Vereda El Recreo

Julia le habla de amor a la comida


Julia Rodríguez Caraballo nació hace más de 40 años en Torices, uno de los barrios más antiguos y populares de la Cartagena que rebasa al cordón amurallado.

Nació en Torices, pero ella quisiera decir que lo hizo en la localidad de El Recreo, jurisdicción del corregimiento de Pasacaballos, cerca del Canal del Dique, por donde aún trafican lanchas motorizadas en diferentes direcciones, que casi siempre involucran la bahía de Cartagena o a las zonas rurales del departamento de Bolívar.

Todavía recuerda que desde los 2 años de edad sus padres la llevaban a El Recreo, en donde Josefa Hernández, su bisabuela materna, era la dueña del pueblo. O, al menos, era eso lo que Julia oía decir entre sus familiares, pues todas las propiedades que se levantaban en ese territorio eran de propiedad de la matrona.

En la vivienda de Josefa había corrales de ganado vacuno, galpones para gallinas, patos, cerdos, pavos, perros, además de un pequeño puerto en el que atracaban las lanchas que venían, en su mayoría, de Cartagena o Pasacaballos.

Era dueña de todo, pero poco gastaba de sus propiedades, porque desde temprano se acostumbró a que diariamente sus 17 hijos le enviaran comida y todo lo que necesitara. De manera que las viandas sobraban hasta el punto de que una de las aficiones de Josefa era mandar a sus nietas y bisnietas al pequeño puerto para que averiguaran si los viajeros ya habían desayunado, almorzado o cenado.

“La comida se regalaba a manos llenas”, rememora Julia Rodríguez, quien es también la propietaria del restaurante “Donde Julia”, un establecimiento de alta popularidad en la calle 17 de Torices, no sólo por la mano mágica que ella utiliza para convertir en delicia cualquier alimento, sino porque en su despensa conviven variadas carnes que hacen de sus menús los más apretados que se puedan conseguir en la culinaria local.

Diariamente, en la puerta de su restaurante (que es también su casa), una tablilla de color negro exhibe el menú escrito con tiza: carne de res en todas las modalidades, cerdo, pollo, gallina guisada, salpicón de tollo, tortuga guisada, guiso de hicotea, venado, filete, conejo, guartinaja, cazuela de mariscos, arroz con cangrejo, pasteles con cerdo y pollo, arroz con coco, arroz con manteca, chuleta de cerdo guisada y frita, mojarra y el inevitable sancocho, entre otras invitaciones que harían más extensa la franja de sabores.

Dice Julia que todas sus inquietudes con la cocina y con las comidas nacieron en casa de su bisabuela Josefa, un espacio familiar que siempre estaba lleno de gente, “porque de mis tías la que menos parió tuvo hasta 10 hijos”, apunta sonriendo y sigue recordando que a los 10 años, junto con sus primas, ya ayudaba en las labores de cocina, “porque en esa casa cocinábamos para todo el mundo”.

A los 10 años tenía la inquietud y el entusiasmo por las comidas, pero sólo cocinaba dulces y pequeñas golosinas que regalaba a sus parientes, hasta que unos cinco años después ya había desarrollado habilidades para preparar manjares de mayor cuidado.

Ahora lleva 30 años organizando restaurantes en diferentes sitios de Cartagena. En alguna ocasión cocinó en barrios como El Socorro y Lo Amador, pero la mayoría del tiempo la ha pasado en Torices, ciclo que se interrumpió únicamente cuando decidió emigrar a Venezuela, siendo madre de cinco mujeres y un varón.

A su regresó reabrió el restaurante de Torices, en donde atiende clientes de todas partes y hasta tiene contratos con empresas a las que debe enviarles diariamente almuerzos con la ayuda de dos de sus hijas, una nieta y dos señoras, quienes la conocen desde los tiempos de El Recreo.

Se levanta a las 4 de la madrugada y suspende laboras a las 8 de la noche. Antes de que salga el sol, ya está en el Mercado de Bazurto adquiriendo lo necesario para la jornada, que no sólo incluye almuerzos sino también desayunos y cenas, que podrían prolongarse más allá de los límites de la tarde.

Los fines de semana prepara pasteles con cerdo y pollo, platos típicos cuya hechura demora más que la venta: los pasteles vuelan por solicitud de la misma clientela que permanece pendiente de ellos desde que empieza el viernes, cuando comienzan a recibirse los encargos.

“Julia es incansable”, dicen quienes la conocen de cerca, y quienes también saben que la única forma de verla quieta es cuando se le desordena la tensión arterial, dado que desde muy joven heredó la hipertensión de Alfonso, su padre, quien, sin embargo, no ha permitido que esa maldición generacional le facilite el camino al sepulcro.

Luzneidy, una de las hijas de Julia y quien apenas acaba de cumplir los 30 años de edad, ya debe someterse a rigurosas diálisis por culpa de la hipertensión, “pero yo sé que, con la ayuda de Dios, ese problema no va a pasar a mayores, porque mi hija está muy joven para que esté sufriendo de esa forma”, dice la madre con cierto misticismo fervoroso.

Recuerda que la única vez que estuvo hospitalizada, tras una súbita elevación de la tensión, duró más de una semana en absoluto reposo, momento en el que pensó que perdería su clientela y el restaurante se vendría abajo. Pero a su regreso las cosas volvieron a la normalidad: los comensales, en vez de reemplazarla, estuvieron siempre esperándola.

“No sé cómo sucede —cuenta Julia—, pero la gente se da cuenta cuando un plato no es hecho por mí”.

Sin embargo, Julia admite que no lo sabe todo en materia de cocina, “porque las personas que somos apasionadas por las comidas, todos los días nos inventamos algo nuevo. Yo tengo un plato que inventé hace unos años. Se llama ‘Filete a la Juliana’, y es uno de los que más se me venden”.

Relata también que cuando va a una fiesta o evento “y veo una ensalada que no conocía, lo primero que hago es probarla y enseguida, a puro paladar, descubro los ingredientes. Al día siguiente, ya la estoy ofreciendo en mi negocio”.

Julia recuerda que en algún tiempo también sintió cierta pasión por las plantas y las macetas, a las cuales no sólo regaba diariamente sino que también les hablaba para que se alegraran, lucieran hermosas e invadieran el ambiente de la casa.

“Lo mismo pasa con la comida —dice—: uno tiene que hablarle a lo que está cocinando, pero hablarle cosas bonitas. Por eso, casi no uso ingredientes, sino puro amor. Cuando le hablaba a las plantas, mis hijas decían que me estaba volviendo loca. Pero cuando vieron cómo se pusieron de bonitas, cambiaron de idea. Ahora me ven hablándole a la comida, y lo sienten como algo normal”.

Por aquello de cocinar con amor y de pronunciar palabras cargadas de energía positiva para que las cosas siempre salgan bien, Julia está convencida de que “muchas personas que quieren vivir de la cocina, fracasan, porque piensan únicamente en la plata. Lo que pasa entonces es que el cliente un día les prueba la comida, pero no vuelve más. Claro, es que esa comida no fue hecha con amor sino con interés”.

Retomando los tiempos de El Recreo, Julia cree que, con una visión más empresarial, la casa de su bisabuela Josefa pudo haber sido un enorme y prestigioso restaurante rodeado de mar y río, como el que ella espera fundar en cuanto los recursos monetarios se lo permitan. Pero procurando —eso sí— no perder el alma generosa, que fue otro de los regalos de la bisabuela.

 


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