Mariano Pérez, acordeonista cartagenero

Mariano Pérez, el acordeón biónico de Colombia


En el momento en que nos disponemos a conversar, el acordeonista Mariano Pérez acaba de llegar a Cartagena, procedente de México, en donde vivió y trabajó durante seis años.
Dice que regresó para organizar unos cuantos asuntos personales y que aprovechará este tiempo para entrar a los estudios de grabación, en donde adelantará alguna producción para promocionar en el país azteca.
Estamos conversando en el apartamento de una sus hijas. Se trata de un espacio confortable al cuerpo y a la vista, bastante diferente a la casa de dos pisos que Mariano levantó, años atrás, en el barrio Los Ángeles, a orillas de la avenida Pedro de Heredia, y en cuya pared más visible, transeúntes y viajantes en automotores podían divisar con facilidad un aviso en el que se anunciaba una escuela de música, que ofrecía enseñanza para tocar el acordeón y demás instrumentos de la llamada música vallenata.
Entre los corrillos que son comunes en el medio artístico, Mariano Pérez aparecía siempre como el típico músico “garrotero”, el que se vale de miles de artimañas para pagarles incompleto —o no pagarles— a los integrantes de su propio conjunto o a las personas que, de una u otra forma, tienen que ver con su vida laboral. 
Por eso, cuando el célebre instrumentista y compositor comenzó a levantar la casa del barrio Los Ángeles se oyó decir con insistencia que “los ladrillos son de Fulano; las ventanas, de Zutano; las tejas, de Mengano; las baldosas y el cemento, de Perencejo; el cableado eléctrico, de...”
Ignoro si a los oídos de Mariano Pérez llegaron los pormenores de esos comentarios, pero tampoco sería extraño el que los haya escuchado, por la sencilla razón de que no solo entre cielo y tierra, sino también entre músicos, son pocas las cosas que quedan ocultas.
Es posible que aún no haya alcanzado los 70 años, pero el aspecto físico del acordeonista no ha cambiado mucho, salvo en el color artificial que pretende cubrirle las canas y en la desaparición de la chivera que hizo popular en las carátulas de los discos que alcanzó a grabar mientras estuvo en Colombia.
La voz gangosa y de gran volumen, al igual que el caminar presuroso, lo siguen acompañando. Los recuerdos de sus satisfacciones profesionales parece que también; por tanto, no pierde oportunidad para señalar que en los años ochenta el boom de la música cartagenera no estuvo apoyado por uno sino por varios géneros musicales que se cultivaban en la ciudad con diferentes protagonistas, entre quienes, por supuesto, se pone él como digno representante de la música de acordeón.
Y no miente: entre las décadas de los 70 y 80, la figura de Mariano Pérez era conocida y reconocida en todos los ambientes de la música popular de Cartagena y del departamento de Bolívar, toda vez que sus ejecuciones, en un principio, estuvieron apegadas a la onda sonora que impulsaban acordeonistas como Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez, a quienes considera sus maestros.
Años después, laborando como técnico de acordeones del conjunto El binomio de oro, de una u otra forma, se erigió como partícipe del crecimiento de la música de acordeón en Colombia, pero sus esfuerzos también se centraron en que el talento de los cantantes, músicos y compositores de Bolívar, Sucre y Córdoba igual fuera reconocido, aunque de todos modos la hegemonía de los artistas del Cesar, el Magdalena y la Guajira terminó por imponerse.
No obstante, Mariano Pérez insistió en su filosofía de sacar adelante lo cartagenero y lo bolivarense con cantantes como Guillermo Torres, Guillermo Klele, Zoren Arrieta, Carlos “El Niño” Castellón (q.e.p.d.), Jairo Herrera y Ricky Bossa. Pero fue con Guillermo Torres con quien escribió sus mejores letras doradas, según el sentir no solo de los conocedores sino del público que en todos estos años no ha dejado de solicitar y escuchar canciones como "Tristeza sobre tristeza" y "Abnegación".
"El nuevo rey sabanero" se llama esa producción, que fue concebida en la disquera Codiscos a finales de los años setenta y en la que se consignaron canciones como la ya mencionada "Tristeza sobre tristeza", de Guillermo Torres; "Corazón inútil", de Dagoberto Torres; Penumbra, de Julio Amador; Corazón flamenco, de Ángel Vásquez; Rossy y Llora negro, de Mariano Pérez; "Cila Bella", de Pedro Cárdenas; y "Carmen de Bolívar", de Lucho Bermúdez.
