Amas de casa recogiendo agua.

En 17 de Mayo se bebe agua con límpido


El último fin de semana que Johnny Puente Doria, un técnico del Plan de Emergencia Social de la Alcaldía de Cartagena, visitó al barrio 17 de Mayo, se asombró con lo que le contaron dos amas de casa: “nosotras, para que los niñitos y los grandes puedan beber el agua, primero le echamos un frasco de límpido”.

Vale destacar que en anteriores visitas, Puente Doria nunca se asombró cuando observó con sus propios ojos que las familias de ese barrio recolectan el agua a través de una interconexión de mangueras de plástico y de caucho que, a su vez, están conectadas a la tubería de un depósito de la empresa Aguas de Cartagena, el cual reina en la cima de una de las lomas que rodean a los sectores de la zona sur occidental.

No obstante, el agua que corre por esa red de mangueras remendadas en varios extremos carece del tratamiento y la optimización que se consume en los barrios bien organizados, pero desde hace cinco años —cuando se fundó el 17 de Mayo—, los moradores se han valido de algunas estrategias para que el consumo del llamado líquido precioso no termine por convertirse en una emergencia de salud.

Sin embargo, en los inicios de la fundación no fueron pocos los niños y jóvenes que presentaron problemas estomacales y cutáneos después de varios días ingiriendo el agua no tratada. Por tal razón, las familias empezaron a utilizar el conocido alumbre en piedras; y aseguran que las enfermedades se redujeron considerablemente.

“Pero ese alumbre ya no se consigue. Por eso, después que recogemos el agua, le echamos un frasco de límpido con olor a limón o a rosas. Con eso cocinamos y bebemos; y hasta ahora no se ha enfermado nadie”, dijo Nidia Gómez, una de las amas de casa que conversaron con el funcionario.

Sin salirse del asombro, el funcionario preguntó por los cuidados que se tienen a la hora de agregar el límpido a los tanques de agua, pero explicaciones no muy claras le dieron a entender que la aplicación del químico no es la más adecuada ni en su frecuencia ni en sus cantidades.

Como consecuencia, en los siguientes minutos las amas de casa se enteraron, por boca de Puente Doria, que el hipoclorito de sodio diluido en agua generalmente causa una irritación estomacal leve, pero ingerirlo seguidamente puede ocasionar síntomas más serios como asfixia, dolor en la boca, quemaduras en el esófago, tos, bronco aspiración, dolor en la garganta, enrojecimiento, ardor en los ojos, náuseas, quemaduras, ampollas, vómitos, presión sanguínea baja, latidos cardíacos lentos, dolor torácico, shock, delirio y coma.

En el rostro de Margarita Delgado, otra de las amas de casa que conversaron con el empleado público, se asomaron unas cuantas líneas de preocupación, pero al mismo tiempo afirmó que por el momento no podía hacerse nada distinto a lo que se ha venido practicando, pues el barrio está tan lejano —y tan desconectado de casi todo— que una red de acueducto legal resulta ser un sueño gaseoso y poco menos que imposible.

El barrio 17 de Mayo está localizado al sur occidente de Cartagena, detrás del sector Henequén, en donde quedaba el antiguo relleno sanitario, y muy cerca de la zona industrial de Mamonal. Nació hace cinco años con la afluencia de varias familias desplazadas de los departamentos de la Región Caribe y de diversas zonas del interior del país, pero también con familias provenientes de otros barrios subnormales de la capital de Bolívar.

“Dos años después —cuentan los habitantes—, las familias que se metieron a la brava, comenzaron a venderle sus terrenitos a los que viven ahora, aunque la mayoría somos personas nacidas en municipios y corregimientos de la Costa. Por eso el barrio tiene ambiente rural, aunque le faltan muchas cosas para que la vida sea un poco menos difícil”.

Evidentemente, faltan escuelas, puestos de salud, adecuación de vías y saneamiento básico, pero lo que ellos identifican como el gran problema entre todos sus problemas es la falta de agua potable. Por ella no sólo tienen que madrugar todos los días, trasnocharse o no dormir, “porque el manejo del agua lo gobiernan los del barrio Henequén”, afirmó Nidia Gómez, agregando que en algunos momentos les ha tocado discutir y hasta tener enfrentamientos físicos con los de ese sector, “porque taponan las mangueras; y, hasta que no terminan de recoger su agua, no nos permiten a nosotros hacerlo. Por eso algunos trasnochamos o nos levantamos en la madrugada a llenar tanques”.

Después de los patios sembrados de yuca, plátano y algunos árboles frutales lo que más abunda en las calles destapadas del 17 de Mayo son las filas de galones de plástico que anteriormente servían como recipientes de gasolina y aceite para maquinarias, pero una buena lavada con detergente, ceniza o tierra les borra (supuestamente) antiguos vestigios y los deja como los precisos para cargar el agua que se depositará en los tanques de doce latas que duermen en los patios y cocinas de las viviendas.

Las mangueras cruzan por los solares, alcanzan algunos patios y calles en donde niños y mayores esperan su turno para llenar los galones.

“Así —dijo Margarita Delgado— ninguno tiene que pagar por conseguir agua, porque es impotable. Pero si uno quiere agua potable tiene que bajar hasta Henequén con varios galones que valen cien pesos cada uno. Allí contrata a alguien que se la suba hasta el 17 de Mayo y le paga $500. Pero no siempre hay plata disponible. Por eso, algunas familias recogen agua no tratada para los quehaceres de la casa y compran agua potable para beber, que no es que dure mucho. En vista de todo eso, mejor se compra un poco de límpido para que el agua no tratada, que es bastante, dure más”.

Por levantarse en una zona alta, el 17 de Mayo no sufre las inundaciones de los barrios vecinos cuando llega el invierno, pero sí las incomodidades del barro resbaladizo y peligroso en que se convierte el polvillo que cubre las calles en la época del verano.

Tal como en Policarpa Salavarrieta, Membrillal, Villa Hermosa, Puerta de Hierro, Arroz Barato y Henequén, en el 17 de Mayo cada vivienda tiene uno o dos pares de botas pantaneras para que cada cual se movilice hacia su sitio de trabajo o a los planteles educativos, que están en otros lugares; o hacia los centros médicos, que no existen en esa comunidad.

“Como aquí nadie nos ha construido parques ni zonas deportivas —anotó Nidia Gómez—, tomamos un lote en una de las pocas zonas bajas que tiene el barrio, le quitamos el monte, le pusimos unas llantas en los alrededores y lo convertimos en campo de fútbol para que los niños se distraigan. Pero de pronto apareció una dueña y dijo que no quería más juegos allí. Ahora, cuando llueve, le cancha se vuelve una piscina que cría mosquitos a toda hora”.

Otra de las zonas bajas es una laguna de aguas pluviales rodeada de juncos, matas de corozo y arena, en donde los lugareños acostumbran a solazarse, especialmente los fines de semana; otros practican la pesca, gracias a un cultivo de mojarras que propició el propietario de una finca cercana para su propio sustento y el de los vecinos.

Pero el agua sigue siendo el problema: sea porque no es buena en épocas de sequía; o porque daña las calles en épocas de invierno.


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