Fredy de Ávila Salgado

Fredy Ávila, el peluquero grandes ligas


Al segundo día de haber regresado a Cartagena, Fredy Ávila Salgado se reunió con sus antiguos amigos del barrio Blas de Lezo.

Allá volvió a tener entre sus manos un guiso de gallina criolla, como los que preparaba su familia en otros tiempos; y volvió a escuchar la salsa que se colaba por los calados del Club de amigos, cuando estaba sonando el picó “El gran Tony” o cualquiera de los equipos de sonido del barrio.

Las emociones por el reencuentro fueron enormes. Y no era para menos, ya que en New York — donde Fredy reside desde hace más de veinte años— no siempre es posible devorar un sancocho como el que se cocina los domingos en los patios de Cartagena; o escuchar a todo volumen los cueros y los metales antiguos de la salsa.

Tampoco es frecuente que Ávila Salgado visite Cartagena. Sus dos peluquerías, su restaurante de lujo y sus múltiples ocupaciones a favor de la colonia colombiana en Estados Unidos le impiden integrarse con los recuerdos que aún laten en las calles de Blas de Lezo y El Socorro.

Fredy Ávila Salgado es, desde hace 23 años, el peluquero de las principales estrellas del béisbol y el basketbol profesional de los Estados Unidos.

Sus dos peluquerías son visitadas con enorme frecuencia por atletas de la talla de Chris Mullins, ex jugador de baloncesto profesional y actual coach de la NBA; Anthony Mason y su hijo, una de las nuevas estrellas del basketbol universitario, quien hizo parte del equipo Knicks New York; Darryl Strawberry, estrella de los Meets y de los Yankees, de New York; Carlos Baerga, super estrella latina, quien jugó para los Indios de Cleveland, los Mets y Los Nacionales de Washington. Actualmente, Baerga labora como comentarista del canal televisivo Espn2; y José Vizcaíno.

Algunos basketbolistas de la NBA, como Edgardo Alfonso, Alex Ochoa, Bucth Huskey y Ray Ordóñez, entre otros, como el boxeador Mike Tyson y el director de cine Spike Lee, también se han aficionado a los cortes y a los diseños que Ávila viene aplicando y promocionando desde que llegó a los Estados Unidos.

En una cabaña de reposo a las afueras de Cartagena, cerca del anillo vial, invitado por el empresario Juan Carlos Páez, Fredy Ávila volvió a reunirse con sus amigos y parientes para seguir contando las peripecias de su vida de adolescente en Blas de Lezo, sus primeros pasos en el arte de la peluquería, su llegada a Estados Unidos y su permanencia en el gran país del Norte.

Dice Ávila Salgado que mucho antes de terminar los estudios de bachillerato ni siquiera se imaginó que la peluquería sería el oficio que terminaría por ayudarlo a cumplir todas sus expectativas.

“Antes de convertirme en peluquero —relata— las únicas referencias que tenía de ese oficio era el trabajo de dos vecinos: uno de apellido Vanegas, que trabajaba en la peluquería ‘El estilo’, al lado de El club de amigos; y otro que instaló una peluquería informal debajo de un árbol de caucho en el patio de su casa. Con este último se me dio por coger las tijeras, las máquinas y las peinillas, hasta que me di cuenta de que el oficio no era tan complicado del todo, que sólo había que tener cierto sentido de la proporción, de la precisión y de la estética. Pero vine a tomar la cosa en serio cuando llegó el año 84. Ya tenía una esposa embarazada, estudiaba pintura en la Escuela Bellas Artes y necesitaba sostenerme económicamente. Un compadre llamado Miguel Hernández me prestó 300 mil pesos y puse la primera peluquería en mi casa. Se llamaba ‘El cuty’, en referencia al apodo que me pusieron los amigos del barrio por lo grande mi cabeza. Me decían ‘El cutarra’”.

A pesar del éxito de principiante que logró alcanzar la peluquería, sólo duró seis meses. Unos semanas antes, la esposa de Fredy Ávila partió hacia los Estados Unidos acudiendo al llamado de su padre, quien se encontraba residenciado desde años atrás en ese país. Al mismo tiempo gestionó el trabajo que tendría el yerno en cuanto pisara tierra norteamericana.