Pero en ese mismo long play se destacaron "Abnegación", de Mariano Pérez, la que ya es un clásico de obligada programación en el día de las madres; y "El chonchito altanero", de Guillermo Torres, en donde el cantautor elaboró una fábula picaresca en contra del gobierno de los Estados Unidos.
“Esa es tu mejor grabación”, le han dicho a Mariano Pérez durante más de 25 años, pero él replica que "El niño y la boda", una especie de docudrama sonoro que grabara en los años noventa con la voz del cantante guamero (oriundo de El Guamo, Bolívar) Jairo Herrera, es la más internacional de cuantas ha grabado, ya que, según informa, se escuchó en casi todos los países latinoamericanos y en parte de Europa.
Pero en lo que concierne a la Región Caribe colombiana, los amantes de la música de acordeón lo recuerdan con "El nuevo rey sabanero" y con "Frenesí", una guaracha de su autoría e interpretación, que grabara en dos oportunidades como para ratificar la velocidad de su digitación y la laboriosidad de sus arreglos.
Y el asunto no es para exagerar: tuve la oportunidad de verlo con mis propios ojos y en incontables oportunidades haciendo gala del agitar de sus dedos sobre los botones del acordeón. La primera fue durante la inauguración de un supermercado en el barrio El Socorro. Todavía era Guillermo Torres el cantante de la agrupación. 
El acto finalizó no solo con la consabida guaracha "Frenesí", sino también con el siguiente aditamento: una combinación de pitos agudos y graves, con la que Mariano Pérez le extraía al acordeón el cloqueo de una gallina, el piar de unos pollitos y el relinchar de un caballo. Ya para esa época, alguien le había colgado el rótulo de “Mariano Pérez, el acordeón biónico de Colombia”.  Y así fue como su fauna sonora también pasó a conocerse como el “caballo, la gallina y los pollitos biónicos”, cosa que quedó ratificada en la producción que concibiera, unos años después, con el cartagenero Zoren Arrieta.
“Biónico”, por la aparición —a finales de los años 70— en la televisión colombiana de la serie norteamericana El hombre nuclear, a quien, de acuerdo con la leyenda, un grupo de científicos de la fuerza aérea de los Estados Unidos, después de rescatarlo medio muerto de un accidente aéreo, lo convirtieron en súper hombre, gracias a la reparación, con elementos biónicos, de sus partes desmembradas. Y vaya a saberse qué es un “elemento biónico”.
Lo que sí se sabe es que Mariano Pérez, ante la avalancha de vallenato romántico que estaba inundando a Colombia, entró en la pelea, pero siempre haciendo sus mayores esfuerzos por sacar a la luz pública un aporte de verdad bolivarense y sabanero.
Desde luego, el público seguía exigiéndole otra producción como "El nuevo rey sabanero", un segundo golazo en el que fuera Guillermo Torres el cantante, además de que la variedad sonora le hiciera honores a la música de este lado del Caribe colombiano.
Y esa grabación llegó. Se trató de un disco en formato supersencillo en el que se publicaron unas cuatro canciones, pero se promocionó con persistencia un pretendido vallenato en inglés, en donde Mariano Pérez volvió a lucirse con la velocidad de sus manos y su rauda combinación de notas. Pero lo que en verdad sigue mereciendo incluirse en una antología es la canción "Poquito a poco", un pasebol de excelsa calidad compuesto y cantado por Guillermo Torres.
Nacida y publicada esta producción, Guillermo Torres desapareció del panorama musical colombiano y fue ahí cuando comenzaron los rumores de que se había integrado a las filas del grupo guerrillero "Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia" (Farc).

“Choco” y alias “Conrado”: un mito

A finales de febrero de 2008, en la frontera con Ecuador, el Ejército colombiano dio de baja a un grupo de combatientes de las Farc, entre quienes cayó el comandante Luis Devia Silva, alias “Raúl Reyes”; y empezó a rumorarse que uno de los aniquilados era Guillermo Torres, conocido en la guerrilla con el alias de “Julián Conrado”.
De inmediato, la prensa cartagenera se puso en contacto con familiares y amigos del cantautor en el municipio de Turbaco y fue esta la historia que consiguió Samuel Álvarez Beleño, un periodista turbaquero que laboraba en ese entonces para el diario El Universal:
“El rumor sobre la muerte de Guillermo Enrique Torres, alias ‘Julián Conrado’, guerrillero de las Farc, oriundo de Turbaco, esta vez tomó más fuerza que en otras oportunidades.
