La travesía de un liso en Olaya


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El simple hecho de que a alguien se le hubiese ocurrido tomar a los personajes del barrio como protagonistas de canciones, terminó por cambiarle el rumbo a la música champeta.
Ese alguien es Luis Alfredo Torres, un cantante y compositor nacido en el palenque San Basilio, quien, después de incursionar en los ámbitos de la música folclórica que percutaba en su pueblo, terminó autonombrándose “Louis Towers”, o “El Razta”, como se le ha seguido conociendo en el espectro de la farándula criolla.
Pero no es de Towers de quien se debe hablar específicamente, sino de su canción “El liso en Olaya”, que por estos días cumple 20 años de haber salido al mercado discográfico cartagenero, para convertirse no sólo en un clásico de la champeta sino también —como ya se dijo— en la flecha que marcó un nuevo derrotero para esa música.
Antes de que esa canción apareciera en escena —principios de la década de los noventa—, los primeros exponentes de la champeta criolla estaban enfocados en el ritmo: era sólo ritmo lo que procuraban las agrupaciones; y estribillos guturales los que afincaban los cantantes, como una forma de apegarse al sonido del soukus africano que promocionaban los picós en décadas anteriores.
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Voces desafinadas y letras escasas se escucharon en las primicias del movimiento de la champeta local. Luego, relatos vulgares y pasados de tono. Después, las rondas infantiles suplieron la falta de ingenio de los compositores, hasta que apareció Towers, quien venía de cantar reggae y otros aires caribeños en el contorno de la rumba bogotana.
Se oía extraña. La aparición de “El liso en Olaya” en una de las emisoras de F.M. más pegadas del momento se escuchaba extraña. Extraña no por mala, sino por lo contrario: porque era un oasis en medio de tanto estrépito. Sus arreglos, la historia que cuenta, la sabrosura lenta de su ritmo, la voz almibarada, afinada y bien medida del cantante; el relato real, cercano y cierto fueron suficientes para que el resto de los vocalistas entendieran que lo que andaban buscando en otros ámbitos, para robustecer su música, estaba desde siempre en sus propias narices: el barrio y sus personajes. Las historias cotidianas envueltas en su propio lenguaje. En su metalenguaje.
Porque es el metalenguaje otro de los protagonistas de “El liso en Olaya”. Usar palabras rebuscadas o extrañas para el público que recibe la música popular, a veces resulta contraproducente. Pasarse de coloquial, por el contrario, es deslizar una puñalada en el costado del buen gusto y en el palpitar de las implicaciones estéticas que debe contener todo arte, aunque provenga de la médula del pueblo.
Entre esas dos opciones —lo retórico y lo vulgar—, siempre media el metalenguaje. “El liso en Olaya”, desde su nombre, propone esa subregión del idioma como una forma válida de contar las cosas. Y es que debía llamarse de esa forma, pues el origen de la historia, según el autor, así lo demarcaron.
“Fue un 11 de noviembre de 1995.—recuerda Louis Towers—. Desfile de reinas. A las 5 y 30 de la tarde, al terminar el bando, tratando de abandonar la avenida Santander, utilicé el Parque de la Marina, cuando aparece una amiga acompañada de sus dos hijas, niñas tan grandes y tan lindas como su mamá. Me las presenta. Pasados unos diez minutos, aparece un colega cantante de champeta, quien también estuvo observando el desfile e ingiriendo licor, cosa que se le veía a leguas. Le presento a mis amigas. Enseguida, sin recato alguno, las invita a tomar cervezas, pero al mismo tiempo las agarra con tal confianza que cualquiera hubiese pensado que ya las conocía de tiempo atrás. Quedé perplejo. Literalmente, me las arrebató. Y así nació la idea de escribir el ‘Liso en Olaya’, cuyo título, al principio, era simplemente ‘El Liso’”.
