El público más numeroso y cambiante que tiene Justo Valdez Cáceres está en las playas del barrio Bocagrande, en Cartagena.
Es ese su sitio de trabajo. Pero no como cantante, tamborero o compositor (como él quisiera y como más se le conoce en el ambiente folclórico colombiano), sino como vendedor de gafas para el sol, oficio en el que lo acompaña Justo Valdez Jr., su hijo mayor, heredero en el arte y consecuente con las opiniones que el padre expresa acerca de la situación de los defensores del folclor en Cartagena.
“Aquí nadie apoya”, dice Justo con seriedad, pero sin perder el entusiasmo natural que le facilita sonrisas y le enciende los pequeños ojos que brillan sobre la piel negra de un rostro que a veces cubre con una de esas gafas oscuras que les vende a los turistas. Él es otro de los músicos bolivarenses que añoran la década de los años 80, cuando las agrupaciones musicales cartageneras movieron los cimientos del espectáculo en Colombia. Evoca también al Palenque San Basilio de su niñez, en donde nació rodeado de tambores, cantadores y bailadores, quienes le inocularon la espontaneidad que le permite componer una canción en un par de minutos o entonar cualquier ritmo del folclor costeño con la misma facilidad con que respira.
Aún así las primeras noticias que los cartageneros empezamos a recibir sobre la existencia de Justo Valdez y su grupo Son Palenque se presentaron en la tarima pre novembrina de la Plazoleta Telecom, en donde la comercializadora Consumares, distribuidora del Ron Tres Esquinas, se dio a la tarea de promocionar los grupos locales en pos de las fiestas del Once de Noviembre y del Carnaval de Barranquilla, durante la década de los 80.
La fascinación del público, al escuchar las intervenciones de Valdez y su grupo, era enorme. En un principio no hubo aplausos ni gritos de aprobación, lo que no significaba desprecio o indiferencia. Todo lo contrario: la propuesta de Son Palenque extasiaba por lo alegre de su sonido percutivo, sin las gaitas o los clarinetes que acompañan otras manifestaciones musicales del Caribe colombiano. La cadencia, la profundidad y el lamento de la música palenquera eran poco conocidos en las tarimas del entretenimiento cartagenero, y mucho menos en las programaciones radiales de aquellos tiempos.
En consecuencia, la música de Justo Valdez se presentaba como una primicia gozosa, una exhortación a revisar otra de las raíces primigenias de la mescolanza racial que se pasea por toda la región norte de Colombia. En esa primera presentación, Justo y sus paisanos palenqueros desbordaron la sapiencia ancestral que años atrás había hecho presencia en escenarios de la capital del país y en las principales ciudades de Europa, en donde lo raizal de América Latina sigue siendo atractivo, por lo exótico. No obstante —¡terrible paradoja!—, a los cartageneros nos era indiferente.
Pero gracias al apoyo de los patrocinadores de las fiestas de Cartagena y de la Barranquilla carnestoléndica, como también de las disqueras Felito Récord y CBS, las creaciones de Son Palenque tomaron un nuevo aire, pero siempre conservando el atributo milenario que enseñaron los descendientes de Benkos Biohó en el corregimiento San Basilio, pueblo repartido en barrios de nombres insólitos, surgidos, en su mayoría, de la lengua palenquera, resultante de una combinación de varios idiomas brotados del África meridional, de donde vinieron la mayoría de los esclavizados que ayudaron a construir Latinoamérica.
Tronconá se llama el barrio en donde nació Justo Valdez. Allí también nacieron, convivieron y crearon música tamboreros, cantantes y compositores que aún se mantienen como íconos de una aventura cultural apreciada dentro y fuera del Caribe colombiano.
Sin falsas modestias, pero sin chocantes arrogancias, Justo también se considera un maestro, recapitulando que a los primeros años de existencia de Son Palenque asistieron figuras de la música afrocaribeña actual, como Viviano Torres, Melchor Pérez y Charles King, quienes no niegan la docencia definitiva de Valdez Cáceres sobre sus nacientes talentos.
