Gheska o el fuego en calma


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Tal vez por lo silenciosa que se muestra, lo mejor que se me ocurre para empezar a conversar con Gheska Caraballo Arévalo es sobre el sonido de su nombre.
Se pronuncia “Yesca”. Y ella parece interrogar desde las rasgaduras de sus ojos el porqué me llama la atención ese sonido.
Le explicó que en tiempos pasados se le llamaba así a algún material inflamable que servía para encender los fogones primitivos de las zonas rurales del departamento de Bolívar; que, incluso, había personas que se dedicaban a la venta de esos adminículos, lo que, al parecer, requería de un cuidado extremo para evitar algún percance.
“Fulano puso los ojos como un vendedor de yesca”, se decía cuando a alguien se le desorbitaba la mirada por algún acontecimiento impresionante, puesto que un comerciante de esa naturaleza tenía que estar demasiado pendiente para que no le jugaran una broma pesada lanzándole un fósforo, o cualquier material prendido, sobre la mercancía.
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Gheska permanece con la mirada y el rostro fijos, como si no le hiciera mucha gracia el anecdotario, pero mueve los labios solo para decir que “no tengo ni idea de dónde sacó mi mamá ese nombre. Porque... creo que fue ella quien me lo puso”.
Entonces, después de sentirse en firme la contundencia del punto final que le puso a sus cortas frases, pasamos a otro tema. Le digo que también me llama la atención la pronunciación que le imprime a la doble “R”, que en su modo de hablar se escucha como “L”.
Me dice, por ejemplo, que su padre se llama Lafael Enlique Caraballo Gutiélez; y que sus hermanos son Haly Alfonso, Haly Enlique y John Haly. Tiene una hermana menor que se llama Keyla Margarita, pero queda claro que no sufre ningún problema para pronunciarle el nombre. Gheska, de 13 años de edad, es la cuarta de cinco hermanos, dos de los cuales ya están cursando carreras universitarias.
Después de especular que a lo mejor sus hermanos comparten el nombre Harry porque nacieron el mismo día, me dice que nunca ha tenido dificultad de comunicación cotidiana o escolar con la mala pronunciación de la R y que el segundo de sus hermanos, quien también padece esa discapacidad, tampoco ha experimentado ningún tipo de inconvenientes hasta la fecha.
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Estamos conversando en el comedor de la Institución Educativa Técnica de Pasacaballos, en donde Gheska cursa el noveno grado de bachillerato, a la vez que funge como center field y segunda base del equipo femenino de béisbol del colegio José María Córdoba. Ella es otra de las 180 niñas que están siendo sometidas a un cambio de vida desde el deporte, y no desde los embarazos a temprana edad.
Sin embargo, vale destacar que Gheska no parece integrar ese grupo de adolescentes que en Pasacaballos constituyen la preocupación de maestros y líderes comunales. Se trata de jóvenes surgidos de hogares disfuncionales encabezados, casi siempre, por madres solteras o por abuelas que parecen no tener el suficiente temple, tiempo y sabiduría para lograr que una crianza llegue a feliz puerto.
En consecuencia, las adolescentes embarazadas, los jóvenes delincuentes y el turismo sexual hacen su agosto en la población. Pero Gheska aparenta no pertenecer a ese mundo. Se le nota en sus palabras y en su andar: es sería, casi rígida, tanto para caminar como para dar sus conceptos sobre cualquier tema.
Dice tener una magnifica relación con sus padres, aunque las cosas en su vivienda de la Calle de las Flores a veces se tornen duras por la falta de empleo de su progenitor, quien se desempeña como albañil, aunque las vacas flacas suelen mantenerse con las ganancias de la madre, quien trabaja como aseadora en el mismo plantel donde estudia Gheska.
A pesar de que le gustan su participación en el equipo y las instrucciones morales y cívicas que allí recibe, Gheska no sueña con ser una fulgurante estrella de los deportes ni nada que se le parezca. Afirma que lo que en realidad le llama la atención es la Ingeniería Industrial, aunque todavía no tiene muy claro de qué se trata. En sus ratos libres ingresa a las redes de la internet para escudriñar todo lo referente a ese misterioso nombre, pero se le olvida lo estudiado, aunque sospecha que tendría algo que ver con la organización de empresas.
