No se sabe si fue casualidad o una acertadísima causalidad, pero el grupo “Taky Pakary” escogió el mes de diciembre para regalarle su música a Cartagena.
Desde que empieza el año le asignan un mes a cada ciudad de Colombia. Y en ese son ya han recorrido casi todo el país tocando los aires de la música andina, esa que parece una columna de brisa que apacigua hasta los malos pensamientos.
A Cartagena llega la música andina en diciembre. Cuando la ventolera de la Navidad se asoma a través de las rendijas de la alegría, el sonido conciliador de Taky Pakary hace presencia a los pies del Reloj Público, en la Plaza de Bolívar, en el Parque del Centenario o en La Matuna.
Son cuatro integrantes guarnecidos con bombos, zampoñas, quenas, panflúes, flautas cherokis, palos de agua, bastos, requinto, guitarra, tiple, bandola, un equipo de sonido y un secuenciador para amplificar las intervenciones que ya tienen plasmadas en tres discos compactos.
Se dan a conocer como Tobías Andrango, quien toca varios instrumentos de viento y se viste como indígena apache, según él, para homenajear no sólo a los nativos de las cordilleras andinas, sino también a los de las montañas norteamericanas. “Para nuestros indios —afirma— América es una sola. Siempre lo fue. Siempre lo ha sido y lo será”.
Diego Morillo es vocalista, aunque la mayoría del repertorio es netamente instrumental. Garman Edinson ejecuta los instrumentos de cuerdas; y Rude Burgas, los percutivos.
Hace dos años fundaron el grupo, pero se conocieron con anterioridad en diferentes ciudades de Colombia, tal vez en virtud de una sentencia que los cuatro manejan: “en cualquier parte de América siempre habrá un andino haciendo música”.
Así dicen que sucedió: Tobías tocaba su viento en las plazas de Bogotá. Diego hacía lo suyo en Barranquilla. Garman se defendía en Santa Marta y Rude, de vez en cuando, percutaba en Cartagena.
Pero todos son andinos: una parte es de Ecuador, en donde han grabado sus tres producciones musicales; y la otra es de Perú, dos países a los que también les cantan cuando deciden romper el itinerario anual de las ciudades colombianas.
Cada uno, por su lado, había estudiado lo concerniente a la música andina. De manera que actualmente manejan todo lo que debe saberse al respecto.
Explican sin cancaneos que esa expresión melodico-percutiva se compone de una extensa gama de géneros propios de los Andes suramericanos, aproximados al área habitada por los nativos Incas, desde mucho antes de la llegada de Colón.
El territorio en cuestión incluye a Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador y Colombia, pero hacen la salvedad de que no en todos se utilizan los mismos instrumentos, ya que es posible que en unos se ejecute la zampoña, la quena, el charango y el bombo, mientras que en otros lugares los instrumentos básicos sean el requinto, la guitarra, el tiple y la bandola, en su mayoría provenientes de las culturas aymara y quechua.
Los más famosos son los sikus, antaras o zampoñas, compuestos de 15 o 13 tubos de bambú amarrados en dos hileras, mientras que la quena, es una flauta vertical de madera con seis orificios.
Y el charango es una guitarra pequeña de diez o doce cuerdas que tradicionalmente se hacía con la concha del armadillo, a la vez que el bombo es un tambor grande tocado con mazas (porros) de cuero, muy similar a la tambora que se usa en los conjuntos de gaita del Caribe colombiano.
Si a primera vista surge la impresión de que a nivel de instrumentos la música andina está abundantemente dotada, cuando se habla de los ritmos la sensación de vastedad puede que aumente, dado que el complejo contiene bambucos, pasillos, valses, sanjuanitos, albazos, yaravíes, tonadas, huaylas, carnavalitos, huaiños, tinkus, sayas, cuecas, chacareras, trotes y tonadas, una variedad a lo mejor superada en Colombia por la música chocoana.
Todos estos ritmos continúan inspirando y produciendo formas modernas que mezclan lo tradicional con lo vanguardista. Rockeros como Shakira y Carlos Vives, salseros como Rubén Blades, y creadores de música electrónica tipo trance como Mikie González, incorporan en algunas de sus obras la riqueza instrumental y rítmica de la música andina.
Y aunque no ocupe primeros lugares en las estaciones radiales latinoamericanas, la cantidad de grupos y cantantes que la cultivan —y la han cultivado durante todos estos años— es casi parecida en número al arsenal de sus ritmos y sus instrumentos.
Los de Taky Pakary mencionan a expositores como Los Jaivas, Savia Andina, Los Campesinos, Los Calchakis, Illapu, Quilapayún, Víctor Jara, Grupo Alturas, Incason, Inkas Wasi, Inti-Illimani, Perumanta, Nueva Proyección, Manu, Alpamayo, Bolivia Manta, Los Macchu-Picchu, Los Guanacos, Los Chacos, Perú Inti, Quinara Manta, Inkari, Inkhay, Jaime Torres, Los Incas, Huylca, Amankay, Kjarkas y Libertad.
Los artistas andinos están de acuerdo en que con los nombres de esos grupos y con los títulos de las canciones, podría organizarse todo un glosario de términos pertenecientes al quechua y al aymara, empezando, sin duda, por el nombre de su propia agrupación.
Taky Pakary es una voz quechua que significa “Canto del amanecer”. Y siempre que llega diciembre, los andinos le hacen honor a su nombre. Desde las primeras horas de la mañana hieren la luz del sol con el leve rumor de su música. Y es imposible que alguien los ignore.
La gente olvida la prisa que les exigen sus remotos compromisos y se dedica a rodear al grupo, a preguntar por sus discos, los que alguno de los integrantes, cuando no está manejando un instrumento, se dedica a promocionar en pos de recaudar fondos para los viajes y las futuras grabaciones.
Hasta el momento han materializado tres que llevan por títulos Meditation Music, “Antología de los Andes” y “Música nativa”. Pero también proyectan otros dos volúmenes que llevarán por nombre “Música autóctona”.
Tal vez lo que impresiona a los transeúntes, pero a la vez los relaja y los aproxima a la armonía de la efemérides pascual, es que los Taky Pakary no sólo se ocupan de los ritmos y las canciones clásicas de la música de los Andes, sino que también toman piezas de fama mundial y las ajustan el ropaje que proponen las zampoñas y las quenas.
Por eso no es tan raro escucharlos interpretando Hey, Jude, de The Beattles; Un beso y una flor, de Nino Bravo; Chiquitita, del Grupo Abba; o Guantanamera, de José Fernández Díaz. Todo concebido con la espiritualidad que sugieren los sonidos de la música indígena de los Andes.
Los cartageneros que cruzan por el Centro Uno tampoco es que sean tan ajenos a la existencia de la música andina. Eso se percibe cuando empiezan a solicitar canciones como El cóndor pasa, tema responsable del prestigio mundial que tiene la cultura de los Andes; o El humauaqueño, que podría competir en versiones grabadas con El Manicero y Las mañanitas.
En cuanto finalice diciembre, los jirones de la brisa que aún permanezca empujarán a Taky Pakary hacia Barranquilla. Después, hacia donde las alas del cóndor señalen.