Al igual que muchas familias palenqueras, la de Justo Valdez emigró del campo hacia Cartagena hace muchos años, para establecerse en el barrio Nariño, el que poco a poco se fue poblando de nativos de la tierra de Pambelé, hasta convertirse en una especie de micropalenque en medio de las zonas que, para entonces, la ciudad colonial consideraba sus más cercanos extramuros.
En Nariño, los descendientes de Benkos Biohó mantuvieron, pese a las influencias del medio urbano, muchas de las costumbres interiorizadas en el pueblo. Y la música no podía ser la excepción. De tal forma que el alimento artístico-cultural que Justo necesitaba para terminar entregando su vida al arte de las sonoridades, lo encontró en varios de sus paisanos, pero más que todo en la folclorista Estefanía Caicedo, maestra de varias generaciones de músicos y compositores costeños, entre los que debe considerarse a Joe Arroyo como el más aventajado.
Vale aclarar que cuando llegó ese reforzamiento artístico, ya Justo, desde adolescente, había compuesto sus primeras canciones y manejaba los instrumentos percutivos con la habilidad suficiente que le ayudaría a imprimir personalidad y gusto al grupo que vendría en el futuro.
De aquellas épocas son canciones como “Gele gele”, “El sapo” y “Dame un trago”, entre otras que ahora hacen parte de su cancionero, un repertorio obligado que también es patrimonio musical de Palenque, lo mismo que la obra de Simancongo, Paulino Salgado (Batata II), el Grupo Tabalá, Las alegres ambulancias y las demás generaciones que le han dado vida, durante más de 20 años, al Festival de tambores y expresiones culturales de Palenque.
Desde hace años no vive en Nariño. Ahora reside en las faldas de La Popa, entre los barrios Palestina y Pablo Sexto Segundo, desde donde baja todas las mañanas con destino a las playas de Bocagrande. Soporta en el hombro derecho el cargamento de sus gafas solares, mientras con la mano izquierda responde los saludos de los vecinos que no quieren perderse la amabilidad de su sonrisa y el fulgor de sus ojos orientales, que todo lo entusiasman. Lleva los anteojos polarizados sobre la frente, en espera de que desciendan cuando el sol ascienda sobre la punta de La Popa.
Su conversación es elemental y alegre, aunque pausada y salpicada de la dicción palenquera que las vendedoras de frutas y dulces han hecho popular en todo el país. Tiene dejos sentimentales y nostálgicos cuando habla de su tierra y de sus antepasados. Y es eso lo que robustece el contenido de la plática.
Es eso lo que embruja a los productores y empresarios europeos que lo han contratado para que recorra las ciudades del viejo continente, emitiendo ese clarinete que tiene por garganta; y esa gracia que estremece corazones y pies mediante la incitación a la danza.
--Sapo...
--¿Qué pasó?
—Hablemos de cómo era la vida en Tronconá…
—La vida era sencilla y llena de necesidades. A mí, desde chiquito me decían “Gele gele”, por el título de la primera canción que compuse en mi vida. Tronconá tiene ese nombre, porque fue un barrio que se hizo con el esfuerzo de sus propios habitantes. Ellos cortaban árboles para construir los horcones de las casas, pero dejaban los troncos sobresaliendo en la tierra. Como en ese tiempo no había luz eléctrica, la gente que iba caminando entre la oscuridad se tropezaba los pies con los troncos; y de ahí salió el nombre.
—¿Había mucho ambiente musical en Tronconá?
—Bastante. Desde que nací, en 1951, estuve escuchando la música de mi papá, Cecilio Valdez Simancas, el popular “Ataole”, uno de los mejores tamboreros del bullerengue, la chalupa, el lumbalú, el sexteto y la danza de negro. A donde quiera que iba me llevaba para que aprendiera su arte. Un día empecé a golpear el tambor sin su compañía; eso le alegró mucho y siguió apoyándome.
