El acordeonista Emilio Ahumada Biaña no se cansa de afirmar que el papel de los técnicos de acordeones de Colombia, fue definitivo para que la llamada música vallenata ocupara los sitiales de prestigio que ahora detenta.
Nacido en El Carmen de Bolívar, pero radicado en Cartagena hace 34 años, Ahumada Biaña es otro de los viejos habitantes del barrio Pie de la Popa, en donde construyó un laboratorio equipado con destornilladores de todo tipo y tamaño, pinzas, lacas, navajas y lentes de aumento, entre otros accesorios, con los que registra las complejas piezas del interior de los acordeones que le encomiendan.
Diariamente recibe las visitas de instrumentistas de todas partes de Colombia; o de músicos colombianos residentes en el exterior, quienes lo consideran uno de los mejores técnicos de acordeones con los que cuenta el país en estos momentos.
Desde 1978, cuando decidió establecerse en Barranquilla, está trabajando como técnico de acordeones, pero también como corista primera voz y cantante de agrupaciones como la del tres veces Rey Vallenato Alfredo Gutiérrez y “Los corraleros del Majagual”. En algunas grabaciones de Lizandro Meza, Enrique Díaz y Manuel “Mañe” Bustillo (el manager del dúo Latin Dreams) ha sido contratado como director y creador de arreglos.
Actualmente sigue ejerciendo esas funciones, pero no con tanta frecuencia como antes, como cuando era el asignado para cumplir giras musicales dentro y fuera del país, debido a que la reparación de acordeones copa la mayor parte de su tiempo, actividad con la que ha aprendido infinidad de secretos que a veces comparte con sus amigos más cercanos.
Afirma creer que la vena musical le desciende del lado materno, pues su abuelo, Juvenal Biaña, era el clarinetista de una de las muchas bandas que existían en El Carmen de Bolívar, mientras que un primo segundo, Edilberto Biaña, recogió algo de fama como excelso guitarrista en la subregión de los Montes de María
Empero, declara ser el primer acordeonista de su familia, aunque el acordeón cayó en sus manos mucho tiempo después de haber aprendido a tocar la violina, instrumento que le facilitó el estudio subsiguiente. Cada progreso en la música fue ahogando sus intenciones de convertirse algún día en abogado de cualquiera de las mejores universidades de Colombia.
Y lo más probable es que hubiese sido uno de los más enconados litigantes de la Costa Caribe, a juzgar por el mundo de palabras con que juega cuando de conversar o parrandear se trata...
Una labor de juicio
--Me imagino que lo de ser técnico de acordeones le viene con el aprendizaje de la violina...
—No. Esa inquietud vino mucho después. Lo que sí le agradezco a la violina fue que me facilitó el aprendizaje del acordeón. Por eso insisto en que a todo niño que quiera aprender a tocar acordeón se le debe enseñar primero la violina. Ya con un mundo de melodías en la mente y con las ganas de explorar más allá, se le debe comprar el acordeón; y las cosas serían más fáciles, como en mi caso.
--¿Cómo llegó a ser técnico de acordeones?
—Llegué por pura y física necesidad, aunque ya tenía alguna curiosidad por ese oficio.
Resulta que cuando tenía mi conjunto, siempre que necesitaba arreglar un acordeón me iba para Sincelejo, a casa de Anastasio Molina, hermano del maestro Aniceto Molina. Yo era muy exigente con mis acordeones y Anastasio era excelente en ese oficio.
Un día necesité de su ayuda y me fui para Sincelejo sin previo aviso; y cuando llegué, me encontré con que Anastasio se había ido definitivamente para Estados Unidos a trabajar con Aniceto. Me regresé para Cartagena y empecé a necear el acordeón, hasta que la dejé sonando a mi gusto. Y allí empezó todo.
--¿Para entonces alternaba la música con la reparación de acordeones?
—No. La verdad es que al principio reparaba únicamente mis acordeones y seguía laborando con mi conjunto. Un día, amenizando una parranda en Barranquilla, en casa de la familia De León, del barrio El Carmen, un acordeonista de Ríohacha, llamado Gustavo Quintero, me preguntó que quién era mi técnico de acordeones. Le dije que yo mismo. Entonces me encargó que le arreglara la suya. Al día siguiente se emocionó tanto con los resultados, que se presentó después con seis acordeones más para que se las preparara. Así me di cuenta de que como técnico me ganaba en menos de una semana lo que como músico ganaba en un mes... y hasta más.
--Pero, ¿debió de haber algún antecedente de aprendizaje con otros técnicos veteranos...
—Por supuesto. Antes de decidirme a ser técnico, había entablado una buena relación con los maestros Calixto Ochoa, Anastasio Molina, Ramón Vargas, Ovidio Granados, Mariano Pérez, Rufino Barrios y Rodrigo Rodríguez, quienes siempre fueron muy inquietos en eso de buscarle mejores sonoridades al acordeón.
--A propósito, ¿cómo aparece el trabajo de los técnicos en la música de acordeón?