“Aquí en Pasacaballos es común ver niñas de 12 años con un bebé en los brazos”, cuenta Gheska y continúa teorizando que “de pronto es falta de responsabilidad de los padres, que no les hablan de educación sexual. En el equipo ya han sacado a dos niñas embarazadas; y en décimo grado tengo una amiga de 15 años que ya está esperando su primer hijo. Llevo ratos que no hablo con ella, porque se encerró en su casa. Ya no va al equipo ni viene al colegio”.
No obstante estar situada en lo que podría considerarse los extramuros del corregimiento, la Institución Educativa Técnica de Pasacaballos es una magnífica construcción con salones amplios, escaleras de concreto y zonas verdes que le dan cierto aire de parque de diversiones o zona ecológica, impresión que se ratifica con la brisa que recibe el terreno elevado en donde enhorabuena fue construido el plantel.
Gheska se ofrece como guía. Nos lleva hasta la biblioteca, un recinto amplio y asistido por óptimos acondicionadores de aire, mesas, hexagonales y estantes repletos de libros bien ordenados y vigilados por un joven que, presumimos, debe ser el coordinador.
Un poco más arriba hay un salón de eventos con tarima de concreto y secciones de calados por donde penetran el sol y la brisa propias de Pasacaballos. Mientras camina, Gheska no muestra dificultades para afirmar que se considera una de las mejores estudiantes del colegio, dado que cada año ocupa el primer o segundo puesto, aunque insinúa no sentirse muy contenta con el grupo que le tocó en 2013.
“Lo que pasa es que mi curso lo completaron con un poco de alumnos repitentes, y por eso hay mucha gente indisciplinada”, relata con un rictus de fastidio en el rostro, pero reconoce que en otros salones también hay estudiantes que merecerían ocupar los primeros puestos por su buena conducta y dedicación, “pero no sé qué les pasa que no pueden sacar mejores notas de las que tienen”.
De alguna forma, y aunque no lo exprese con exactitud, Gheska ha percibido que esa misma indisciplina se manifiesta en casi todos los ámbitos de la vida de Pasacaballos, aspecto que es evidente en el claro estancamiento del pueblo, pero, sobre todo, en la manera de celebrar los fines de semana y por cualquier motivo.
“Desde el viernes prenden los picós, y ese ruido se oye por todas partes. A mí no me gusta. Por eso, trato de pasarme el día en casa de una tía que vive en el sector La Cangrejera”, cuenta Gheska refiriéndose a una zona cercana al Canal del Dique, por donde se está construyendo el puente que unirá a Pasacaballos con la isla de Barú.
Asegura Gheska que la Calle de las Flores es uno de los sectores más tranquilos del corregimiento, tal vez por estar cerca de la iglesia y en medio de lo que podríamos designar como el centro comercial que tiene todo pueblo que se respete.
“Cuando la gente se queja por el ruido y las peleas que se forman en los estaderos donde prenden los picós, los propietarios dicen que no los van a prender más, pero a las pocas semanas como que se les olvida y vuelven a la misma bullaranga”, prosigue Gheska agregando que las veces que ha visto riñas en la Calle de las Flores son protagonizadas por jóvenes desorientados de otros sectores.
“En mi calle la gente es muy unida”, enfatiza mientras caminamos hacia uno de los patios interiores de la institución en donde la espera Ana Inés Arévalo Márquez, su madre, quien, al parecer, ha terminado sus oficios y sonríe sin restricciones cuando se le pregunta de dónde salió el nombre de Gheska.
“Así se llamaba la médica que la recibió cuando nació”, cuenta Ana Inés y hasta asegura que la galena le hizo prometer que bautizaría a la niña con ese nombre, pero nunca le explicó el significado o, por lo menos, su origen territorial.


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