Ruth y Elizabeth Córdoba, Las perlas negras

Las perlas negras, una propuesta monumental


La presencia de la cantante Ruth Córdoba sigue siendo imponente y soberbia, como cuando junto a su hermana Elizabeth estremecían las tarimas y las discotecas a fuerza de movimientos que se disparaban desde sus humanidades semejando el bramido de un cataclismo.
La velocidad de su conversación y el alto volumen de su voz me hicieron olvidar una anécdota que duré varios días rememorando para contársela el día en que pudiéramos cruzar algunas palabras: supe de su existencia en la Plaza La Trinidad, del barrio Getsemaní. Era una tarde de junio. Cartagena estaba celebrando su cumpleaños. El espacio estaba lleno de estudiantes que habíamos terminado la jornada de los colegios La Santísima Trinidad y La Milagrosa. Después de varias presentaciones, un animador anunció la actuación de Las hermanas Córdoba.
Al instante, aparecieron dos jóvenes negras de igual estatura, vivaces, exponiendo una canción al unísono, que, al final, cobró estruendosos aplausos. El asombro y la curiosidad por lo nuevo se veían en los rostros de los espectadores, dado que hasta ese momento se había visto algo parecido en Cartagena. Lucían faldas cortas y camisas anchas de manga larga. Zapatos negros de tacones puntiagudos, los cuales manejaban con tanta soltura que parecían marionetas sin articulaciones. El público pedía más canciones, pero las complacencias fueron pocas. La agenda programada no permitía acciones imprevistas.
Ahora sigo escuchando a la Ruth Córdoba del siglo XXI y se me antoja que permanece igual de majestuosa. Volví a verla una tarde de domingo en su residencia del barrio El Socorro. Al parecer, era la casa paterna, pues ambos progenitores me llenaron de interrogantes cuando decidí esperar a que regresara de su trabajo.
Volvió a los pocos minutos. “¿Qué maravilla vienes a proponerme?”, preguntó en su acostumbrado tono elevado,  mientras venía caminando por la angosta calle que la conduciría a su casa. Conversamos varios minutos y establecimos una fecha posterior para reunirnos y materializar una entrevista.
Varias veces se complicó la cita, hasta que por fin, otro domingo, pero en las primeras horas de la mañana, pudo recibirme otra vez en su terraza. Tenía sobre sus piernas varios long play de los que grabó con la orquesta La Monumental y con su propia agrupación. 
Las carátulas de los discos, y una decena de fotos que había colgadas en las paredes del aposento, me trajeron a la memoria varias imágenes de La Monumental, en los años 80, tocando en la Plazoleta Telecom, en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, en la cancha del Techo Rojo en El Socorro. O en los preludios felices del 11 de Noviembre. Pero Ruth parecía no notar la renovada alegría que se apoderaba de mi rostro.
“No recuerdo nada de aquella época —me dijo—. Es decir, no me la paso añorando aquellos tiempos como si fueran mejores. Yo no vivo de nostalgias. Mi mejor momento es ahora. Ahora canto y bailo mejor, y me solicitan más. Por ahí acabo de grabar una canción. También me invitaron a que integrara una orquesta en formato de big  band, pero querían ponerme de segundona de una cantante nueva. Y lo mejor que hice fue darme mi porte. Primero fue sábado que domingo. Por eso no estoy en esa orquesta ni me interesa estar”.

Vamos a los carnavales...