Los rumores que siempre recorrían las calles del municipio  quedaban en puros ‘chismes’, dado que algunos aún aseguran que en cualquier momento ‘se presentaba en el pueblo, como un fantasma, a visitar a sus escasos amigos’.
Pero ayer las noticias radiales y televisivas daban cuenta de que esta vez sí era verdad que había muerto en combate.
Quienes recuerdan a ‘Choco’, como dicen sus amigos que le llamaban cariñosamente, aseguran que le gustaba andar solo por las calles de su pueblo natal, componiendo canciones y con una mochila al hombro; y, de vez en cuando, se reunía con sus mejores amigos para armar parrandas. 
Dicen también que Torres siempre tuvo pensamientos de izquierda y hasta participó en el grupo llamado ‘Juventud Comunista’, pero que nunca se imaginaron que podría ingresar a las filas de las Farc. 
‘Él siempre fue parrandero —recordó un amigo—. Hacía sus presentaciones como cantante. Leía muchísimo y estudiaba sobre la situación del país. Sin embargo, quería dedicarse a cantar. Un día estábamos tomando; y de pronto, ya en la noche, con bastantes tragos encima, me dijo: ‘me voy para Bogotá’. Le pregunté que para qué. Y me respondió: ‘Allá me tiene que ir mejor’. Y partió el primero de mayo de 1983, Día del Trabajo’. 
Aseguran, medio en broma, que uno de los motivos que  lo impulsaron a irse fue un amor por el que luchó, pero que nunca le correspondió.
‘A lo mejor —conjeturan— si esa muchacha le hubiese prestado atención, él no estaría en el monte. Estaba bien tragado’.
Uno de sus hermanos precisó que dentro de su familia había algunos problemas. Su padre se separó de su esposa; y eso, cree él, pudo también haber influido en la decisión de Guillermo Torres.
‘Somos cinco hermanos y, a raíz de algunos problemas entre mi papá y mi mamá, algunos fuimos criados por familiares. La verdad, no sé por qué a ‘Choco’ se le dio por irse.”
Añade que lo último que recuerda es que le dijo a su mamá que se iba para Medellín a grabar unas canciones. Y desde entonces, no se volvió a saber algo de él, hasta un par de años después cuando se enteraron de que hacía parte de las Farc.
‘No recuerdo cómo nos enteramos de que él era guerrillero. Tal vez fue por los noticieros o porque alguien nos avisó. Luego,  ‘Choco’ tuvo que decirnos la verdad’, cuenta el hermano.
Aclara que las versiones según las cuales en ocasiones llegaba a Turbaco son falsas, porque la ‘última vez que lo vi fue hace como 16 años. Hay quienes dicen que lo han visto, pero yo hace años que no sé nada de él’.
Ayer en Turbaco algunas cantinas y estaderos no paraban de poner sus canciones, debido a que para muchos Guillermo Torres  es ‘el artista más grande que ha parido esta población’.
Familiares del cantautor dicen que están haciendo las diligencias para que se les haga entrega del cuerpo de Torres con el fin de darle cristiana sepultura en su natal Turbaco.  
(...) A lo mejor son muy pocos los vallenatófilos que están enterados que el seudónimo de ‘Julián Conrado’ fue un homenaje que Guillermo Torres quiso hacerle a su amigo, el médico  y cantante samario Julián Conrado David, quien estudió su carrera en la Universidad de Cartagena y tiempo después grabó un L.P. en la disquera Codiscos, acompañado del acordeonista cesarence Gonzalo ‘Chalo’ Orozco.
Conrado David, al igual que Guillermo Torres, era un inquieto por los temas de corte social y político; y, por esa causa, en 1982, haciendo el año rural en la localidad de San Carlos (Antioquia), cayó asesinado a manos de fuerzas aún desconocidas.
Después de ‘El rey sabanero’, Guillermo Torres se retiró un poco de la escena musical, pero solo como cantante, ya que seguía componiendo sus canciones, una de las cuales, Si lo supieras, entregó a Mariano Pérez, quien la grabó con el cantante cartagenero Zoren Arrieta en el L.P. Por el título mundial.
Mucho antes, Mariano Pérez y Guillermo Torres volvieron a encontrarse en los estudios de grabación para producir un supersencillo, del que sobresalió el pasebol Poquito a poco, de la autoría del cantautor turbaquero.
Músicos cartageneros y admiradores de Guillermo Torres están de acuerdo en que fue estrenando esta producción durante las fiestas novembrinas de Cartagena, en 1983, en una tarima del barrio El Socorro, cuando lo vieron por última vez, porque de ahí en adelante sólo se escuchaban rumores sobre su ingreso a las fuerzas rebeldes colombianas”. 

