Silvio Carmona Vega, curandero de Puerto Rey

En medio siglo, las serpientes no han vencido a Silvio


En el corregimiento de Puerto Rey, a 20 minutos de Cartagena, vive uno de los pocos curanderos del departamento de Bolívar, especialistas en aliviar mordidas de serpientes.

Se trata de Silvio Carmona Vega, quien acaba de cumplir 80 años de haber nacido en el municipio de Clemencia; y más de 50 de estar ejerciendo el oficio que aprendió siendo adolescente.

Reside a las afueras de Puerto Rey con su esposa, Mélida Blanquicett Pineda, de 71 años. Tuvo 15 hijos, de los cuales han muerto seis, mientras que los nueve restantes velan por él como reemplazando a la seguridad social que no le produjeron sus actividades de curandero.

Mélida tenía 16 años cuando decidió irse a vivir con Silvio. Observando y preguntando aprendió algo del oficio, pero sin dejar de reconocer que el verdadero maestro de esas artes es el hombre que ahora permanece sentado a la puerta de la vivienda, sobre una silla de hierro forrada con plástico.

La casa se ve oscura. Los ojos de Silvio también. Dice Mélida que desde hace cinco años viene soportando una ceguera progresiva que necesita cirugía, pero que él aplaza siempre que puede.

Su voz es casi inaudible, como la de un niño que está aprendiendo a balbucear algunas palabras. Sin embargo, se le entiende que el conocimiento le llegó de parte de su padre, José Carmona Soto, quien curaba con plantas, pero también con rezos.

“Yo curo únicamente con plantas —aclara Silvio—. Los rezos no me gustan, porque son un peligro. Si tú le pones un rezo a un herido por serpiente, es posible que una persona mala le ponga un rezo contrario para que no se cure, le duela la herida y hasta se muera.

“La gente es tan mala que cuando tú estás echando el rezo, puede aparecerse alguno con un huevo clueco en la mano y lo pone cerca del enfermo para que empiece a rabiar y se muera. Es que al malo lo que se le ocurre es la maldad. Por eso mi papá me decía que si un curandero venía buscándome para que le diera un conocimiento que él no tenía, mejor que me quedara callado”.

En cuanto a las plantas, Silvio asegura que hay más de 20 que sirven para tratar las mordidas de serpientes, “aunque la gente las considere rastrojo, pero yo nada más uso cuatro: la yaya, la contra capitana, la cajón de frayle —que también se conoce como ‘solita’— y una que muchos ni se imaginan que sirve para eso, que es el matarratón”.

Escuchando las explicaciones de Silvio y Mélida, pareciera que el oficio de curar mordidas de serpientes fuera simple y sin mayores complicaciones, “porque lo único que nosotros hacemos —dice la mujer— es coger la planta (o la ‘contra’, como le dicen por acá), la rayamos, le damos al enfermo el jugo que sale del rayado y en la herida le ponemos el bagazo que queda de la planta. Desde ese momento ya está curado”.

“Pero eso necesita de mucha práctica y conocimiento —aclara Silvio—. No todo el mundo puede hacerlo”.

La semana pasada, “El Chicho”, de 7 años, un nieto de Silvio y Mélida, estaba observando la tala de un árbol en el patio de un vecino. Cuando el tronco y sus ramas cayeron, de las raíces salió una serpiente que mordió al muchacho en la pantorrilla.

“Enseguida me lo trajo la mamá —recuerda Mélida—. Silvio no estaba aquí y me tocó coger las cuatro contras. El pelao gritaba porque se le estaba durmiendo la pierna, pero cuando se bebió el jugo, empezó a bajársele el dolor. Después le amarré el bagazo con un trapo; y al día siguiente ya estaba yendo al colegio”.

Para Silvio, la vieja discusión de si las serpientes pican o muerden no tiene sentido, “porque ellas hacen las dos cosas: muerden cuando abren la boca y arropan la parte del cuerpo que van a atacar. Allí clavan cuatro colmillos, dos de arriba y dos de abajo para sujetar la carne. Después, pican con un colmillo que tienen en el cielo de la boca y allí es cuando se revientan las bolsas de veneno que ellas guardan. Ese líquido penetra por el hoyito que hizo el colmillo”.

La mayoría de las veces, según Silvio y Mélida, el veneno de las serpientes empieza paralizando la zona afectada; luego, si la persona se desespera, puede que se paralice todo el cuerpo y hasta sobrevenga la muerte. Sin embargo, dicen que las víctimas que hasta el momento han atendido han superado la emergencia.

“Una cosa que ayuda —agrega Silvio— es la fe y la confianza que el paciente ponga en uno. No como hizo Eusebio Martínez, un vecino de por aquí cerca.