Antes de reunirme con Ruth, alguien me había comentado que Elizabeth, su hermana, vivía desde hacía cierto tiempo en los Estados Unidos. Así que la entrevista sería con una sola perla. Y esa perla solitaria empezó contándome que, al nacer en la ciudad de Cali, la bautizaron como Ruthmila Marleny Córdoba Cuero, mientras que a su hermana la llamaron Elizabeth Martgoth. Que su padre, Juan Evangelista Córdoba Bedoya, era boxeador; y que su madre, Isaura Cuero de Córdoba, era cantadora de aires folclóricos, aunque, al parecer, nunca se esforzó por explotar al máximo la belleza de su voz.
“Por la profesión de mi papá, desde temprano la familia se acostumbró a hacer unas travesías más o menos extrañas. Para no alargarte el cuento, saltamos de Cali a Medellín, y de Medellín a Cartagena, pero me considero mucho más cartagenera que caleña. Mi papá fue conocido en Colombia en la categoría ligero-mediano, porque tuvo la oportunidad de pelear con Rodrigo Valdez y Bonifacio de Ávila. Esas son las peleas que más recuerdo, porque el boxeo es un deporte que muy poco me gusta.
Mi mamá tenía una voz hermosa. Me dicen que era cantadora de bailes folclóricos, y que, incluso, un día la invitaron a trabajar en una telenovela al lado de Leonor González Mina,  esa que le decían 'La negra grande de Colombia'. Parece que la historia tenía algo que ver con los aires folclóricos del Pacífico y a mi mamá le tocó asumir un canto responsorial, de esos que se les dedican a los difuntos, porque en el drama habían asesinado a uno de los personajes.  La recuerdo cantando cuando íbamos a  la iglesia: tenía una tesitura muy alta, bonita y firme.
En cuanto a mi hermana Elizabeth y yo, te cuento que comenzamos a cantar aquí en Cartagena, cuando estábamos en el colegio. Ya antes habíamos asistido a un plantel en Turbo (Antioquia), pero nunca se nos dio por cantar. Acá en Cartagena la primera que comenzó a hacerlo fue Elizabeth, porque yo era muy tímida. Hubo un momento en que la escuché cantando con un vibrato muy lindo, y me sorprendí. Le toqué la garganta. Le pregunté que por qué cantaba así. Y le dije, ‘no señor, yo no puedo permitir que tú sola seas la que cante. Yo también voy a cantar’. 
Desde ese momento, todos los días me encerraba en mi cuarto a practicar, y me di cuenta de que mi voz era muy fina y muy aguda. Para esa época estudiábamos en el Colegio del Terminal Marítimo y uno de los profesores era el maestro Antonio María Peñalosa, quien, cuando quería formar algún coro, reunía a varios alumnos y nos ponía a practicar.  Elizabeth y yo siempre terminábamos siendo escogidas para el coro definitivo. Después, ingresamos al Colegio María Auxiliadora y allí el apoyo fue mucho más continuo, porque tú sabes que a las monjas les gusta armar coros y cosas así. Con ellas fue cuando de verdad aprendimos a hacer voces.
Ya se hablaba de nosotras en los demás colegios y nos invitaban a todas partes. Del María Auxiliadora salimos para el Colegio Paulo Sexto, pero acá el apoyo no fue muy bueno. Recuerdo que una de las dueñas del colegio, cuando nos veía cantar, decía que parecíamos unas cacatúas; y nos tocaba rogarles para que nos dieran un permiso para cumplir con alguna invitación. Pero cuando comenzamos a cobrar fama en los medios de comunicación, entonces empezaron a darse golpes de pecho diciendo que éramos un producto de su institución. Pero resolvimos castigárselas retirándonos de ese colegio”.

¿Ese negro qué se cree...?

Cuando las hermanas Córdoba aún no se llamaban Las perlas negras, sus apariciones en público se hacían con el fondo melódico de una guitarra ejecutada por Elizabeth, quien aprendió a conocer ese instrumento con la ayuda de su tía Elvia Muñoz y a escondidas del padre huraño, quien nunca estuvo de acuerdo con que las futuras artistas anduvieran cantando y alegrando escenarios, sobre todo en horas nocturnas. Pese a eso, Elizabeth asistía a las clases de guitarra y a las prácticas con Ruthmila, sesiones en las que preparaban un show pletórico de las canciones que estaban de moda en las emisoras de entonces y que la gente aplaudía y bailaba cuando surgían de la voz del afortunado dueto femenino.
“Después de la incómoda experiencia en el Pablo VI, tuvimos la fortuna de llegar al Colegio Departamental Nuestra Señora del Carmen. Pero antes, tengo que recordar que nuestra gran primera presentación ante un público numeroso fue durante el regreso de Miguel María ‘El Máscara’ Maturana al boxeo. Esa noche, el empresario deportivo Francisco Fernández Bustamante nos concedió el honor de que fuéramos nosotras quienes interpretáramos el Himno Nacional en el comienzo de la velada. Fue algo espectacular, emocionante. Todavía se me eriza la piel.
En el Departamental nos sentíamos un poco más profesionales y con mayor apoyo, porque la rectora de ese entonces, Berta Crismatt, nos estimaba mucho y creía demasiado en nosotras. Nunca nos puso problemas para darnos los permisos. Por lo contrario, siempre estaba pendiente de cuanto evento cultural había en la ciudad para que nos incluyeran. ‘Ustedes son mis hijas’, decía con frecuencia. Y, cuando teníamos que hacer alguna presentación en la noche, iba a la casa y hablaba con nuestros padres para que nos dieran el permiso. Otro de los pasos profesionales importantes de nuestra carrera se presentó cuando el Departamental fue invitado a hacer parte de las celebraciones de uno de los cumpleaños de Cartagena. Fue así como tuvimos la oportunidad de conocernos con los hermanos Lezama, unos músicos reconocidos en Cartagena, quienes vivían en el barrio Getsemaní. Tenían un buen grupo y con ellos aprendimos mucho más sobre vocalización y expresión corporal. Hicimos varias presentaciones  y durante una de esas, alternamos con la orquesta La Monumental, cuyo cantante del momento era Lucho Gómez y el propietario era Tyrone del Cristo Pérez. Éste nos preguntó que si queríamos integrar la agrupación y no demoramos en decirle que sí, porque nos parecía interesante hacer parte de una orquesta grandota como esa. 
Así fue como comenzamos a cantar música tropical, porque con los Lezama hacíamos música de salón. Es decir, boleros, baladas, porros, una que otra cumbia. Pero con La Monumental nos metimos en la onda del merengue dominicano y del son caribeño, que estaban haciendo furor en esos años”.

