Antes de que los grupos armados ilegales asesinaran a más de 500 personas, el corregimiento de Macayepo era un pueblo olvidado hasta por la misma Alcaldía de El Carmen de Bolívar, municipio al cual pertenece.
Está encaramado, junto con otros corregimientos y veredas, en lo más alto de la zona montañosa de El Carmen, cuyo ascenso en carro era casi que imposible, porque no había carreteras sino caminos de herradura, que, en invierno, ofrecían tanto peligro como los violentos que los circundaban.
En estos tiempos, cuando hay una carretera asfaltada que asciende como si quisiera tocar el cielo, en medio de cinturones de neblina, el recorrido entre El Carmen y Macayepo se demora una hora, aproximadamente. Antes de la carretera y el modesto progreso, era toda una odisea visitar esos caseríos.
Tanto era así que los campesinos preferían gastarse 20 minutos usando la vía de Chinulito (Sucre), aunque tuvieran que cruzar siete brazos del arroyo Palenquillo, pero en poco tiempo estaban en Sincelejo, donde muchos estudiaban, trabajaban y adquirían las compras cotidianas.
Tanto se acostumbraron a la hospitalidad sincelejana que cuando el entonces gobernador, Juan Carlos Gossaín, visitó Macayepo, ninguno de los niños pudo entonar el himno del departamento de Bolívar sino el de Sucre.
“Cuando el Estado comenzó a hacer presencia por estos lados, fue cuando comenzamos a sentirnos bolivarenses, pero el precio fue alto, porque se necesitó que mataran a un poco de gente y que el pueblo quedara solo, para que los políticos se acordaran de nosotros”, dice Ciro Canoles Pérez, un líder social de Macayepo, quien, sin embargo, asegura no tener problemas en hacer trabajo comunitario donde se lo pidan.
Los mayores de Canoles Pérez pasan de los 80 años de edad, y son ellos quienes le han contado que Macayepo podría estar sobrepasando el siglo de existencia y que duró mucho tiempo sin servicios públicos ni vías adecuadas, pero la gente vivía tranquila criando animales domésticos y sembrando el aguacate, cuyos árboles servían de sombra a los cultivos de café.
Ambos productos eran trasladados a Sincelejo y a los demás municipios de Sucre, donde se comercializaban y se obtenían las monedas con las que, a duras penas, se sostenían los macayeperos.
Llegados los años noventa, apareció una banda de atracadores, cuyos integrantes se hacían llamar “Los Peluffos”, quienes irrumpían en las fincas, violaban a las mujeres, se llevaban las aves de corral, mataban el ganado y cargaban con la carne, sin que alguien se atreviera a detenerlos.
Los campesinos, en primera instancia, pusieron las quejas en el Comando de la Policía apostado en El Carmen, pero no hubo patrullajes ni capturas. Después fueron a la misma Alcaldía, pero tampoco se tomaron acciones.
“Entonces --recuerda Ciro-- llegó el momento en que la gente se cansó de tanto pedir ayuda a las autoridades; y, como nosotros sabíamos que por estos montes andaban los guerrilleros del Eln y del Epl, fuimos a buscarlos para que resolvieran la situación”.
Y vino el Eln. Pero “el remedio fue peor que la enfermedad, porque al principio todo marchaba bien, pero después llegaron los del Epl y comenzaron a darse plomo con los del Eln por el dominio de estos pueblos. Después llegó el Ejército y nos maltrataba, porque decía que todos éramos guerrilleros, ya que la misma guerrilla nos había aconsejado que invadiéramos los terrenos de los ricos. El caso es que la gente terminó por cogerles rabia a los soldados y a favorecer a los guerrilleros, aunque estos también mataban campesinos y protegían al que les daba la gana”.
Después llegaron las Farc. “Y más atrás los paramilitares, quienes hacían de guías para la Armada Nacional, y lograron darle muchas bajas a la guerrilla. Al principio, creíamos que los ‘paras’ también eran del Ejército, así que cuando la Armada se retiró vimos como normal que aquellos se quedaran, pero resultaron siendo los hombres de Rodrigo Peluffo, alias ‘Cadena’”.
Recuerdan los campesinos que los paramilitares nunca se establecieron en Macayepo sino que lo tenían como corredor para internarse en la Alta Montaña, sobre todo cuando cobraban acusaciones contra alguien. Dicen que ese sistema duró más o menos diez años, hasta 2000, cuando guerrillas, paras y Ejército hicieron que el pueblo se desplazara hacia Sincelejo y sus alrededores.
“Aquí --cuentan-- todos los días mataban dos y tres personas, y el asunto se volvió tan normal que cuando oíamos los disparos a lo lejos decíamos: ‘ya cayó otro. Algo hizo. Lo mataron por sapo’. Después mataban a más de cinco juntos, pero primero los ponían a cavar sus propias tumbas. A algunas personas las desaparecieron para siempre”.
En octubre de 1999 Macayepo quedó solo. No obstante, las 300 familias que llegaron a Sincelejo no formaron invasiones ni quedaron por las calles, puesto que todos tenían algún pariente o amigo, forjado desde siempre mediante las relaciones que el pueblo había cultivado con los sucreños desde tiempo atrás.
“En 2004 regresamos, porque no pudimos acostumbrarnos a la ciudad. Pero primero, los líderes sociales visitamos a cada familia y les hablamos de la ‘Seguridad democrática’, con la cual el Estado estaba dispuesto a garantizarnos la seguridad. La Armada Nacional se puso al frente y perdimos el miedo a los guerrilleros y a los paras, aunque no dejaban de hostigar”.
Los campesinos encontraron el pueblo invadido por la maleza, pero resolvieron sembrar maíz por toda partes, hasta recoger seis toneladas, además de los sembrados de ñame que habían abandonado en las rozas de corregimientos y veredas vecinas como Lázaro, La Sierra y Centro Alegre. Le decían el ñame “meloencontré”.
“Después de ese infierno vinieron el presidente Santos y los gobernadores Gossaín y Dumek e hicieron la transversal, pavimentaron la calle principal e dieron mejoramiento de viviendas. Pero falta mucho. La vías de El Limón, Samarcanda, Lázaro y Campo Alegre no sirven. Se necesitan más proyectos productivos, servicios públicos, escuelas y salud”.