“A ese le picó una serpiente en la pierna derecha, cuando estaba en una roza que tiene en el monte. Enseguida salió para un puesto de salud en Cartagena y allá lo vacunaron. Regresó a Puerto Rey y, al día siguiente, seguía con el mismo dolor.

“Un hijo le dijo: ‘papá, vaya donde Silvio Carmona, que él lo cura’. Y Eusebio respondió: ‘qué Silvio ni qué Silvio. ¿Él acaso es médico?’. Entonces se fue para Barranquilla y allá lo inyectaron de nuevo. Regresó a Puerto Rey y, al día siguiente, la pierna se le hinchó que parecía un tronco.

“El hijo le dijo lo mismo de la vez pasada, pero siguió con su terquedad, hasta que no pudo más con el dolor. Entonces vino. Pero le dije que no lo podía atender, por haber dicho que yo no curaba.

“Lo atendió Mélida, pero solamente le rayó la contra, se la entregó y le dijo que se la colocara allá en su roza. El tipo se la puso y, diez horas después, se le reventó la hinchazón. Pura materia era lo que tenía ahí”.

Los curanderos aseguran que son muy raras las veces en que una serpiente ataca por atacar. La mayoría de las ocasiones, la mordida es la respuesta a una amenaza o a que simplemente alguien pasó por su madriguera y la tropezó, “como pasó con una choncha que tenía Gilberto ‘El Nene’ Rocha, otro vecino de nosotros”, cuenta Silvio.

“‘El Nene’ vino preocupado a buscarme, porque la choncha estaba preñada. Y lo que hicimos fue rayar una contra, echar el jugo en una botella, buscar una barra de hierro para abrirle la boca y así le fuimos echando el jugo poco a poco, hasta que se lo tomó todo. Después le pegamos el bagazo en la pata y se salvó, pero perdió a los lechones ”.

Entre los conocimientos que comparten Silvio y Mélida, existen convicciones como que “ningún picado de culebra debe estar al lado de una mujer preñada o con la regla, porque empieza a dolerle la herida, pero tan horriblemente que uno puede oír los gritos más allá de diez cuadras.

“El buen curandero tiene que ser prudente, sobre todo el que cura con secretos, porque la gente es muy envidiosa. Nosotros recordamos a uno de Bayunca que llamaban Luis Blanquicett. El hombre curó con rezo y le regalaron una novilla. Pero apenas llegó al pueblo se puso a darse bombo y le echaron un mal. Murió barrigón como un sapo.

“Otra cosa con la que hay que tener mucho cuidado es en el no quitarle la ropa al recién picado de serpiente, porque es posible que el curandero diga que ya no lo puede curar. Tampoco se le puede dar agua cuando se reanime, porque podría morir”.

“Cuando tenía 14 años —relata Silvio—, hice parte de una cuadrilla para arrear terneros en Clemencia. Veníamos de regreso, y uno de los muchachos iba montado en el anca de una mula. El pie del pelao rozó una piedra grande en donde estaba una mapaná blanca que lo picó y lo hizo caer de la bestia.

“Quedó como muerto, rígido, ni siquiera gritaba. Yo, como todavía no sabía de curas, pensé que estaba muerto. Enseguida mandaron a llamar a un curandero que vivía como a tres leguas del sitio. El hombre llegó, se quitó la abarca izquierda y le dio tres abarcazos al muchacho en la planta del pie izquierdo.

“El enfermo despertó enseguida pidiendo agua, pero no le dieron sino hasta que pasaron dos horas. Después, el curandero pidió una botella de ron, se la bebió en dos buches y buscó el sitio en donde estaba la serpiente, pero descubrió que eran dos cascabeles: macho y hembra. Las sacó a ambas, les quitó el veneno de la boca, las echó un saco y se las llevó”.

Muchos años antes de mudarse para Puerto Rey, Silvio Carmona fue curandero en varios pueblos del departamento del Magdalena, en donde, según él, había cantidades de serpientes tan peligrosas como la cascabel, la candelilla, el patoco y la zumbadora.

No olvida la vez en que vio a un campesino chorreando sangre por los poros después de haber sido atacado por una zumbadora; ni se le escapa de la memoria el paciente que le llevaron bañado en sus propios excrementos, tras la agresión de una patoco.

Él mismo ha sido mordido cuatro veces por serpientes: la primera vez lo curó Primitiva Vega, su mamá. Las tres restantes, él fue su propio médico.

“Aquí en Puerto Rey ya no hay muchas serpientes, ni hierbas. Ahora me las traen de Arroyo Grande”, advierte, mientras, desde la cocina, Mélida aclara que “es muy raro que alguien se vuelva rico en este oficio, porque no podemos cobrar, pero la gente tampoco es que pague bien.”


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