Otro que desapareció

No tengo la fecha precisa en la que Mariano Pérez decidió viajar a México con su acordeón y su zoológico biónico. 
Pero recuerdo sin dificultades los conciertos en los que finalizaba su show tocando todos los instrumentos del conjunto, los pormenores de su grabación con Zoren Arrieta, sus intentos por innovar en grabaciones que ya no les interesaban a los programadores de las emisoras y su incursión en el "Festival Bolivarense del Acordeón", del municipio de Arjona, en donde tocó una puya con  la que salieron a relucir los pollitos, la gallina y el caballo biónico.
La gracia —que no resultó del gusto del jurado— le costó la corona de la categoría profesional, asunto que no pareció importarle mucho, porque luego vinieron otras grabaciones en las que incursionaron sus hijas y Fulvia Lozano Cuello (La Prince) su compañera sentimental de entonces.
Ninguna de esas producciones le devolvió las glorias pasadas, a pesar de sus constantes protestas contra las estaciones radiales, querellas que también disminuyeron con el tiempo. Y, tal vez, fue allí cuando decidió alzar el vuelo hacia otras latitudes.

Susurrando el viento pasa...

—¿Por qué siempre se rumora que la mayoría de los arreglos que están en el primer L.P. de El binomio de oro son suyos? 
—No sé, porque mi oficio en ese conjunto era nada más el de técnico de acordeones. Es decir, yo estaba pendiente de las tonalidades de los acordeones, de cuál debía ser el sonido más apropiado para cada canción, etc. Pero decir que hice un solo arreglo de esa grabación es algo que no tiene ningún fundamento, empezando porque Israel Romero siempre ha sido un magnífico acordeonista y arreglista en cualquier estilo. Él nunca ha necesitado que alguien le regale arreglos.
—¿Cuándo empezaron sus inquietudes con la música, sobre todo con el acordeón?
—No tengo la cuenta exacta, pero sí recuerdo que cuando tenía 16 años ya andaba haciendo mis cositas con la música. Nací en el barrio Pie de la Popa; y en la casa donde me crié, había cierto ambiente musical impulsado por familiares de ambas ramas, la paterna y la materna. Tuve un abuelo y un tío que tocaban el acordeón, pero no tenían conjunto sino que andaban por ahí tocando, como los viejos juglares de tiempos antiguos. 
Claro, te hago la salvedad de que mi padre, Felipe Pérez Arrieta, nunca quiso saber de acordeones, ni de ningún instrumento. Hasta me llegó a advertir que como me encontrara tocando un acordeón me lo iba a reventar en la cabeza. 
Pero en cambio, mi mamá, Delia Romero Alexander, quien había ido a Caracas, Venezuela, logró tener relaciones amistosas con una familia caraqueña, cuyo padre era director de un conservatorio. A él le hablaba de mis inquietudes musicales y los inconvenientes con mi papá. Y el profesor le decía que mi papá estaba equivocado, que tenía que apoyarme.
Entonces fue cuando mi mamá me  llevó a vivir a Venezuela y me compró tres acordeones profesionales. Cuando regresé a Colombia, con ese regalo fue con el que empecé mi carrera. Pero siempre he reconocido y seguiré reconociendo que mi gran mentor en estas labores de la música fue el maestro Álvaro Cárdenas Román, un gran músico cartagenero.
—¿Su adelanto en la música comenzó en Cartagena o ya había logrado algo en Caracas?
—En Caracas logré hacer una grabación con un grupo de estudiantes. Nos bautizamos “Mariano Pérez y sus piratas”. La grabación pegó, nos presentamos en radioteatros, televisión, hicimos giras por gran parte de Venezuela, etc. La canción que gustó se tituló "Tienes que quererme", de mi autoría y grabada en la disquera Velvet, que era la mejor de Venezuela en ese momento, pero de propiedad de unos cubanos. 
Recuerdo que decía algo así como que "De Colombia me cambié  para Venezuela/para ver si cambiaba un poco mi suerte/aquí me encontré una linda morena/ a la cual quiero como tienes que quererme..."
—Al principio mencionó al maestro Álvaro Cárdenas Román. ¿Cuál fue su incidencia en la vida musical de Mariano Pérez?
