Boliche


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Los pocos gallos que quedan en este pueblo ayudan a que el sol no nos sorprenda con las sábanas encima. Hace un frío más o menos molestoso, pero no preocupante, porque a medida que avance el día se irá retirando, sobre todo cuando estemos en lo más bravo del trabajo en el mar. Me baño, me visto, me tomo un café tinto y espero en la terraza a que aparezcan “El Mello”, “El Capi”, “El Ñato” y “El Chino”, aunque somos como diez, si contamos el acompañamiento de sus hijos. Es ese el personal que se necesita para pescar con boliche. Dentro de un rato discutiremos si nos quedamos en el pueblo o nos vamos para Crespo o Marbella. Yo creo que es en Marbella donde nos quedaremos, porque allí casi no hay gente bañándose. Si acaso, uno que otro cachaco de esos que recién conocen la ciudad y creen que pueden pasarse un día de playa en cualquier parte. Llegamos a las 8 de la mañana. Venimos tirando canalete desde el pueblo, porque no pudimos encargar a nadie que cuidara el bote en este lado. Tampoco nos hemos dispuesto a reunir plata para comprar un motor fuera de borda y ahorrarnos lo del canalete, aunque a me da lo mismo, porque lo estoy usando desde que era un pelao. Ya tengo los brazos duros y las manos ásperas de tanto tirar canalete. Y lo mismo mis compañeros. Llegamos a Marbella. En la orilla nos quedaremos cinco, mientras los otros cinco irán en el bote soltando el boliche. El boliche es una malla con cuadros de siete por siete. Cuando yo estaba pequeño, mis abuelos y mis tíos las hacían con hilo del algodón, pero esas duraban poco, porque el agua salada las pudría. Ahora las hacen con ese hilo que llaman nailon, que es como de plástico o algo así parecido. Después, cuando terminan de tejer la malla, le ponen unas bolas de icopor para que el boliche flote. Cuando los del bote terminan de echar el boliche dentro del agua, entonces dan una vuelta para que quede como una letra “U” o como una herradura. Llegan a la playa, se bajan del bote y jalan una de las puntas de la cabuya. Los que nos quedamos, jalamos la otra. Eso dura como media hora. En ese momento el boliche va a arrastrando todo lo que encuentre a su paso. Es como si viniera barriendo por debajo del mar. Cuando al fin logramos traerlo a la orilla, lo desenvolvemos y revisamos a ver qué trae. Puede que vengan muchos peces o puede que vengan bolsas plásticas, botellas, palos o basura y más basura. Para pescar con boliche, hay que tener fuerza en brazos y piernas, pero también un pellejo resistente al sol. No pasa lo mismo con el trasmallo, una red que instalan de noche y que funciona como una pared que se sostiene con flotadores, pero debajo tiene piezas de plomo para mantenerse dentro del agua. Me dicen los viejos pescadores que los peces ya lo conocen y, cuando lo ven, se devuelven para no morir aprisionados. Hay otro tipo de trasmallo al que le dicen “trasmallo buzo”, y lo instalan más al fondo donde viven especies como el chino, el pargo y el ronco. En las aguas medias, que es donde se ponen los trasmallos comunes, se pesca la sierra, el bonito, el carito y la cojinúa. Desde que estaba pelao siempre oí decir que el trasmallo es una forma prohibida de pescar y que es el culpable de que la pesca se esté terminando por estos lados, pero la verdad es que nunca he visto que hayan multado o encarcelado a alguien por eso, como pasaba cuando la gente pescaba con dinamita. Lo cierto es que cada año los pescadores tenemos que alejarnos más de nuestros pueblos para poder conseguir una buena pesca. A veces, por no tener lanchas motorizadas, nos conformamos con pescar por aquí cerca, pero preferiblemente en invierno, porque pican más y el boliche se llena. No sé si será por la combinación de agua lluvia con agua salada. En cambio, en el verano la brisa revuelve el mar y el boliche no pesca nada. De eso, me considero testigo. Yo comencé pescando con anzuelo, que no creo que sirva menos que el boliche y el trasmallo. Lo que pasa es que hay que conocer y tener suerte. Mi papá y mis tíos sabían de cartas marinas y con ellas localizaban los fondos donde se esconden las cardúmenes, pero a veces ni con cartas marinas, ni con carnada buena se consiguen. Y ahí es donde digo que uno también depende de la suerte. En esas épocas, cada sector del pueblo tenía sus grupos de pescaderos. A unos les gustaba pescar de día y a otros de noche. Estos últimos decían que no soportaban el sol. Y los otros no resistían esa tarea desde las 6 de la tarde hasta las 6 de la mañana. A mí siempre me gustó pescar de día. Pero hay veces en que me gustaría irme con los que pescan de noche, por ejemplo, como hoy, que el boliche trajo más basura que comida.


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