Otro que me enseñó bastante fue mi tío José Valdez Simancas, el popular “Simancongo”, el primer director que tuvo el Sexteto Tabalá. Gracias a ellos aprendí a cantar, a tocar y a componer. A los 11 años compuse “Gele gele”, mi primera canción.
—¿Y de qué habla “Gele gele”?
—Habla de un amigo de mi papá, oriundo del corregimiento de Malagana, quien se llamaba Tomás Geles; y creo que por él mi papá bautizó con ese nombre a un hermano mío, a quien yo le decía, en son de pereque, “Tomás Geles”; y así empezó a decirle todo mundo. Pero la canción se me ocurrió una vez que estaba en un corte de caña en el ingenio de Sincerín. Estábamos almorzando, cuando de pronto empecé a cantar la primera estrofa: “Gele gele quiere estar solo/solterito y sin mujé/pa’ volverse coca colo/como estaba la otra vez/ Gele gele para gozar/Gele gele para bailar”.
Esa canción gustó mucho. Por eso los trabajadores del ingenio y los muchachos de mi cuagro (grupo generacional), allá en Palenque, me pusieron ese remoquete: Justo “Gele gele” Valdez.
—¿En ese tiempo ya estaba dedicado de lleno a la música?
—No. Creo que me dediqué de lleno cuando vine a Cartagena, pero no enseguida, porque me trajeron de 12 años. Primero empecé a estudiar y a trabajar en el colegio La Salle, en donde también trabajaba mi papá.
Seguí siendo músico, pero no se me presentaba la oportunidad de grabar. Cierta vez estaba tocando con un grupo de cartageneros, cuando me vio la difunta Delia Zapata Olivella y me propuso un trabajo en Bogotá. Con ella aprendí mucho sobre coreografía y danza. Cuando vine a Cartagena armé un grupo de baile, que más tarde se llamaría Son Palenque.
Mis primeros bailarines fueron mis primos Anacleto y Lorenza Miranda. Después fui conversando con más amigos en el barrio Nariño y en el mismo Palenque, hasta que el grupo creció. Entraron Melchor Pérez, Cecilio Torres, Carlos Reyes (el popular Charles King); y otros. Cuando el grupo cumplió como cuatro años, entró Viviano Torres, quien todavía no tenía el grupo Anne Zwing. Ellos salieron como unos profesionales, porque Son Palenque era una escuela; y todavía lo es. Y me llena de orgullo que los alumnos superen al maestro.
—¿Cómo era el ambiente musical del barrio Nariño?
—No había muchos músicos, pero sí un picó de un señor de apellido González, quien ya murió. Claro, a mí lo que más me llamaba la atención era la música folclórica. Por eso estaba en cuanta presentación había de Irene Martínez y sus soneros de Gamero. Tampoco me perdía las presentaciones de Estefanía Caicedo. A veces hasta me metía en esos grupos y pedía que me prestaran los tambores, las maracas…, y las tocaba un rato. Por esa razón le perdí el amor al colegio. Llegué hasta primero de bachillerato y me dediqué de lleno a la música.
—¿Y cómo nació Son Palenque, en su parte musical?
—Esa idea nació en 1977, una vez que me encontré en las playas de Marbella con mis paisanos Enrique Tejedor, Luciano Torres, Rafael “El Teniente” Reyes, Ángel Herrera y Lorenzo “El Malanga” Díaz. Estábamos berrochando, cuando de pronto empecé a cantar y Enrique Tejedor a tocar una lata. Los otros muchachos, a hacerme el coro y a bailar. Ahí fue cuando les dije, “muchachos, vamos a hacer un grupo. Yo enseño a los que no sepan”.
Entonces empezamos a inventar nombres, hasta que surgió Son Palenque, porque la mayoría de canciones que yo tenía compuestas hasta el momento eran en lengua palenquera. Era como para hacerle un homenaje a nuestro pueblo. Enseguida quedé como director del grupo. Comenzamos con un tambor alegre, una tambora, un llamador y las maracas. Todos esos instrumentos me los regaló mi papá, quien, además de tocarlos bien, sabía construirlos.
