El cantor de las colinas

Julio César Amador: “Bello Turbaco encallado en una colina...”


"En el preciso momento, amigo, te digo: me ves contento, lo que hago es disimular. En el instante en que departo aquí contigo, el tiempo pasa y ya mi alma destroza más..."

El nombre de Julio César Amador es recordado en la discografía del vallenato moderno, gracias a “Confesión”, una canción que en 1980 fuera publicada por el finado Rafael Orozco, con el acordeón de Israel Romero, en los inicios del conjunto El binomio de oro.
También es recordado porque mientras ese paseo romántico registraba alta sintonía en las emisoras de entonces, y mientras la disquera Codiscos —a la que pertenecía El binomio— reportaba ventas centenarias, gracias a la producción titulada “Supervallenato”, en los mentideros musicales de la Costa caribe colombiana se decía que Julio César Amador se había disgustado con Orozco y Romero por la exclusión del nombre de Turbaco en la segunda estrofa de la canción.
“La letra original —recuerda Amador— dice: ‘...bello Turbaco encallado en una colina/ de fresco ambiente/ de mujer incomparable/ pondré mi pecho pétreo como el de su cima/ pa’ que el dolor de amor mañana no taladre...’/ Pero en la interpretación de El binomio desapareció Turbaco y le pusieron ‘...bello este pueblo...’ En un principio pensé que habían sido cosas de Rafael Orozco, pero sucede que esa canción primero la tuvo Elías Rosado, cuando cantaba para el difunto Ramón Vargas; y en ese momento acordamos que ellos la grabarían. Pero el grupo se desintegró y Elías Rosado se unió con Juancho Rois. En esa oportunidad tampoco se grabó, porque a Juancho Rois le pareció mejor “La primera piedra”, de Hernando Marín”.
—¿Y cómo llegó a manos de El binomio? 
—Una vez Rafael Orozco se la oyó cantar a Elías Rosado y creo que la grabó en un casette para aprendérsela, pero no sabía quién era el autor. Después, alguien le dijo que era Julio César Amador. Él empezó a preguntar por mí, que en dónde podía conseguirme, que cómo sería para hablar conmigo. En fin, las noticias llegaron a mis oídos y empecé a hacer lo posible por contactarlo, hasta que un día supe que El binomio estaría tocando en Cartagena, en el desaparecido Club Popa. Allá me presenté y conversé con Rafael. Él enseguida mandó buscar un contrato. Yo le firmé. Y todo listo. Al año siguiente salió la canción al mercado.
—¿Qué explicación dio Orozco para haber excluido el nombre de Turbaco?
—Él me dijo que cuando se la aprendió, en la letra no estaba el nombre de Turbaco. Y la verdad es que jamás fue cierto eso de que yo disgusté con El binomio, que los iba a demandar o que ellos me habían vetado. Puras mentiras, porque quien hizo la exclusión fue Elías Rosado, pero lo que me dijo Elías fue que como Turbaco no era un pueblo muy conocido, de pronto el mencionarlo podía restarle éxito a la canción. Después un amigo me dijo, con mucha razón: “pero yo veo que La Junta es un pueblo más matao que Turbaco y muy bien que lo mencionan en casi todos los discos de música vallenata.”
***
"¿A quién culpar si nos unimos un día sin querer y sin pensar? ¿A nuestros padres? No lo puedo concebir, porque a ellos les pasó igual..."

Desde las épocas en que las emisoras colombianas programaban Confesión. Desde el mismo instante en que cientos de parejas de novios se sentían con el corazón lacerado por la voz de Rafael Orozco y la lírica espontánea de quien compuso ese tema. Desde que Julio César Amador mostró el mismo talante de compositores tan exitosos como Rafael Manjarrez y Roberto Calderón, entre otros. Desde todos esos momentos, la imagen del novel autor se instauró en la nómina de nuevos compositores que sucedieron a los viejos fundadores del vallenato, con otra propuesta musical y mensajera para los provincianos que se asentaron en las grandes ciudades desde la década de los sesenta.
Amador era un adolescente cuando compuso su primera canción. Tenía catorce años. Ya organizaba conjuntos musicales con jóvenes turbaqueros inquietos, como él, por aprender a tocar instrumentos, escribir canciones o interpretar las ajenas. A estas alturas, es posible considerar a Julio César Amador como uno de los compositores sabaneros que más le han cantado al municipio bolivarense de Turbaco, aunque en sus letras casi nunca aparezca ese nombre, y aunque Amador no haya nacido en esa localidad.
“Nací entre dos corregimientos del municipio de Marialabaja llamados Ñanguma y Flamenco —aclara Amador—, porque mi padre, Carlos Amador Pacheco, llegó a una finca ganadera y agrícola de esa región y allí se conoció con mi madre, quien sí era natural de esa zona. Cuando cumplí mi primer año, mis padres me trajeron a Cartagena navegando por el Canal del Dique. Luego nos radicamos en el barrio La Esperanza. Después nos mudamos para el barrio Pie de la Popa. Por último, nos quedamos en la calle Segunda de Sevilla en el barrio 13 de Junio. Y a los seis años de edad me llevaron de un todo a Turbaco.”
Podría decirse también que aunque no haya nacido en Turbaco, las canciones de Julio César Amador están impregnadas de la brisa que asciende a la colina, de la frescura que corre por las calles del municipio, de las tardes a veces alegres y a veces tristes que adormecen sobre los terrenos baldíos surcados por caminos profundos y quebradas que ya no lloran el agua cristalina de otros tiempos.
La presencia un poco grave de Amador acaso no permita adivinar en él  al ser romántico y atropellado por los coletazos de la nostalgia que desbordan sus canciones. Pero en cuanto se adentra en la conversación, el concepto cambia. Toma posiciones radicales sobre la música que compone y canta; y esgrime a cada rato las intuiciones musicales que lleva en la memoria y en la sangre.
“Es que mis abuelas, Manuela Moreno y Ana Rodelo, eran cantadoras de bullerengue. Por ahí, más o menos, creo que podríamos comenzar a buscar mi vena musical.”

