrella de la orquesta Casino de la playa) lo invitaba a que cantara con su agrupación en los finales de las presentaciones para que fuera dándose a conocer.

Unos años más tarde, cuando El Benny ya era reconocido continentalmente como “El bárbaro del ritmo”, Abelardo Barroso estaba descendiendo de la gloria que había atesorado en épocas pretéritas, pero su viejo amigo tomó como estrategia solidaria el exigirle a los empresarios que solicitaban sus servicios que también contrataran a Barroso y su grupo para que alternara con él y pudiera ganarse unos buenos pesos que aliviaran su situación.

Los viejos integrantes de la ya legendaria Orquesta Aragón recuerdan aquellos comienzos cuando recibieron la ayuda de El Benny. También lo rememora su compadre y corista Fernando Álvarez, quien, después de varios años de estar acompañándolo en la Banda Gigante, decidió convertirse en cantante y solista. El Benny nunca lo reprochó y, por el contrario, lo apoyó con todas las ganas, para que el antiguo compañero se transformara en el extraordinario bolerista que terminó siendo.

“El Benny era capaz de matarse por sus amigos”, insiste Juan Jorge Álvarez y, para corroborarlo, pone en el tapete el incidente acaecido entre Moré y el empresario venezolano Max Pérez:

“Ese tipo (el empresario), parece que tenía por costumbre armar un espectáculo musical con artistas populares y caros, pero al final de las cuentas a algunos les pagaba, a otros no; y a otros, cuando le daba la gana. El Benny cayó ingenuamente en la trampa de Max Pérez. Después del concierto duró cobrándole varios días, hasta que en una de esas ocasiones le dijo: ‘si quieres no me pagues a mí, pero págales a mis negros’. Dicho eso, agarró un objeto contundente que había en el escritorio del empresario y con él le partió la cabeza. El caso llegó a los estrados judiciales, El Benny estuvo detenido, pero terminaron dándole la razón y pagándole su dinero”.

Por cosas de la fama y por su don de gente, la casa de Benny Moré en el barrio La Cumbre, del municipio San Miguel de Padrón, permanecía llena de visitantes provenientes de todos los sectores laborales de Cuba, pero especialmente de personajes del gremio musical, quienes siempre se encontraban con un buen plato de comida y una buena botella de ron para sazonar las conversaciones.

“Siempre fue esa persona humilde cariñosa y sobre todo generosa sin el menor apego a lo material. —cuenta Hilda, su hija— Conservo nítido el recuerdo de su voz diciéndole a Iraida, su esposa: ‘cocina bastante que hoy tengo invitados’. En realidad, no había tales invitados. Los invitados eran aquellos que llegaban a nuestra casa a la hora del almuerzo o de la comida, fuera quien fuera y viniera de donde viniera. Esos invitados podían ser, incluso, nuestros propios vecinos, a quienes ofrecía de la misma manera cualquier tipo de ayuda. Era un hombre tremendamente humano. Así lo caracterizaría”.

En el patio de la casa permanecía una larga mesa de madera con varias sillas para esperar a esos visitantes que nadie invitaba, porque el fulgor humano de El Benny era suficiente para que todos quisieran amontonarse a su alrededor. En el plano de esa mesa, a guisa de tambor, tocaba ritmos que acompañaba con su voz para alegrar a los convidados y una de esas descargas, mientras cantaba el tema La mirla, fue grabada por uno de los asistentes y la velada se inmortalizó, como era de esperarse.

“Santa Isabel de las Lajas”, una de sus canciones preferidas, es tal vez la que más refleja el espíritu sencillo y solidario de un cubano que fue grande como artista y como ser humano. Ni sus millones ni su fama opacaron el espíritu campechano que le permitía abrazar a cualquiera en la calle como si fuera un amigo de muchos años.

Y muchos de los que recibieron ese abrazo hicieron hasta la imposible por asistir a la muestra de duelo y afecto más grande que ha tenido Cuba en todos los tiempos: el sepelio de El Benny, después de haber cerrado los ojos un fatal domingo 19 de febrero de 1963.


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