—Hablemos de las primeras presentaciones…
—La primera fue en el Colegio Rafael Núñez, del barrio Getsemaní. Ya tenía los grupos de danza y música, pero no éramos muy conocidos. Por eso me puse en la tarea de visitar los colegios para promocionarnos. Esa vez hablé con la rectora del Rafael Núñez. Le dije que si no tenía dinero, que recogiera entre los estudiantes lo que pudiera, pero que también nos recomendara con los rectores de otros colegios. Eso fue en un mes de octubre, en preludios de las fiestas novembrinas.
A los estudiantes les gustó tanto nuestra presentación que terminamos a las 4 de la tarde, habiendo empezado a las 12 del día, pero con la intención de tocar unos cuantos temas. Cuando salimos del colegio, en la Plazoleta Telecom se estaba realizando la tarima prenovembrina de Consumares, la firma que comercializaba al Ron Tres Esquinas.
Eso me llamó la atención y pregunté quién era el organizador del espectáculo. Me dijeron que Armando López Buendía. Enseguida me le acerqué y le puse el grupo a la orden, pero me dijo que otro día, porque ya habían presentado todos los grupos folclóricos y la gente estaba esperando a Silvio Brito, que era la estrella de esa tarde. Le dije que no me pagara, si no quería, pero que nos diera la oportunidad.
El conjunto de Brito se demoraba tanto subiendo los instrumentos y cuadrando el sonido, que Armando López terminó por llamarnos y presentarnos como abrebocas, mientras los vallenateros se alistaban. La primera canción que soltamos fue “Dame un trago”:
“Cuando llega el 11 de noviembre/yo no quiero que se acabe/me paso con mi botellita/en la casa de mi compadre/dame un trago, Catalina/dame un trago, pero enseguida…/”
La gente se emocionó tanto que tuvimos que cantarles otra canción, “Mariquita linda”, que es un juego infantil tradicional de Palenque, pero allá le dicen “La bozá”:
“Señora Mariquita linda/tú no tienes capuchón/antes que llegue noviembre/yo te entrego el corazón/Ay, soropa, echa la bozá/Ay, soropa, echa la bozá…”
—La primera grabación…
—La logramos en 1980. Lo primero que grabamos se llamó “Aloito pío”. En ese mismo long play mi papá grabó “El palo de mamón”. No se pegaron mucho, porque el grupo todavía no tenía fuerza.
Al año siguiente, cuando ocurrió lo de la presentación en la Plazoleta, Argelio Pérez, un promotor de la disquera CBS, nos ofreció la segunda grabación. Esa tarde no nos fuimos para Palenque, sino que nos hospedamos en un hotel que nos consiguió Argelio, a quien le tocamos un buen rato, a manera de ensayo.
Al día siguiente nos dijo que nos esperaba en Barranquilla en el mes de mayo. Se cumplió la fecha y grabamos un long play de diez canciones que se tituló “Dame un trago”, de mi autoría. Pero también pegaron “Mariquita linda” y “Tumanyé”. Gracias a esos temas nos invitaron a conciertos en Barranquilla, en donde alternamos con Joe Arroyo, Dolcey Gutiérrez y Cheko Acosta.
A Joe le gustó “Tumanyé”, porque vio a la gente haciendo ronda y brincando del entusiasmo. Le gustó tanto que me la pidió para grabarla. Él pensaba que se trataba de una palabra africana, pero la verdad es que se la escuché, en la entrada de Palenque, a un niño palenquero que estaba discutiendo con otro de Malagana. El de Malagana le dijo, “hijueputa palenquero”. Y el palenquerito, quien tenía la lengua pegada, dijo: “tumaye”, queriendo decir “tu madre”. Claro, yo le agregué la “N” y la tilde en la “E”.