***

"Tú fuiste la que me enseñó a entender que, al amar, uno también se cansa. Otras caricias nuevas me desvelan hoy, calmando así un poco mis ansias..."

—¿A qué se debe ese sabor a nostalgia que guardan sus canciones?
—Tal vez a los recuerdos de la gente buena y a las situaciones memorables que encontré en Turbaco cuando llegué a los seis años de edad. A esa gente y a esos momentos acabo de hacerles un homenaje en una canción titulada Recordando el ayer. En esos tiempos, Turbaco era un pueblo de calles destapadas en donde los habitantes vivían felices, a pesar de todo. Luego, en el Colegio León XIII, encontré otro grupo de amigos con los que hice un conjunto musical. Los profesores de Español nos exhortaban a que escribiéramos poesía y a mí siempre me calificaban bien, porque ya tenía mis inquietudes literarias. A los catorce años, se me ocurre que a esas poesías se les podía poner música. Y fue así como compuse mi primera canción, “Te espero”. Así me fui acostumbrando a cantarle a las vivencias mías o a las de personas que conocía de cerca. Pero el 60% de mis canciones reflejan mis vivencias. Todos esos momentos se quedaron conmigo para siempre.
—¿Y qué sucedió con esa primera canción?
—La grabaron Beto Rada y Jorge Quiroz, pero no pasó mucho con ella ni con otra que me grabaron después Gabriel Julio y David Henríquez. Con la siguiente sí hubo un poco más de reconocimiento. Se llama “Canto adolorido”, y me la grabaron Wady Bedrán y Alfredo Gutiérrez. Después vino “Confesión”, que la compuse a los 17 años. Y ya sabes lo que pasó.
—¿Por qué El binomio de oro no siguió grabándole?
—Se presentaron varios factores: primero, yo estudiaba Ingeniería Civil en ese momento y empecé perdiendo varias materias por estar metido en la música. Por ende, dejé de hacer canciones, aunque después del éxito de “Confesión” le presenté varios temas a Rafael Orozco, pero nunca grabó.  No sé por qué. Otro factor sería que en el momento en que El binomio salió a la palestra, el vallenato también se fue comercializando. Los jóvenes empezaron a darse cuenta que ser compositor significaba reconocimiento público, además de buenas regalías. La competencia era dura. Y yo no tenía tiempo para estar detrás de los conjuntos buscando que me grabaran. 
—¿Y todos esos compositores merecían que se les grabara?
—A todos no, porque también se presentó el fenómeno de que a muchos conjuntos los patrocinaban padrinos muy adinerados. Entonces, se veían obligados a grabarle a ese padrino o a algún pariente, porque era quien donaba los uniformes o la amplificación, por ejemplo. En vista de eso los músicos tomaron la opción de escoger cuatro canciones excelentes para hacer una producción, y el resto eran canciones de relleno, grabadas por agradecimiento o para ayudar a alguien que necesitaba dinero, aunque su canción no valiera ni cinco.
—¿Qué satisfacciones le dio “Confesión”?
—Muchas, incluso económicas, pero no como para volverme rico. Lo que sí te digo es que cuando empecé a componer mis canciones, entre las que estaba “Confesión”, nunca lo hice pensando en que alguien tenía que grabarme y que tenía que volverme millonario. He ahí la diferencia con los compositores de ahora. Todos quieren grabar, aparecer en televisión y volverse ricos, pero muchos carecen de méritos. Y estoy convencido que los compositores deben nacer con el don.
—¿Quiénes se interesaron por su trabajo, después de “Confesión”?
—Varios. Mariano Pérez y Guillermo Torres, quienes me grabaron “Penumbra”, que acabo de grabarla con piano y saxofón. Después me solicitaron Otto Serge y Rafael Ricardo. Ellos me grabaron “A nadie culpo”; más adelante me grabaron “Estampas”, pero este tema sí que no tuvo mucha resonancia, porque en ese momento Otto y Rafa estaban en proceso de separación y no se preocuparon por darle publicidad a la producción. Por eso casi ningún tema sonó. 
—Pero, “Estampas” ya había sido grabado por Yolanda...
—Sí. Por medio de Limedes Romero, un hermano de Israel Romero, llegó esa canción a manos de Yolanda, quien terminó grabándola, haciéndose acompañar precisamente de Limedes.
—En el caso de “Penumbra”, ¿en qué ritmo fue grabada?