“A las pocas semanas de haberse ido mi esposa —prosigue—, empecé a hacer las vueltas para viajar. Primero llegué a México. Allí me contacté con los ‘coyotes’ que llevan a los ilegales hasta Texas por El Paso. De El Paso salté a New York y el mismo día que llegué empecé a trabajar en la peluquería de unos amigos de mi suegro. La peluquería tenía siete peluqueros. Quedaba en un barrio que se llama Jamaica y que hace parte del condado de Queens, en donde la mayoría de habitantes son colombianos. Pero en Jamaica la mayoría son negros latinos y norteamericanos. Los siete peluqueros hacían sus cortes de la manera más normal, pero apenas llegué me convertí en el preferido de los negros gringos y latinos. Allí fue cuando empecé a aplicar los conocimientos de diseño que aprendí en Bellas Artes, y los clientes quedaban maravillados con las figuras que era posible hacer con sus cabellos crespos. Ese primer día llegué a reunir 170 dólares, una cifra que los demás peluqueros sólo lograban juntar en una semana. Además, me resultó fácil comunicarme con todos los clientes, porque mientras estudiaba pintura en Cartagena, también hacía mis cursitos de inglés y de francés. Y en los días que siguieron las puertas de la peluquería se vieron atiborradas de negros basketbolistas y beisbolistas, afanados para que yo les tallara en las cabezas sus nombres o las figuras de los personajes de Walt Disney. Después fue cuando me enteré que cerca de la peluquería quedaba The Meets Stadium, el estadio de los Meets; y más adelante St. Jones University, en donde estudian los mejores basquetbolistas de New York.”

Ahora vive en Corona, otro de los barrios que integran al condado de Queens. Allí tiene la principal peluquería rotulada como The Cutting, al igual que otra que funciona con el mismo nombre en el barrio Jamaica.

Su relación con los deportistas más famosos de New York no sólo ha dado para que publicaciones deportivas de prestigio como The Miami Herald, The New York Times, New York Magazine, Madison Square Garden Chanel, Arlington Metro, Sondag Magazine y revistas europeas le hagan entrevistas sobre su vida y su oficio, sino también para que la firma Philips lo haya nombrado “Imagen positiva” de la marca, por utilizar la máquinas Norelko, una filial de la fábrica en cuestión.

Mediante los recursos adquiridos —que no son pocos— con sus dos peluquerías y con la firma Philips, acaba de abrir el restaurante de lujo “Chocolate y café”, que es frecuentado por los llamados black americans, como Mike Tyson, el grupo rapero DMC; los salseros de DLG, el vocalista Mark’ D y el cantante panameño Ernesto Franco, más conocido como “El general”, y muchos más.

“Al principio —continúa— las cosas no fueron tan fáciles para ubicarme o tomar prestigio entre los norteamericanos, porque así como llegaban clientes que a todo momento me tenían la peluquería congestionada, también se me presentaban policías secretos y uniformados con órdenes de requisa en la mano, porque como sabían que era colombiano se imaginaban que el negocio pasaba lleno de clientes comprando estupefacientes. Un día, cuando estábamos cerrando el establecimiento, se presentaron como unos seis tipos malencarados a bordo de una limosina. Uno de los desconocidos, un señor alto, rubio y de buena presencia, traía consigo a un niño como de ocho años. Antes de que me dijeran algo me les adelanté y les dije que ya el negocio estaba cerrado y que tenían que venir al día siguiente.

—No importa —me dijo el tipo blanco— abra eso, que quiero que motile a mi hijo.

Como vieron que no nos intimidaron, entonces bajaron el tono:

—Lo que pasa es que mi hijo es admirador suyo, desde un día que lo vio en la televisión. A él le gustan las figuras que usted les hace a los beisbolistas. Le voy a pagar ochenta dólares si le hace un buen corte.

Enseguida abrí la peluquería. Le hice un corte espectacular al muchacho y le dije al papá a sus guardaespaldas que no me debían nada. Ahora el niño es amigo mío y a cada rato me visita.

Lo que aprendí de todo eso es que el norteamericano, sin importarle lo que los latinos hemos aportado a su país, aún no deja de vernos como ciudadanos de segunda”.

La vida de El Cutarra no sólo gira alrededor de sus dos peluquerías y su restaurante. Ahora es auxiliar del Concejo de Corona, cargo que ha aprovechado para ayudar a los negros y a los colombianos que llegan a Estados Unidos en busca de trabajo; o que, por cualquier circunstancia, se meten en líos con la ley.

“Muchos de esos latinos —cuenta—, mientras están en la cárcel, aprenden a ser muy buenos peluqueros; y es algo que aprovechamos para darles trabajo y lograr que les den libertad condicional para que laboren con nosotros, hasta que cumplan el tiempo de castigo. De otra parte, también entablamos relaciones con los inversionistas de New York para que se fijen en Cartagena y le pierdan el miedo a los prejuicios. La idea es aprovechar un poco más de lo que puedan dar los cortes de cabello”.

 

 


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