—Mis primeras experiencias musicales las tuve con él. Primero hicimos un grupito en el que él tocaba la violina; y yo, el cencerro. Después, el maestro Álvaro aprendió a tocar el acordeón y yo me empecé a inquietar por el bongó y demás elementos de la percusión. Nos conocimos gracias a que Carlos Romero, un hermano de mi mamá, era vecino del maestro Álvaro en el barrio Pie de la Popa. Ellos tenían un grupito musical con el que daban serenatas. Otro que los acompañaba era Nacho Carazo. En varias ocasiones, estando yo en el barrio Torices, sector Siglo XX, ellos dejaban el acordeoncito encima de un escaparate pequeño y se iban para las playas de Marbella a bañarse. Entonces yo cogía el instrumento, me lo llevaba para el patio y me sentaba debajo de un árbol de totumo a sacarle sonidos, pero tocando muy bajito para que no me descubrieran. Pero un día estaba tan concentrado en la faena que no me di cuenta en qué hora llegaron los tres músicos. Solo vi los seis pies plantados delante de mí. 
Alcé la cara poco a poco, esperando el regaño por la arbitrariedad que hice. Pero resulta que Nacho Carazo era un profesor muy ilustrado en música, lo mismo que Álvaro Cárdenas. El apenado era mi tío, porque, según él,  el sobrino necio lo había hecho quedar mal. Pero los maestros le dijeron que nada de eso, que me dejara seguir practicando, porque lo estaba haciendo muy bien. 
—Me imagino que fue ahí cuando empezó a estudiar con el maestro Cárdenas...
—Algo así, porque cuando él fundó el combo Los platinos, yo era el conguero. Recuerdo que en donde más nos presentábamos era en Radio Miramar. Allí había un radio teatro que se llenaba mucho. Pero también estaba asistiendo a mi primer año de bachillerato en el Liceo Bolívar, que en ese entonces quedaba en el Centro Amurallado. Hay vecinos y compañeros de esa época que todavía recuerdan cuando yo salía de Torices caminando hacia el Liceo Bolívar.
A lo mejor nunca supieron que yo hacía esa caminata con una latica en donde depositaba las cuatro monedas que me daban en mi casa para los dos buses de ida y los dos de regreso, porque estudiaba en dos jornadas. Ese ahorro era para comprar una violina que había visto en el almacén Magali París. Claro, cuando la compré seguí yéndome a pie para el colegio, pero era para ir practicando.Después seguí ahorrando, porque Álvaro Cárdenas me dijo que me vendería, por doce pesos, un acordeón de un teclado, que ya no le servía mucho. El día que fui a su casa, en el Pie de la Popa, a comprarle el acordeón, le dio un ataque de risa, porque le llené la mesa con un reguero de monedas.
—¿Y qué pasó con los piratas de Mariano Pérez?
—Lo reorganicé aquí en Colombia con muchachos que fueron mis alumnos y que han hecho una buena hoja de vida en Cartagena y Colombia. Tres de ellos son Wady Bedrán, a quien empecé dándole clases de caja; Harry Hawking, el padre, quien era tremendo bolerista y se sabía todo el repertorio de los cantantes famosos de esa época; y Kike Bonfante (el compositor de "Patrona de los reclusos"), era el conguero, entre otros que ahora no retengo.
 —¿Y cuál era la música preferida del conjunto?
—Las guarachas de Aníbal Velásquez y uno que otro de las grandes orquestas tropicales nacionales y extranjeras. En ese momento ya yo dominaba todos los instrumentos de un conjunto de acordeón, pero duré un buen rato dedicado al bajo y soñando con trabajar en el conjunto de Aníbal Velásquez, quien en ese instante era una estrella lejana para mí. Pero años después, ese sueño se cumplió.
—¿Y cómo fue esa experiencia con Aníbal Velásquez?
—Bastante buena. Duré varios años grabando con él, pero sobre todo estudiando el acordeón. Y llegué a progresar tanto que, en las presentaciones, Aníbal se quitaba el acordeón, me lo ponía y le decía al público: “les presento a mi alumno más adelantado, el cartagenero Mariano Pérez”. Entonces, él tomaba el bajo, yo tocaba el acordeón; y su hermano, José Velásquez, cantaba.
—¿Fue mediante esa experiencia como llegó a sentirse capaz de emprender su propia aventura musical y discográfica?