El segundo long play con CBS se llamó “La arepa asá”, que también era uno de los diez temas; y hasta terminó siendo el éxito: “Yablabuele, yablabuele, yablabuele la baldé/ay, punubaé, punubaé, minoacá, arepa, arepa asá…”
Está cantada en lengua palenquera y habla de una arepa que se le estaba quemando a una muchacha cocinera de allá de Palenque.
—¿Qué vino después?
—Viendo que ya había pasado un año desde que grabamos con CBS y no nos volvieron a llamar, y para que el grupo no fuera a sufrir una caída, hablé con el señor Félix Butrón, de la empresa Felito Récord. Él nos contrató y grabamos un primer long play, que tuvo como éxito la canción “El sapo”, que también es de mi cosecha y mi éxito más grande hasta el momento.
—¿Cómo nació esa canción?
—Nació una vez que estaba en Palenque, en la casa de mi tío Simancongo. En el suelo del patio había una estera en donde estaban secando arroz. Encima del arroz estaba un pollito picando. La estera estaba al lado de una cerca por donde yo iba a cruzar hacia el patio del vecino. Cuando traté de mover una caña para cruzar, se cayeron varias, un sapo se espantó y salió corriendo para donde estaba el pollito. El pollito también corrió, creyendo que el sapo lo estaba persiguiendo. Y grité: “corre, pollito, que te coge el sapo”. Cuando dieron las 6 de la tarde de ese mismo día, ya tenía la canción escrita: “Sapo, ¿qué pasó'/hasta que te cojo/hasta que no/tungananá, tungananá…”
—¿Cuándo decidieron incluirle armonía al grupo?
—No lo decidimos nosotros, sino el señor Félix Butrón. Él se nos acercó una vez y nos dijo que, a pesar de que nuestro grupo era folclórico, tenía la misma cadencia de los grupos africanos que se oían en los picós y en las emisoras. Y le explicamos que eso se debía a que nosotros nacimos en Palenque, un pueblo fundado por un príncipe africano; y que nuestra música era una combinación de lo africano con lo indígena y con un poquito de son cubano. Entonces fue cuando nos dijo que aprovecháramos el dejo africano que teníamos para meterle guitarra eléctrica y algunos instrumentos de viento.
—¿Por qué no siguieron grabando en Felito Récord?
—Porque se nos presentó otra oportunidad en CBS, que ya se llamaba Sony Music. El gerente de la firma Arteta Espectáculos nos vio grabando en Felito y le gustó tanto nuestra música que nos recomendó con la gente de Sony.
El trabajo se tituló “Esa es la idea”. Allí nos colaboró el cantautor Willy Salcedo con varias canciones. Esa vez grabamos con Betilza “La Negra” Herrera como cantante. Grabamos la canción “Malangalú”, de Leonardo “El Payito” Herrera; y regrabamos el “Tumanyé”.
Hasta ahí el trabajo tenía el aire de la champeta africana, que en ese tiempo le decían “terapia”. Pero me dolió mucho que Willy Salcedo nos lo dañara. Le quitó todo el sabor africano que nosotros tenemos y le metió el estilo de él, con puro piano. Eso trajo como resultado que Sony Music no nos volvió a llamar. En ese momento estaba en su apogeo el Festival de Música del Caribe, al cual nos invitaron dos veces.
—¿Y cómo les fue?
—Excelente. Pero la primera vez sucedió un incidente que me apenó bastante. La tarima la estaba patrocinando Aguardiente Antioqueño. Pero, como yo no tomo, pensé que todos los rones del mundo eran iguales. Y empezamos a cantar “Dame un trago”:
“Dame un trago/ Catalina, dame un trago/ pero enseguida/ dame un trago/ de Tres esquinas”.
Apenas mencioné ese nombre nos apagaron las luces y el sonido, y nos pedían que nos bajáramos. Pero el público gritaba que nos dejaran continuar; y así lo hicieron. Pero en cuanto terminamos, tuvimos que irnos. En los días que restaban del evento, no nos volvieron a llamar. Pero al año siguiente sí nos llamaron y hasta nos salió una invitación para The green moon festival, que se hacía en San Andrés Islas.