Negro aprovechao, tú pensaste que me moriría 

Los amantes de la música tropical en Cartagena y en el resto de la Región Caribe colombiana identificaban en las voces de Las Perlas Negras la clara influencia de Los vecinos de Nueva York y de algunas de las vertientes sonoras que se desparramaban por el mundo, al influjo del nuevo impulso que estaba tomando la música latinoamericana. 
No obstante, los modelos de los principios permanecían en sus mentes: Ruth seguía admirando a Denisse de Kalafe, a Amanda Miguel, a Valeria Linch y a Celia Cruz; mientras que Elizabeth seguía aferrada a los recuerdos de Andy Geeb, John Travolta, Carlos Santana y su “Samba pa’ ti”; y la banda sonora de la serie televisiva norteamericana “Baretta”. “Ella cantaba en inglés. No sé cómo, pero cantaba en inglés”, recuerda Ruth cuando devuelve la cinta de las rememoraciones.
“Nosotras siempre tratábamos de hacer presentaciones originales, pero en cuanto empezamos a cantar con La Monumental nos tocó aprender a interpretar el merengue dominicano moderno. Pero, al principio, todo se desenvolvía en presentaciones. Una noche nos invitaron a la inauguración de la discoteca Giardino Night Club, del barrio Bocagrande, en donde nos encontramos con el locutor Jimmy Méndez, quien nos dijo que nosotros éramos tan valiosas como unas perlas negras, de esas que solo se encuentran en el Atlántico Norte, allá donde se hundió el Titanic. Por eso son tan costosas. En fin, él terminó sugiriéndonos que dejáramos de llamarnos las hermanitas Córdoba y nos bautizáramos como ‘Las perlas negras’. Y así nos quedamos. 
Nuestro éxito en tarimas era indiscutible. La gente nos aplaudía sin reservas, porque siempre tratábamos de dar lo mejor de nosotras. Pero hubo un momento en que decidimos decirle a Tyrone del Cristo que seguiríamos en la orquesta solo si nos conseguían una grabación, porque temíamos que algún día la gente se aburriera de oírnos cantar música ajena. Además, casi todos los grupos de Cartagena tenían canciones sonando en las emisoras, menos nosotras. 
Tyrone andaba orgulloso de Las perlas negras, porque procurábamos siempre tener buen físico y buenas coreografías, ya que vivíamos pendientes de los grandes ballet de Las Vegas, pero sentíamos que ya era el momento de entrar a un estudio de grabaciones. Por esos días, Elizabeth andaba investigando sobre la guacherna y todo lo referente a los carnavales de Barranquilla, y fue así como se le ocurrió la canción ‘Carnaval’, que hizo parte de la primera grabación que hicimos con La Monumental. 
Ese primer long play se llamó ‘Fuego y candela’. Las canciones que más se oyeron fueron ‘Carnaval’ y ‘El tipo liso’, de Ramón Chaverra. Ese año fuimos al Festival de orquestas del carnaval y nos trajimos el Congo de oro. En verdad, nos lo ganamos tres veces consecutivas. Por eso nos hicieron muchos homenajes y hasta estuvimos en la Feria Internacional de España, de donde nos trajimos el primer puesto”.
En la siguiente producción con La Monumental, Las perlas negras lograron poner en los primeros lugares de sintonía la canción ‘Gracias, Barranquilla’, de Hugo Alandete, tema que hizo parte del LP ‘Así somos’. El vínculo con la orquesta duró solo cuatro años en los que, al final, se presentaron algunas desavenencias entre las directivas y las cantantes, quienes decidieron retirarse y conformar su propia agrupación musical.
Armar nuestra propia orquesta no fue tan difícil, por el prestigio que ya teníamos en el ambiente musical cartagenero. La cuestión fue solo hacer una fusión con Alfonso Gómez, el de la orquesta La octava potencia. Él hizo las veces de director y nosotras mismas éramos las managers del grupo. Casi enseguida nos salió la oportunidad de viajar a los Estados Unidos y de conseguir una grabación en Prodiscos, con la que pegamos la canción ‘Negro candela’, de la autoría de Elizabeth. 
Fue tanto el éxito de la canción que resultó grabándola una cantante dominicana llamada Yolanda Duque, quien terminó opacando al grupo 4:40, de Juan Luis Guerra. Mientras hacíamos presentaciones en Colombia, nos enteramos de ese suceso y nos tocó volver a Estados Unidos a visitar todas las emisoras de Nueva York y Miami, para aclarar que esa canción era de nosotras y que Yolanda Duque la había grabado sin nuestro permiso y sin darnos crédito, lo que nos estaba obligando a interponer una demanda. Pero, al mismo tiempo, pensamos que apenas estábamos tratando de abrirnos paso en ese mercado y lo que menos nos convenía era armar un escándalo. 
Luego, grabamos el LP ‘Los rumberos’, en donde incluimos la canción ‘Sopa de caracol’, que estaba sonando bárbaramente en versión de la Banda Blanca, de Honduras”.

