Claudio Flórez Meza, extra de películas.

Claudio Flórez Meza, con el cine a cuestas


No obstante sus 78 años de existencia y la cantidad de recuerdos que a veces se le oscurecen en la memoria, Claudio Flórez Meza aún recuerda con nitidez el día en que el director de la película “Queimada”, de Gillo Pontecorvo, descubrió a Evaristo Márquez, el co-protagonista.

“Ese día —cuenta— salimos bien temprano en la mañana para el palenque San Basilio. Íbamos, Pontecorvo, Rinaldo Ricci, primer asistente de dirección; el fotógrafo, Divo Kabrikiole, y yo. El director había dicho que necesitaba un negro alto, fornido y con pinta de atleta para que fuera el acompañante de Marlon Brando, el protagonista de la película.

Apenas llegamos al pueblo empezamos a llamar a la gente para que se reuniera en la plaza. Creo que llegaron más de cien palenqueros, pero nos cogió la tarde revisando y evaluando. Al final, a nadie escogimos, porque Pontecorvo era demasiado exigente; muy buena persona, pero se pasaba de exigente.

En vista de que ya habíamos perdido el día en la plaza, decidimos regresar a Cartagena sin el personaje que necesitábamos. Cuando íbamos por la mitad del camino, Pontecorvo mandó a detener el carro, mientras sacaba la cabeza por la ventanilla. Señaló hacia uno de los costados del camino por donde venía, montado en un mulo, un hombre con las mismas características que exigía el argumento.

Enseguida nos bajamos. Le hicimos señas de que se acercara y el tipo se asustó: ‘!yo no he hecho nada, yo no hecho nada!’, nos dijo. Y yo le contesté, ‘hombre, no te estamos llamando para nada malo. Simplemente déjate tomar fotos, a ver si te podemos contratar para una película.’ El hombre accedió. Nos dijo que se llamaba Evaristo Márquez, pero que nunca había trabajado en ninguna película.

Pontecorvo estaba contento con las condiciones físicas de Márquez, pero lo que no le gustaba era la estatura, pues el personaje tenía que medir, por lo menos, 1,80. Pero le sugerí al director que se le podían conseguir unas botas de tacón alto. Evaristo se despidió y nosotros seguimos nuestro camino, diciéndole que esperara noticias nuestras.

Unos días después, cuando ya me había olvidado del asunto, apareció por mi despacho Rinaldo Ricci, diciéndome que trajera a Evaristo Márquez.

—Pero ese tipo no para en el pueblo, sino en el monte, en su finca; y no sé en dónde queda eso.

—No me importa. A ese tipo me lo traes como sea—, dijo Ricci, quien hablaba perfectamente el castellano.

De inmediato me fui para Palenque; y, como lo había imaginado, el tipo no estaba en el pueblo, pero pedí que me llevaran a su finca. Cuando lo encontré y le comuniqué las pretensiones de Pontecorvo, se negó.

—Yo no puedo irme para allá, porque mi finca se queda sola; y de aquí es de donde saco para la comida.

—No te preocupes, te van a pagar muy bien.

—Pero no puedo dejar a mi mujer y a mis hijos solos.

—Tampoco es problema. Nos llevamos a tu mujer y a tus hijos y les conseguimos una casa, mientras terminas la película.

Y así fue como logré que el tipo me hiciera caso. Es que él era un poco cerrado de la cabeza”.

***

Claudio Flórez Meza lleva más de treinta años trabajando como guía de turismo. En alguna ocasión fue el presidente del “Sindicato de guías profesionales de turismo de Cartagena”, agremiación a la cual todavía pertenece.

Y fue precisamente trabajando como guía cuando tuvo la oportunidad de participar en la que, según sus recuerdos, fue la primera producción cinematográfica extranjera que se filmó en Cartagena.

“Eso fue en 1967. La película era francesa. Al principio se llamó ‘Estofado a la Caribe’, pero cuando llegó a las carteleras apareció con el nombre de ‘Los saqueadores’. Recuerdo que los productores se alojaron en el ‘Hotel Plaza Bolívar’. Una vez instalados allí anunciaron por las emisoras y por los periódicos que estaban necesitando personal para extras y figurantes.

Uno de esos días, desempeñando mi oficio de guía, estaba parado en la puerta del ‘Palacio de la Inquisición’ y me llamó la atención que la puerta del hotel permanecía llena de gente. Me acerqué y supe que estaban tomando inscripciones. En el acto me anoté y comencé a trabajar con ellos por diez pesos diarios. Eso era bastante plata en ese momento.

La película tenía algo que ver con el contraespionaje. Me acuerdo que los franceses construyeron una réplica del Castillo San Fernando de Bocachica en plena Plaza de los Coches. Allí me montaron para que disparara con una metralleta que se quedó sin cartuchos al poco tiempo, pero seguí disparando como si nada. Y eso le gustó al director”.

