Diariamente, a Guarismo entran camiones de todos los tamaños a sacar bultos de maíz, yuca y plátanos.
Se trata de una vereda adscrita al corregimiento de La Florida, jurisdicción del municipio de Marialabaja. Los guarismeros, montando motos y bestias, podrían demorarse entre 45 y 60 minutos viajando hacia el casco urbano.
Una vez los carros que vienen de la Cruz del Viso pasan por la entrada de Marialabaja, deben seguir conduciendo por la carretera asfaltada hasta desviarse hacia un camino angosto y cubierto por una tierra rojiza, que, a su vez, cae en pequeñas porciones hacia el lecho de uno de los canales de agua dulce que, décadas atrás, construyó el difunto Incora, para que los dueños de las fincas aledañas rieguen sus cultivos.
En esos cuerpos de agua también se practican la natación y la pesca, aunque los pocos pescadores con que cuenta la vereda ejecutan sus faenas en una pequeña sección de la ciénaga de Marialabaja, que alcanza a llegar por esos contornos.
Los raizales de Guarismo no tienen muy claro de dónde salió ese nombre. Creen saber que hace más de cien años había en esa zona tres opulentas fincas agropecuarias, una de las cuales se llamaba “Guarismo”, supuestamente en honor a un ave o a un vegetal. Nadie tiene certeza.
No obstante, Rosa Iglesias Padilla, la representante legal del Consejo Comunitario, está consciente de que esa palabra se usa con mucha frecuencia en el conteo de los votos, durante una justa electoral; o en los resultados de una encuesta.
Pero los únicos guarismos que llaman la atención en esta vereda refundida en el monte sofocante, son los sacos de comida cruda que se llevan los camiones y las pocas ganancias que reciben los vendedores.
Los miembros del Consejo Comunitario dicen sospechar que Guarismo podría estar produciendo, anualmente, más de 200 toneladas de plátano, maíz y yuca, con las cuales se surten los mercados de Cartagena, Sincelejo, Barranquilla y Montería, entre otras poblaciones de rangos más pequeños, aunque no menos importantes.
“Pero son los dueños de los camiones quienes imponen los precios --cuentan--. Mientras tanto, un agricultor se echa tres meses y hasta un año trabajando en siembra y recolección, para ganarse, como mucho, dos millones de pesos; y, la mayoría de las veces, menos de eso”.
Antes de visitar a Guarismo por primera vez, el viajante se imagina que encontrará un conjunto de viviendas organizadas en torno a una iglesia y a una que otra edificación estatal, como ocurre comúnmente en las zonas rurales. Pero no es así.
Más bien hay es una fila de fincas a orillas de un carreteable, que tiene en su otro margen el canal de aguas pluviales y, al lado de ese canal, más fincas y caminos que llevan quién sabe a dónde. Entre parcela y parcela podría haber una distancia de doce metros --si no es más--, pero el caso es que los vecinos se comunican por teléfono celular o caminan unos cuantos minutos para intercambiar alguna conversación. La tradición del grito parece ya no existir, a juzgar por el silencio que arropa al pueblo.
Un punto antes de llegar a la ciénaga hay una concentración de casas que sí muestran afinidad con la idea decimonónica de un pueblo, pero uno de esos armazones está divido entre una cantina y un billar, que se llenan los fines de semana, preferiblemente en la tarde, cuando los macheteros, sembradores y pescadores han terminado su faena.
Con mucha frecuencia se ven camiones 600 que abarcan todo el camino, tocándoles a las motos, bestias y vehículos pequeños acomodarse tenazmente en algún recodo enmontado, para que pueda circular el armatoste, que más tarde saldrá atiborrado de sacos blancos de plástico y preñado a más no poder de mazorcas, plátanos o yucas.
“Nosotros --insisten los líderes afros-- quisiéramos tener más ayuda de los gobiernos local y departamental, en el sentido de que nos apoyen en la organización de un mercado propio, al cual podamos llegar a vender nuestros productos en relación directa con el cliente. De hecho, a comienzos de este año empezamos a idear una organización que se llamaría ‘Asoguarismo’, integrada por agricultores y pescadores, pero se metió la pandemia y tuvimos que detener el proyecto”.
Hace unos veinte años, hubo un grupo de mujeres de los corregimientos y veredas de Marialabaja, quienes se atrevieron a montar unas mesas campesinas en los barrios populares de Cartagena; y, con esa iniciativa, lograron captar recursos del trato directo con los clientes, pero las mesas de marras fueron eliminadas por el Distrito y las mujeres se devolvieron a seguir dependiendo de las migajas que les arrojan los mayoristas.
El pueblo genera muchos frutos de la tierra, por lo que los campesinos creen que debería ser uno de los más privilegiados de los Montes de María, empezando por la adecuación de la carretera y la instalación de servicios públicos, pues solo cuenta con una energía eléctrica que lo que más le brilla son los días de ausencia. Las redes del gas domiciliario, que disfrutan Cartagena y demás municipios, pasan cerca a Guarismo, pero sin dignarse a mirarla.
La casa mejor organizada es la de Rosa Iglesias, porque está dividida en tres compartimientos: en el primero funciona una tienda-variedades; en el segundo está la vivienda familiar y en el tercero hay un salón con techo de palma, seis horcones coloreados y un piso de cemento pulido, donde los niños del vecindario se reúnen a recibir clases virtuales, mientras al colegio, que está al otro lado del canal, lo devoran la maleza y la intemperie. Una de las paredes de la casa fue pintada con las letras “AGC”, pero los campesinos dicen no saber quiénes fueron los autores.
Rosa quisiera recibir ayuda gubernamental y privada para construir una casa de la cultura, en donde también haya una biblioteca bien dotada, un salón de tecnología y un rimero de instrumentos folclóricos conque aprovechar las aficiones musicales de los niños guarismeros.
“Aquí hay mucho talento: tenemos muchachos que cantan bullerengue, tocan percusión o bailan, pero cuando llegan a la mayoría de edad se dedican a los oficios rutinarios del campo, porque no hay maneras de apoyarlos en que sigan dedicándose a explotar sus condiciones artísticas”, lamenta.
Pero los visitantes no siempre van con grandes camiones a llevarse el pancoger. También lo hacen en busca de las plantas medicinales que se obtienen bajo la antiquísima modalidad del trueque: se cambia el anamú por el orégano; la sábila por la cañandonga, la albahaca por el árnica; y el diente de león por la hierba buena, entre otras.
Se cree en las plantas milagrosas, tanto como se cree que la tierra también debería dar para levantar un buen puesto de salud, ya que el de La Florida es ineficiente y los enfermos deben morirse en la trocha antes de llegar a Marialabaja.