—Me sentía capaz, pero debió pasar otro ratico, porque primero me dediqué a entrenarme para ser técnico de acordeones. Estando en esas, me llamó Alfredo Gutiérrez para que fuera integrante de Los corraleros de Majagual. Allí terminó de cumplirse otro sueño, porque para mí los más grandes del acordeón de esa época eran Aníbal y Alfredo. En  la generación que siguió después, uno de los mejores para mí era Israel Romero, con quien me fui a trabajar como técnico de acordeones, preparando el instrumento para ajustarlo a la tesitura del finado Rafael Orozco. Por mi trabajo nos volvimos tan amigos que mi único hijo varón se llama Israf, como homenaje a Israel y Rafael.
—¿Y cómo se encuentra con El binomio?
—A raíz de una participación que tuve en el Festival Sabanero del Acordeón, en Sincelejo, en donde ocupé el primer puesto en la categoría semi profesional. Allí se encontraba Rafael Mejía, quien era el publicista de la disquera Codiscos. Él me propuso que hiciera parte de esa empresa. Ya otras disqueras me habían llamado, pero, como yo admiraba tanto a Alfredo Gutiérrez, pensaba que era algo grande grabar en la disquera en donde él había hecho su carrera artística. Y así fue como abandoné un poco el trabajo con El binomio y me puse a grabar con Guillermo Torres.
—¿Cómo se conocieron?
—Supe de Guillermo Torres gracias al beisbolista Rafael Miranda, quien ese momento era integrante del equipo de béisbol de la empresa Colpuertos. Vivía en Turbaco, pero todos los días se venía a Cartagena a practicar en el estadio Once de Noviembre, que hacía frente con mi casa. A Rafael Miranda, como le gustaba tanto la música vallenata, se le dio por llegar un día a mi casa a decirme: “oye, Mariano, en Turbaco hay un carajo que tiene unas canciones bien bonitas. Si quieres le hablo de ti”. Y yo le dije que le dijera que me mandara un casette con esas canciones, para medirles la calidad. A los tres días, me trajo el casette en donde venía un montón de canciones, entre esas "Tristeza sobre tristeza". En esos días andaba buscando el cantante para la grabación que me habían propuesto en Codiscos. A mi casa habían ido muchos cantantes, pero yo no dejaba de escuchar, sobre todo  en las madrugadas, el casette de Guillermo Torres. Un día, la señora con quien yo hacía vida marital en ese entonces me dijo: “oye, Mariano, ¿y por qué estás dando tantas vueltas para encontrar cantante? ¿Acaso no le estás oyendo la voz a ese muchacho del casette?”. Al día siguiente fui a Turbaco y encontré a Guillermo trabajando como ayudante de albañilería. Le dije:
—Oye, Guillermo, vengo a decirte algo.
—¿Qué?
—Quiero que grabes conmigo.
—¿Y tú crees que yo sirva para esa vaina?
—Tú lo que tienes es que hacerme caso, que yo respondo.
El hombre no se puso a dar vueltas: agarró tres mudas de ropa, las metió en una mochila y se vino a vivir a mi casa. Se la pasaba acostado en una hamaca, pero en la madrugada estaba despierto y a esa hora nos poníamos a ensayar las canciones. 
—Pero cuando Guillermo Torres aceptó grabar con usted, ¿ya tenía las canciones o apenas iba a recogerlas?
—Tenía montones de canciones de muchos compositores de la Costa, pero mi intención era dar a conocer los valores de Bolívar y las sabanas, porque para ese momento ya estaba comenzando la pugna entre el vallenato y el sabanero. Incluso, los ritmos que grabamos, todos son sabaneros. Y el título del L.P. se lo pusieron en Codiscos.
—Otro mito: ¿es cierto que el conjunto eran los músicos del binomio?
—No todo. Más bien fue una selección: el difunto Rangel “Maño” Torres, en el bajo; Juan Piña y Esteban “El Chiche” Ovalle, en los coros; Augusto Guerra, en la caja; Alfonso “Poncho” Calderón, en las congas; Leonel Benítez, en el cencerro y su papá en el redoblante; y Virgilio Barrera, en la guacharaca.
—¿Era la primera vez que Guillermo Torres grababa?
—Sí, era su primera vez. Esa vez le afectó el clima de Medellín y debimos regresarlo a Cartagena, mientras se mejoraba. Yo me quedé grabando los arreglos. Pero cuando regresó, grabó todas las canciones de un solo tiro, como si fuera un tipo de experiencia profesional reconocida. Le corregí algunas cositas, pero, en términos generales, se concentró mucho y creo que logró un buen producto.
—¿Y cómo fue el comportamiento de ese producto recién publicado?