—Lo primero que debo decir, sin temor a equivocarme, es que los técnicos de acordeones surgieron entre los músicos sabaneros y no entre los vallenatos, como podría creerse. Y la razón es muy sencilla: acordeonistas como Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez, quienes hacían experimentaciones con acordeones y metales, se dieron cuenta de que algunas piezas no podían ser cantadas en los tonos en que eran compuestas, porque el acordeón no daba para acompañarlas ni para alcanzar la talla de los clarinetes bombardinos y trompetas.
A veces un acordeonista sabanero componía una canción, pero, cuando pensaba ponerle los arreglos, se metía en aprietos al darse cuenta de que la tonalidad del acordeón no era la misma que a él le sonaba en la mente. De ese modo, el acordeón se presentaba insuficiente.
Fue así como Alfredo y Calixto cayeron en la cuenta de que ese instrumento carecía de ciertas escalas melódicas. Por lo tanto, había que instalárselas. Allí nació el oficio de los técnicos de acordeones.
Antes de eso, juglares como Alejandro Durán, Andrés Landero y Luis Enrique Martínez —por mencionarte a los más populares— componían y cantaban sus canciones en los tonos que traían de Europa los acordeones, pero llegó el momento en que eso no pudo seguirse haciendo así.
--¿Cómo vienen los acordeones de fábrica y cuál es el trabajo que les aplican ustedes los técnicos?
—Unos acordeones vienen de Alemania con la nota do en la hilera de botones que está en el centro. Esos acordeones se conocen como GCF (sol-do-fa).
Otros se llaman ADG (la-re-sol) y tienen un tono más elevado que el anterior.
Otros son conocidos como “Cinco letras” (Si-bemol) (Bb-Eb-Ab). Tienen medio tono más arriba que el ADG.
Otros se llaman “Cuatro letras”, una versión que ya casi no viene a Colombia. Tienen un tono más abajo que el GCF (F-Bb-Eb) (Fa-Si bemol-Mi bemol).
Entonces, el aporte de nosotros los técnicos colombianos es lograr escalas de tonalidades que no traen esos acordeones.
Por ejemplo: nosotros instalamos el si y el fa sostenido. El mi y el do sostenido. Otra cosa que hemos descubierto es el que acordeón no es un instrumento percutivo, ni de cuerdas, ni de viento, aunque trabaje con aire. Es de lengüeta libre. Y eso lo hace un poco más complejo en su arreglo, porque requiere de más precisión.
Los técnicos, además, hemos logrado instalar los tonos en donde el acordeonista lo pida, mientras que los de fábrica vienen en una sola hilera, haciendo un poco más incómodo el trabajo de algunos músicos.
--¿Cuáles son los daños más frecuentes que sufre un acordeón?
—La rotura de pitos, la desestabilización de sus tonos, la rotura del fuelle, la pérdida de compresión en su empaquetadura y el deterioro del nácar sintético con que se recubre en su parte exterior. Vale decir que este nácar es importantísimo, porque, de no existir, los acordeones se deteriorarían más rápidamente con el sudor corporal.
Y agrego este dato: en tierras costeras, un acordeón suele desafinarse con más frecuencia que en tierras de clima frío, debido a la humedad y a la salinidad, toda vez que los pitos están fabricados con un acero que posee un alto porcentaje de carbono, para conseguir el tono ideal. Ese acero es más sensible a la salinidad que al frío.
¿Cuáles son las características de un buen técnico de acordeones?
—Casi siempre el que comienza como técnico termina siendo fabricante.
Entonces, debe tener algo de ebanista y entender un poco de los tipos de madera, porque se está trabajando con un instrumento acústico.
Debe poseer cierta sensibilidad para adaptarse a los gustos sonoros de cada cliente, lo que hace mucho más complejo el oficio.
Debe tener mucha familiaridad con el manejo de las herramientas, que en mi caso he sorteado bien, porque soy egresado de la “Escuela Industrial Juan Federico Hollman”, de El Carmen de Bolívar, en donde aprendí el manejo de todos esos utensilios. A parte de eso, tengo estudios en armonía y eso me facilita mucho el arreglo del sonido del instrumento.
El técnico debe entender algo de Física, porque el sonido, como la luz, tiene ondas de reflexión, refracción y eco.
Debe entender de metalmecánica, porque dentro del acordeón se encuentra un sistema metálico que requiere de mucha precisión.
--¿Cuál es la parte más dispendiosa de ese trabajo?
—Cambiarle las escalas de tonalidades al acordeón. Eso se puede demorar hasta tres días. Las demás reparaciones pueden demorarse entre cinco minutos y seis horas, dependiendo de la magnitud del daño.
—¿Dónde se puede estudiar este oficio?
—Por el momento es empírico. Quienes lo ejercemos hemos sido guiados por la curiosidad y la buena voluntad. Pero creo que deberían conformarse escuelas para futuros técnicos. Así como existen academias para aprender a ejecutar instrumentos, también deberían abrirse otras para aprender a repararlos. Sería bueno que el Estado incentivara la creación de esos establecimientos.