“Liso”, en el abecedario del metalenguaje, es aquel que se atreve a todo, el osado, el atrevido, el que entra en todas partes, como bien podría hacerlo cualquier objeto resbaladizo, una bola de jabón o de grasa, pongamos por caso. Pero la canción no es la historia de la anécdota que cuenta Towers, sino el retrato de ese personaje que nunca falta en la barriada. El que no respeta jerarquías, ni pide permiso, pero por alguna torcedura de su destino, recibe su merecido al atreverse a estirar la mano hacia la mujer del que resulta ser uno de los manes más bravos del barrio Olaya Herrera.
“Al principio —explica Towers—se titulaba ‘El Liso’, pero un día cualquiera se me ocurrió ubicar al personaje en las calles de Olaya, en donde dicen que nadie gusta de tipos atrevidos; y menos de esos que quieren conquistar a todas las mujeres, aún sabiendo que son ajenas. Entonces se transformó en ‘El liso en Olaya’”.
Y vuelve el metalenguaje para advertirle al “liso” que saque la mano, que se la van a “mochar”; que mire que el marido de la mujer que pretende es “champetúo” y lo puede “lavar”; que no le toque su “geva”; que a ese man lo vieron en la “candela”, que no le vaya a “inventar”, que ese “no come de na”; que te puede “cascar”, que te puede “achacar”, que el tipo anda “mancao”, que sueltes el “viaje” ya, que...
De manera que —según el preñado y siempre creativo diccionario del metalenguaje populachero— cuando al “liso” lo van a “mochar” no es que le quieran cortar ningún miembro, sino que le puede ir muy mal, en caso de que lo descubra el ofendido.
Cuando le advierten que el marido de la muchacha es “champetúo”, le están diciendo que es violento y agresivo, aunque muchos pioneros de la música champeta estén luchando para que ese término cambie de significado y no siga siendo sinónimo de lo más execrable.
Cuando le dicen que el “champe” lo puede “lavar”, no es que lo quieran bañar ni nada que se le parezca, sino que le pueden hacer tal daño que le saquen sangre y le laven con ella el rostro o cualquier parte del cuerpo; aunque, con el tiempo, el término ha ido tomando acepciones referentes al fracaso, a la imposibilidad de alcanzar una meta. “Estoy lavao”, dice el que comprueba que no le fue muy bien en lo que pretendía.
Cuando al liso le aconsejan que no toque a la “geva”, están utilizando un término de los años setenta, tal vez surgido de la música salsa, tal vez importado de Venezuela, tal vez recibido de las Antillas, pero se instaló rápidamente en el metalenguaje del Caribe colombiano y ya se sabe que la “geva” es la hembra, la enamorada, la mujer oficial.
Dice Louis Towers que cuando al atrevido le hacen saber que al marido de la “geva” lo vieron “en la candela”, no le están informando que lo vieron en medio de un incendio, sino en el barrio La Candelaria, uno de los más antiguos y peligrosos de la zona sur oriental de Cartagena, en donde, según el cantante, “al que vean por ahí, debe suponerse que no es una ‘perita en dulce’, no es ningún bobo”.
Por el solo hecho de que al “champe” lo hayan visto en la “candela”, al liso le recomiendan que no le vaya a “inventar”, queriendo decirle que no intente algo contra la “geva” del “champe”. El verbo “inventar” se toma entonces como sinónimo de atreverse a hacer algo, de estar dispuesto a acometer cualquier cosa. Una mujer “inventora” (liviana en extremo) es la que está dispuesta a hacer lo que sea, como sea, con quien sea, cuando sea y en donde sea. Esa que va pa' las que sean.
Para reforzar un poco más la peligrosidad del “champe”, al liso le advierten que aquel “no come de na'”. Es decir, no le teme a nada, no cree en nada ni en nadie, no se deja presionar fácilmente. Así que lo puede “cascar” o “achacar”, dos términos sinónimos de dañar, poner en malas condiciones, castigar o agredir. Porque el marido de la “geva” anda “mancao” o armado, tomando en cuenta que el arma (cortopunzante, contundente o de fuego) en el metalenguaje recibe el nombre de “manca”.