—Recuerdo que empezó oyéndose en Medellín, con la canción Rosy, de mi autoría. Se la compuse a "Rosy" Barraza, una turbaquera que fue mi mujer. Después, se pegó "Tristeza sobre tristeza";  el tercero fue "Penumbras"; y de ahí en adelante se terminó escuchando todo el L.P. Pero sólo me vine a dar cuenta del impacto de esa producción cuando Rafael Mejía me llamó para decirme que "Rosy" estaba pegado en España. Entonces, le dije a Guillermo: “oye, la vaina va bien”.
—"Llora, negro" y "Penumbras" tienen un estilo muy particular...
—Sí. El primero es algo así como una guajira, pero con mucha marca “marianal”. Y en el segundo, creo que Julio César Amador, su autor, quiso hacer algo muy cercano al son caribeño.
—En vista de ese gran éxito, ¿por qué no surgió una segunda producción en Codiscos con Guillermo Torres?
—Ya la estábamos ensayando y la teníamos muy adelantada. Un día nos habíamos citado para uno de los últimos ensayos antes de grabar, pero Guillermo, quien siempre llegaba de primero, no hacía presencia. Eran las 2 de la tarde pasadas. Se presentó a las 4 de la tarde, pero no entró al sitio del ensayo, sino que me hizo señas con la mano y me llevó a un lugar retirado y me dijo: “Mariano, te voy a dar una noticia que me duele y sé que te va a doler, lo mismo que a mucha gente. No puedo seguir grabando, porque me hice un compromiso y tengo que salir del país”. Con el tiempo me enteré de que se había ido para Nicaragua; después, para México. Y lo último que supe era que había arribado a Bogotá; y después, a Santa Marta. Mientras estuve viviendo en México, me llegaron los periódicos en donde se hablaba de él y me enteré de muchos de sus movimientos.
—¿Y qué pasó con el material que tenían preparado para grabar?
—Antes de irse,  Guillermo Torres me dijo que nunca dejara de grabar sus canciones. Pero resulta que debía cumplir el siguiente compromiso con Codiscos y aún no tenía cantante. Mientras lo conseguía, me integré a una congregación religiosa, hasta que resolví que el siguiente cantante sería Guillermo Klele. A éste lo conocía desde que era un niño, porque fue mi vecino en las viviendas militares del barrio Los Caracoles. Me mudé de ahí y duré mucho tiempo sin verlo. Cuando nos volvimos a encontrar, él estaba cantando en el Restaurante Asia; y me llamó la atención que tenía una garganta fuerte, como Jorge Oñate, que era el estilo que a él le gustaba. Se sabía casi todas las canciones de Oñate. Guillermo Klele se aprendió una parte del repertorio que yo había conseguido para Guillermo Torres; y la otra parte, la conseguimos con nuevos compositores. El disco no tuvo la aceptación del anterior, pero se alcanzó a escuchar un poco. Allí fue cuando me pusieron el remoquete de “El acordeón biónico de Colombia”.
—¿Quién se lo puso?
—Los compositores Julio Rocha y Devaloy Acuña. Eso ocurrió una noche que estábamos tocando en un pueblo llamado Retiro Nuevo (Bolívar). En ese tiempo estaba de moda el sonido cuadrafónico, pero Julio y Devaloy, para tomarme el pelo, no decían “cuadrafónico” sino “biónico”. Todo empezó como una broma. Pero lo que no sé es cómo se enteraron en Codiscos, y el L.P. con Guillermo Klele salió titulado así. La canción que más o menos se oyó fue "No me trasquiles", de mi autoría. Esa fue una respuesta que le di a "La parranda es pa’ amanecé", que estaba pegando El binomio de oro. Ese L.P. no me dejó muy contento, no por Guillermo Klele, quien es un excelente cantante, sino porque esperaba que el trabajo tuviera el mismo éxito que con Guillermo Torres.
—¿Cuál fue el siguiente paso?
—La oportunidad de grabar con Carlos “El Niño” Castellón para la disquera Fuentes, aunque la salida de Codiscos no fue tan fácil, porque Rafael Mejía me tuvo una semana yendo todos los días, hasta que me le alteré un poco y le exigí que me diera la carta de libertad, a lo que él me respondió: “carajo, Mariano, este es un momento en que todos los conjuntos quieren entrar a Codiscos y tú te quieres ir”. Lo que en realidad sucedía era que me sentía un poco herido y maltratado, porque la disquera no me dio la promoción que yo esperaba. Creo que se desperdició la aceptación que tuve con Guillermo Torres, que hubiera servido para proyectarnos aún más lejos.
—¿Qué hay de cierto en que usted logró grabar un sencillo para la disquera Philip con el difunto Adaníes Díaz?