Eso me dice mi negro, cuando no llega cansao

En el momento en que Las perlas negras hacían presentaciones en diferentes escenarios norteamericanos, se percataron de que muchas agrupaciones tropicales y salseras optaban por producir el sonido con una parte de instrumentos originales y la otra con secuenciador. Eso mismo hicieron con su agrupación, lo que redundó en una baja de costos y comodidad en la logística, “pero cuando regresamos a Cartagena con esa propuesta, nos  recibieron mal. A nadie le gustaba eso. Y mira que ahora es eso lo que se está usando”, señala Ruth, quien cree que uno de los errores de la agrupación fue haber abandonado Estados Unidos cuando estaban en pleno despegue y reconocimiento en el ámbito del espectáculo latino.
“Después de estar trabajando duro en Estados Unidos y palpando los buenos resultados, nos llamó Marcos Barraza, identificándose como representante de la agrupación de Joe Arroyo. Nos dijo que nos viniéramos para Colombia, porque quería hacer un proyecto grande con nosotras en donde todos ganaríamos mucho dinero y consagración. Le hicimos caso y empacamos maletas para Cartagena. 
Cuando estábamos acá, todos los días nos decía que estaba haciendo las diligencias para la grabación, hasta que un día nos cansamos y comenzamos a averiguar por nuestra cuenta. Lo primero que supimos fue que él ya había dejado de ser representante de Joe Arroyo desde hacía mucho tiempo y que había salido de esa orquesta de muy mala manera. Y después supimos que iba a la casa disquera a pedir cosas y dinero a nombre nuestro hasta que los ejecutivos de esa empresa se molestaron y dijeron, lógicamente, que no daban un peso más, porque no estaban viendo ninguna propuesta de nuestra parte. 
Mi hermana se aburrió de esperar y regresó a Estados Unidos. Allá se casó y tiene un bonito hogar. Sigue haciendo presentaciones. Yo también las hago y ya me identifican en todas partes como ‘Celia Cruz’, porque he seguido admirando a esa gran cantante cubana. 
Acabo de grabar un sencillo con la canción ‘Punta Caribe’, de la autoría de Elizabeth. Espero que sea un exitazo cuando salga. Sé que será así, con el favor de Dios. No me he casado ni quiero hacerlo. Como soltera me va mejor. Además, las cosas ocurren en el tiempo de Dios y no en el de uno. Lo otro es que mi hermana me está esperando y ya me estoy preparando para volver a Estados Unidos, porque cuando reanudemos nuestro dueto, será una cosa súper explosiva. Mejor que en los años ochenta. Tendrás noticias mías”.

Enero de 2012
 


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