—Ese ritmo es charanga, pero cuando Mariano Pérez la grabó le puso el nombre de paturki, no sé por qué. A mí me da la impresión de que él no estaba muy seguro de qué era lo que estaba grabando. Eso pasa porque a veces estamos muy apegados a los ritmos convencionales, de los que estoy muy en contra porque limitan la creatividad del músico; y la verdad es que hay muchos aires que se pueden crear en acordeón. Así como Pacho Rada creó el son (y dicen que Francisco “El Hombre” hizo el merengue, el paseo y la puya) las nuevas generaciones pueden hacer otros aires. Y después que la comunidad los acepte, la cosa va bien. Fíjate cuántos ritmos tenemos en Bolívar, pero casi no se tocan porque los festivales han limitado a los músicos a que sólo tienen que interpretar el son, el paseo, el merengue y la puya. ¡Nos fregamos!.
—¿Qué vino después?
—Manuel Bustillo me grabó una canción titulada “Borrascas de amor”. Después le entregué a la difunta Patricia Teherán el tema “Embriagado de ilusión”, que ella cambió por “Embriagada...” Esa canción hizo parte del primer LP que ella y Chela Ceballos publicaron para la disquera Codiscos. En ese momento nadie conocía a Patricia ni a Chela. Nadie daba un peso por ellas. Pero en cuanto vieron los kilates que ambas tenían, enseguida se apoderaron de ellas un poco de recién aparecidos, y empezaron a disponer a quién le grababan a quién no. Uno de los excluidos fui yo.
—Casi toda su generación está excluida de las nuevas producciones vallenatas...
—Es cierto. Por eso, muchos compositores estamos optando por grabar nuestras propias canciones, tal como acabo de hacerlo yo.
—¿Alguna vez llevó sus canciones a los festivales?
—Nunca. No porque yo crea que los festivales no merezcan tenerme entre sus concursantes, sino porque me he dado cuenta de que esos eventos no están contribuyendo al enriquecimiento del folclor. Allí lo que existe es la manipulación por cuestiones económicas, en donde los organizadores son los que se benefician y nombran jurados poco idóneos. He visto casos de compositores que les dicen a los jurados: “yo te doy la plata del premio para que me des el primer lugar. A mí lo único que me importa es ganar para que la canción sea grabada”. Además, el cuerpo del jurado de un festival es muy subjetivo. Son tres personas que califican según su estado de ánimo y conocimientos musicales. Para mí, el mejor jurado es el público; y el festival más grande, la vida. 
—¿Qué destacaría de los nuevos compositores?
—Las buenas ideas que les están imprimiendo a sus composiciones, en cuanto a arreglos musicales y vocalísticos. Yo soy muy amigo de las innovaciones bien hechas. En otros tiempos uno componía bajo ciertos parámetros, aunque los músicos y compositores sabaneros nos destacamos porque somos muy creativos. Pero ahora los compositores nuevos están logrando cosas que hay que aplaudirles. No creo en esa vieja discusión de si los de ahora son mejores o peores que los juglares. La música es una cosa viva y las cosas vivas evolucionan. Claro, es cierto que hay mucho compositor malo, pero también hay gente muy buena que merece apoyo.
—¿Qué piensa de esos que componen por encargo?
—No digo que sea malo. Pero conozco a muchos compositores que se ufanan de tener mil canciones inéditas; o de componer una canción todos los días en todos los estilos. Pero cuando uno las evalúa, encuentra que ninguna vale la pena. Yo creo que el punto no es escribir miles de canciones, sino buenas canciones. Yo he compuesto unas 60 canciones y me han grabado 17, pero tengo la fortuna de que cuando las canto, el pueblo me aplaude y siente mis mensajes.
—¿Cuáles compositores considera usted que fueron su escuela?
—En un principio, Gustavo Gutiérrez Cabello. Más tarde, Rosendo Romero, Hernando Marín, Sergio Moya Molina, Fernando Meneses, Adolfo Pacheco, quien para mí es el mejor compositor que ha dado el departamento de Bolívar. Admiro también a José Barros y a otros que se me escapan.
—¿De ellos aprendió la capacidad melódica que tienen sus canciones?
—No. La riqueza melódica de mis canciones la aprendí escuchando a los músicos sabaneros. Tú sabes que en nuestras sabanas se experimenta mucho con ritmos y melodías. Creo que desde niño alimenté ese don escuchando las canciones de Alfredo Gutiérrez y Calixto Ochoa, entre otros, que cultivaron el pasebol, el paseaito, el pasaje sabanero, etc. De los vallenatos aprendí a enriquecer mis letras.
—¿Por qué le canta tanto al despecho?
—Porque creo que es esa la naturaleza del ser humano. Hay más momentos tristes que felices. Y estos últimos duran poco. Aún así, no me considero un tipo pesimista sino realista.
Febrero de 2004


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