El Juan Piña del siglo 21 se parece poco al de finales del siglo 20: aquel era flaco y veloz. El de ahora, reposado y algo pasado de kilos.
Lo que antes eran un peinado afro y un bigote en forma de herradura, ahora son una capa delgada de canas en la cabeza semi calva y una línea blanca que se sostiene sobre el labio superior dándole un aspecto venerable al rostro que fue, tal vez, la imagen más festiva que exhibían las carátulas de los long plays de la disquera Codiscos.
Aún así, Juan de la Cruz Piña Valderrama parece estar orgulloso de la cantidad de años que le quedan por delante para seguirse mostrando como uno de los artistas colombianos de biografía abultada, de anécdotas que contar y de historias a las que se les pueden renovar los detalles con tal de que sean más emocionantes cada vez que se cuenten.
Y no es para menos: en los años 70 y 80 se daba el lujo de ser el único cantante costeño que se atrevía a publicar dos discos de larga duración al mismo tiempo, en diferentes géneros y con garantía de éxito en ventas y sintonía.
Estuvo en Cartagena, más exactamente en el programa Música del Patio, de la emisora UDC Radio, de la Universidad de Cartagena, promocionando La guajira, un disco sencillo que acaba de grabar en ritmo de (¡qué casualidad!) guajira, al lado del también legendario cantante venezolano Bladimir Lozano, el bolerista y corista primera voz de la orquesta La dimensión latina.
Pero fue poco lo que habló de esa nueva aventura. Sólo que la compuso su hermano Alfonso Piña hace unos 42 años y que él decidió grabar ahora, cuando viene procedente de los Estados Unidos en donde vivió seis años sin entrar a los estudios de grabación.
A su regresó se las desquitó: grabó un disco compacto en homenaje al municipio de San Jacinto, contando con la participación del acordeonista Rodrigo Rodríguez y las composiciones clásicas de esa zona del departamento de Bolívar.
Cantar música de acordeón del Caribe colombiano ya se la hace más que familiar que al principio.
“Pero no era así en los años 70 —cuenta—, a pesar de que todos los conjuntos vallenatos me solicitaban para que les hiciera coros, especialmente El binomio de oro. Y fue precisamente Rafael Orozco, el cantante, quien me animó para eso. Un día, sabiendo que Rafa estaba incapacitado por prescripción médica, me puse en el estudio a adelantarle algunas pistas con las canciones que él tenía pensado grabar. Cuando volvió de la incapacidad, escuchó las pistas y preguntó que quién había hecho eso. Cuando se enteró, se le metió que yo tenía que grabar un LP completo. Yo me negaba, porque estaba entregado a mi orquesta La revelación. Pero él insistía. Hasta que le pregunté:
—Ajá, ¿y con quién voy a grabar?
—No te preocupes. Ya te tengo el acordeonista.
A los cinco días se presentó a mi casa, en Medellín, con Juancho Rois, un muchachito de 17 años, flaquito, que casi ni hablaba. Cuando llegamos al estudio ya nos tenía como 50 canciones, pero la que más me impactó fue Grito en la Guajira, de Alberto Murgas. Y me impactó también la precocidad de Juancho Rois. Era muy inteligente y laborioso. Yo he grabado como con diez acordeonistas, pero como ese no he conocido otro. Era muy sano en ese momento: mientras nosotros nos tomábamos seis botellas de ron en las grabaciones, él solito se veía un litro de gaseosa”.
Esa primera producción en estilo vallenato se tituló El fuete, que era al mismo tiempo una canción del compositor Roberto Calderón y que terminó convirtiéndose en un clásico del vallenato romántico.
“Al mismo tiempo que estaba sonando el LP con La revelación, también sonaba el vallenato; y cuando hacíamos las presentaciones con la orquesta, la gente me molestaba con que cantara El fuete, El estanquillo, La Morriña, Grito en la Guajira, No sé olvidar. Y yo decía que no, que lo mío era la música tropical. Entonces me dije, ‘no grabo más vallenato’”.
Pero en otra ocasión, también en los estudios de Codiscos, estaba haciendo los coros de La gota fría con Ismael Rudas y Daniel Celedón, y los productores de la empresa le propusieron otra grabación que igualara a El fuete.
“Pero dije que no. Insistieron, y les cobré una suma alta para ver si me dejaban quieto, pero en vez de eso me la dieron. Entonces fue cuando grabé con Ismael Rudas el LP El azote vallenato. Entre tantas canciones que nos habían recogido, la que más me impactó fue Compañera, de Daniel Celedón, porque me hacía recordar a mi madre, Blanca Valderrama”.
Para esos calendarios, Juan Piña no sólo poseía una de las tesituras más altas que tenía la música costeña, sino también una memoria prodigiosa que con el tiempo, y con la apretada agenda de grabaciones, mostró una que otra pifia.
“Una vez tuve tres grabaciones en un día. La tercera grabación fue con Diomedes Díaz y Elberto López. Cundo estaba grabando el coro, empecé a cantar uno que había hecho en la grabación de la mañana, pero afortunadamente nadie se molestó. Todo mundo muerto de la risa”.
Lo mismo le sucedió algunas veces en las presentaciones con su orquesta.
“El repertorio era tan extenso y las giras tan largas, que a veces me pedían la canción El herrero y me embolataba tanto que el perro mataba al gato, el garrote le daba a la pared, el ratón...mejor dicho, el enredo era tremendo”.
El Juan Piña de ahora tiene organizada su orquesta con un acordeonista de cabecera, estrategia que no utilizó en los momentos en que La revelación era una de las más solicitadas de Colombia, y cuidado que de América Latina.
“Lo que estoy viendo ahora es que los conjuntos que se hacen llamar La nueva ola del vallenato en realidad se parecen mucho a Los corraleros de Majagual. Es decir, son conjuntos corraleros, que combinan la banda papayera con el conjunto de acordeón, cosa que debí haber hecho en el momento que La revelación estaba superpegada, pero pasaban dos cosas: los empresarios no iban a querer pagarme por una orquesta y un conjunto vallenato. Y lo otro: en La revelación teníamos una disciplina tan férrea que era impensable incluir a un acordeonista. Pensábamos que lo nuestro era la música tropical y que el vallenato era para los conjuntos de acordeón”.
Cuando escucha canciones como Relicario de besos, Con el alma en la mano o Grito en la Guajira, en donde debió echar mano de toda su energía respiratoria y vocal, se agarra el cuello y dice, “!mierda, me duele la garganta!”. Pero también sonríe cuando le recuerdan los sofocos que pasó cuando salió al ruedo El pilón, un canto tradicional del departamento del Cesar, en donde incluyó estrofas picarescas de este talante: Un pajarito volaba/ en la sala de un convento/ y las monjitas gozaban/ con el pajarito adentro.
“Cuando esa canción estaba en su apogeo, me dedicaron un programa en una emisora de Barranquilla. En el momento en que me estaba vistiendo, me llamaron para decirme que me apurara porque en la emisora una monja quería hablar conmigo. Me imaginé que sería para proponerme que amenizara algún baile de caridad, pero cuando llegué a la emisora me preguntó enseguida, ‘¿usted es el que canta El pilon? Y lo demás fue un insulto largo del que no pude reponerme tan fácilmente”.