Finalmente le dicen al “liso” que suelte el “viaje” ya. Y ese “viaje” no es otra cosa que el impulso, la intención y las ganas que alguien siente de hacer algo. Aunque, con el uso y el abuso, el vocablo ha tomado otros significados, como cuando en el ambiente de los músicos se dice que tal canción “tiene un ‘viaje’ chévere”, suena bien, goza de buen ritmo.
Vale aclarar que “El liso en Olaya” primero fue una pista creada por el guitarrista cartagenero Álvaro Cuellar. Puro ritmo. Luego, en ella participaron otros guitarristas cartageneros llamados Rommy Molina y Luis García, en compañía de Uchi del Real, pianista también oriundo de esta tierra.
Pero fue Álvaro Cuellar quien, en primera instancia, pensó en Louis Tower para la composición de la letra, que surgió en un abrir y cerrar de ojos, aunque, por cosas de los productores, los primeros que cantaron letras propias para tal pista fueron Álvaro Almario (“Álvaro el bárbaro”), Justo Valdez y Cándido Pérez, quienes no presentaron buenos resultados.
La pista, con sus arreglos en guitarra y piano, permaneció varios días sin letra y sin cantante, hasta que Álvaro González, el director de la casa “Flecha Record”, le solicitó a Towers la grabación de dos canciones, una de las cuales iría sobre la pista en cuestión, cuya melodía, armonía y aire de soweto sedujo al palenquero, quien enseguida pensó en la necesidad de alargar la letra para contar la historia del atrevido que pretende a una olayera casada.
La producción —con un pobre diseño de carátula— salió al mercado en octubre de 1996, siete meses después de grabada, en razón de que los productores no estaban seguros de si el ritmo soweto gustaría en el mercado que el soukus acelerado había conquistado desde que comenzó el movimiento champetero. Además de “El liso en Olaya”, el long play traía temas como “La gata”, “La aguja”, “La muleta” y “La mona perversa”.
Esta última comenzó a sonar en los picós “El isleño”, del barrio Nariño; y el “El sabor stereo”, del barrio Torices, pero ninguno programó “El liso en Olaya”, enfrascados en una rencilla referente a la exclusividad de cual de los dos había dado a conocer el larga duración.
Finalmente, Towers, por su propia iniciativa, lo llevó a la emisora Rumba Stereo y fue así como “El liso en Olaya” se convirtió en un batazo de cuatro esquinas y en clásico de la música afrocaribeña que se hace en Cartagena.
Diez años después hizo parte de una selección de canciones que Towers, junto con Viviano Torres y Justo Valdez, grabaron en la ciudad de París, bajo la dirección del guitarrista africano Bopol Mansiamina, en una producción titulada “Colombiafrica”.
Allí, “El liso en Olaya” volvió a sonar, pero esta vez acompañado de tres guitarras, bajo, secuenciador, batería, piano, trombón, trompeta y saxo.
Existe otra versión, publicada en 2016, pero cantada en lengua palenquera, la cual hizo parte del disco compacto “Ku lengua suto” (nuestra lengua).
“Aunque la versión que hicimos en Cartagena, la más rústica, es la que la gente más siente y más se goza”, opina “El razta”.

La canción

El liso en Olaya

1
No seas liso, saca la mano,
que te la van a mochá/(bis)
Que el marido es champetúo
y te puede lavá/ (bis)
Él vive en Olaya, papa,
y no come de na/ (bis)
No seas liso, papa,
porque el men te puede lavá/.

2 (animación)
Que te puede lavá, liso/
Que te pude mochá, liso/
Él anda mancao, liso/
Te puede achacá, liso/
Suelta el viaje ya, liso/
Que te puede cascá, liso/
Que te puede lavá/
Que te puede cascá/
Él anda mancao, liso/
Y te puede achacá/
corta el viaje ya/
que te puede achacá/

3
Saca la mano, liso,
que el champe te la puede mochá/
A ese no hay quien lo aguante, liso,
y te puede achacá/
A ese man yo lo vi en la candela/
no le vaya a inventá/
No le toques su geva, liso,
que te puede cascá...


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