Claudio Flórez fue uno de los fundadores de la “Asociación de artistas de la radio, cine, teatro y televisión de Cartagena” (Arcitecar), gremio que surgió una vez concluyó el rodaje de “Estofado a la Caribe”, y en cuanto los mismos extras olfatearon que Cartagena, por su riqueza arquitectónica y natural, ya estaba en la mira de las casas productoras cinematográficas del extranjero.

“Se puede decir que ‘Arcitecar’ nació en Bocachica, porque, unos días después del rodaje, nos reunimos allá los hermanos Narváez, Clemente Julio Celedán, Juan Acosta Torres, Roberto Carrasquilla y mi persona. Entre charla y charla se nos ocurrió que era bueno organizar una especie de sindicato que agrupara a todos los extras y actores con el fin de acaparar cada película que viniera a Cartagena.

Empezamos con 25 miembros. En los días que siguieron, hablamos con las autoridades y se creó el acuerdo del Concejo que dispone que toda producción televisiva o cinematográfica que se desarrolle en Cartagena debe contar con nuestro visto bueno y participación para efectos del respectivo rodaje”.

***

 

Tal vez el primero que solicitó los servicios de “Arcitecar”, en 1968, fue Salvo Basile, el segundo asistente de dirección de Gillo Pontecorvo, cuando llegó a Cartagena la producción “Queimada”, que la mayoría de los cartageneros prefiere recordar como “La Quemada”.

“Necesitamos meter en esa película la mayor cantidad de negros que se pueda”, recuerda Claudio Flórez que dijo Basile cuando se presentó a las oficinas del gremio.

“Al día siguiente salimos a la calle y a todo negro que veíamos lo invitábamos a participar en la película. Sin proponérmelo, organicé al personal y se lo fui entregando a los asistentes de dirección, a quienes les gustó mi trabajo. En ese son duré dos semanas batallando sin percibir una sola moneda. Pero cuando empezó el filme, Roberto Carrasquilla, quien fue el primer presidente de ‘Arcitecar’ , hizo la lista de los que iban a trabajar con Pontecorvo y no me incluyó. Por eso no fui más. Pero al poco rato, Pontecorvo preguntó por mí y ordenó que me buscaran.

Me nombraron coordinador de personal, y mi oficio era buscar la gente que fuera necesitando la dirección. Por ejemplo, un día me dijo Salvo Basile: ‘consígueme un negro que tenga cara de hijueputa’. Enseguida salí para el Muelle de los Pegasos y me encontré un negro feo, varias cicatrices en la cara y con una mirada criminal. Cuando se lo llevé, dijo Salvo: ‘!bravo!, este es el hombre!’

Otro día, como a las 7 de la noche, me llamó Pontecorvo para decirme que necesitaba llenar la plaza de Las bóvedas con 300 negros. Y a esa hora salí con mi equipo para el mercado de Getsemaní y sacamos a todos los negros que encontramos en las cantinas, en las fondas, en las calles, etc., pero los conseguimos.

Otro día, filmando escenas en Santa Marta debimos conseguir 300 personas en un solo día. En fin, durante los cinco meses que duró el rodaje, llegué a reclutar a unas mil personas”.

***

Desde 1968, después de haber trabajado como extra, Claudio Flórez continuó con las productores cinematográficas que venían a Cartagena, pero siempre como coordinador de personal.

Los títulos de algunas de las películas que recuerda son: “Dos misioneros rebeldes” y “Un marinero y medio”, con Bud Spencer.

“Dale duro, Trinity”, con Terence Hill; “El corsario negro”, “Qué me importa que Miami explote”, “La muerte escucha”, “Crónica de una muerte anunciada”, “El dios serpiente”, “La carne y el diablo”, “Top line”, “El capitán Henkel”, “El sueño de Getulio” y “Nostromo”.

“Para ‘El sueño de Getulio —anota Flórez— me fue un poco más difícil reclutar gente porque el argumento era semipornográfico; y cuando decía que tenían que desnudarse, se negaban. Pero cuando les hablaba del sueldo, aceptaban.”

Para Flórez Meza los actores colombianos que han filmado en Cartagena “son más pretensiosos y arrogantes que los extranjeros. Al mismo Evaristo Márquez hubo que ponerle un policía 24 horas, porque quería ser lo mismo que Marlon Brando, que se perdía hasta una semana tomando ron, pero eso se le aceptaba, porque él era una estrella mundial.

Fuera del trabajo, Gillo Pontecorvo era un señor muy tratable; Brando era sencillísimo con la gente humilde, sobre todo con los negros; Lorenzo Lamas era muy chistoso; Terence Hill, era callado, pero amable. Y Bud Spencer, mamaba mucho gallo con nosotros.

Hubo una escena en ‘Un marinero y medio’, donde Spencer debía ser insultado por un taxista que casi lo atropella por ir distraído cruzando la calle. La rabia del taxista que escogimos no convencía. Entonces, me pusieron a mí. Y le dije: ‘¡mira, gordo hijueputa, fíjate por donde caminas!’. Y Spencer, en vez de proseguir con la escena, soltó la risa: ‘no joda, pero tú sí que estás rabioso’”, me dijo.

 


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