—Sí grabamos, pero no para Philip. Esta disquera me llamó para que grabara con Adaníes, pero pasaba que él tenía un contrato exclusivo con Codiscos, en donde había grabado creo que dos L.P. con Ismael Rudas. Entonces, me tocó esperar un poco para retirarme de Codiscos y fue así como grabamos un disco de 45 r.p.m. Una de las canciones se llama "Linda antioqueñita", pero no recuerdo el nombre del respaldo. Aquí en la Costa no se escuchó, porque la promoción la enfocaron hacia el interior del país.
—¿Cómo le fue con El Niño Castellón en Fuentes?
—Grabamos un buen repertorio, pero el tema que más caminó fue "A cada instante", que se oyó bastante en México. Fíjate, el estilo de El Niño Castellón, pese a que tuvo algunos detractores, creo que fueron muchos más los seguidores. Uno de esos fue Zoren Arrieta, aunque tenía la voz más fina y con menos ajetreo. Me lo presentó un amigo llamado Armando de Arco, quien a veces practicaba algo de música; y uno de los muchachos que andaban con él era Zoren. Casi enseguida, después que nos presentaron, nos pusimos a practicar, recogimos canciones e incluimos unas que ya yo tenía guardadas, entre esas la de Guillermo Torres titulada "Si lo supieras", que fue el éxito, junto con la guaracha "Frenesí". Le presentamos la propuesta a la disquera Fuentes y grabamos el L.P. "Por el título mundial".
—Pero en alguna ocasión usted se aventuró a crear su sello disquero propio...
—Esa fue una transición entre Guillermo Torres y Zoren Arrieta. En ese momento yo andaba con muchas ganas de seguir haciendo música y de competir en el mundo discográfico; pero, además, crear mi propio sello discográfico. Se llamó Musicosta. Allí grabé con Guillermo Torres un supersencillo en el que incluimos cuatro canciones: "Poquito a poco", de Guillermo; "La quiero parrandera", de Alberto Urrego; "La tunda", un vallenato bilingüe; y "Mar de ilusiones", de Diego de la Ossa. En ese mismo sello grabamos con Ricky Bossa, un cartagenero que también tenía el estilo y la tesitura de Jorge Oñate. La canción se llamó "El parrandero", de Alberto Morales. Fíjate, aún en esos momentos de apuros yo seguía con mi idea de darles la oportunidad a los artistas nuestros, pero la gente me criticaba mucho, porque yo no le grababa a los compositores famosos. Después grabé con el cantautor Wilfrido Martínez, quien ya tenía cierto nombre, porque había grabado con Calixto Ochoa la canción "Manduquito", remoquete que después se lo pusieron a él. Esa vez grabamos "El cubeta", un calificativo que por esos días el populacho utilizaba para designar a todo el que tuviera problemas de impotencia.
—Hasta incursionó en el ritmo del soukus africano...
—En ese momento ya le decían champeta, y mi inquietud surgió cuando vi que la música africana se estaba apoderando del mercado discográfico nuestro. Un día me senté en el teclado y compuse la canción "La bolsa", que sonaba como soukus africano; y allí fue cuando se le abrió el mercado a lo que llamaban “terapia” o “champeta criolla”.
—¿Está de acuerdo con quienes dicen que su mejor grabación fue El nuevo rey sabanero?
—Ese sigue siendo un dilema, porque lo mejor de mi obra musical no lo he hecho todavía, aunque quiero decirte que "El niño y la boda" sobrepasó todo lo que produjo "El nuevo rey sabanero". Figúrate que el gerente de  la disquera me dijo, “Mariano, no tienes nada que pedirle a tu carrera artística. 'El niño y la boda está' sonando a la par de Diomedes Díaz”. Y con "El nuevo rey sabanero" no recibí esa noticia.
—Pero no cabe duda de que el L.P. "El nuevo rey sabanero" es y seguirá siendo un clásico de la discografía costeña...
—A lo mejor. Lo que pasa también es que los espíritus de Mariano Pérez y Guillermo Torres lograron unificarse de tal forma que penetraron el corazón y la mente de muchas personas, y todavía sigue siendo así. Todavía es la hora en que mucha de esa gente me dice por la calle que no debí separarme de Guillermo, pero Dios ha prefijado el orden de los tiempos y el límite de las habitaciones. Guillermo eligió un camino y yo elegí otro; y los dos estamos convencidos de haber tomado el correcto. 

Diciembre de 2008

 


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