—¿Y cómo recibieron los sanandresanos su música?
—La recibieron muy bien. Esa vez alternamos con más de veinte grupos de música caribeña. Por poco nos traemos el primer puesto, pero nos ganó Coupe Cloue, que para ese entonces tenía pegada, allá en San Andrés, la canción “Mon compe/ ti bom”. Pero nosotros le ganamos a los demás con “Tumanyé” y “Mangaina ta pelé”.
—Siguiendo con las grabaciones, ¿cuántas ha logrado el grupo hasta el momento?
—Diez. Dos en Felito Récord, dos en Sony Music y seis grabaciones independientes. Sin embargo, todavía pienso que fue un error habernos salido de Felito, porque el señor Félix Butrón nos quería como sus artistas exclusivos, así como tenía a la señora Emilia Herrera. Si él estuviera vivo, nuestra situación fuera otra. De pronto no estuviéramos millonarios, pero sí en mejores condiciones artísticas.
Otro que nos estimaba mucho era el gerente, Humberto Castillo; pero después que murió el señor Butrón, él se retiró de la empresa y las cosas empezaron a marchar mal. A nosotros no nos daban la carta de libertad y el grupo duró seis años sin grabar, aunque trabajábamos, porque la gente se acordaba de nuestra música, pero una grabación siempre hace falta. Y por no tenerla, fuimos bajando de sintonía.
La nueva oportunidad se presentó con Noraldo Iriarte (“El Chawala”) propietario del picó El rey de Rocha. Él nos invitó a que regrabáramos “Dame un trago”, pero en ritmo de champeta, con instrumentos melódicos y los arreglos del maestro William Simancas. La cosa resultó y se vendieron bastantes discos. Por eso nos animamos e hicimos otra producción llamada “La pollera”, pero en lengua palenquera.
De ahí en adelante seguimos no grabando producciones completas, pero sí canciones sueltas, y el éxito más sonado fue “La arepa asá”. Después grabé una champeta llamada “Rescátame, si puedes”. También le grabamos a un picó del corregimiento de Santa Ana.
—Hablemos de su experiencia en Europa…
—Bueno, aquí tengo que mencionar al productor Lucas Silva que, aunque no es cartagenero sino caleño, aprecia mucho la música palenquera y la champeta criolla que han hecho los primeros palenqueros que se atrevieron.
He ido a Europa tres veces. La primera vez fue para reemplazar a Paulino Salgado Valdez, el popular Batata II. Él era muy conocido en varias ciudades europeas y allá grabó una producción muy buena, por la que le consiguieron 18 presentaciones en Bélgica, Montpellier, Marruecos, Rabat y Suiza. Pero no las pudo cumplir, porque se enfermó y murió.
Los empresarios fueron a Palenque para ver a quién encontraban que pudiera imitar la voz de Batata. Allá les dijeron que Justo Valdez era el único que podía hacer ese trabajo. Así fue como Lucas Silva me buscó, me trajo las canciones del difunto para que me las aprendiera y nos fuimos a Francia. Hice varias presentaciones y regresé. Ese mismo año me llevaron dos veces más y hasta hicimos un video.
Después, cuando el africano Bopol Mansiamina vino a dirigir un taller de guitarra con los músicos cartageneros de champeta, me propuso que hiciéramos un CD. Allí canté con Ruth Córdoba, una de Las perlas negras. Yo grabé la canción “Kumina” (comida), que también fue incluida en otro CD en donde grabaron Viviano Torres y Louis Tower llamado “Colombiafrica the mystic orchestra”.
—¿Y qué está haciendo ahora, aparte de vender gafas en la playa?
—Acabamos de grabar una producción en donde vienen varias canciones ya conocidas y otras inéditas, que espero nos sirvan para que nos llamen en las fiestas novembrinas y en el Carnaval de Barranquilla.
Abril de 2008