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Traducción: Nadia Nascimento
El rostro de Mbilia Bel podría ser una luna llena.
Pero una luna que alumbre con su parte oculta, allí donde lo único que brille sea el incendio del talento con que le pone dulzura a las canciones que la han hecho famosa.
Eso quedó más que demostrado en el barrio Chiquinquirá. Casi podría asegurarse que no hubo quien no sintiera por dentro el cosquilleo y la emoción que la congoleña transmite con el filo de esa voz, entre veces hiriente y alborozada; y entre veces contundente y acariciadora.
Eso lo sabíamos sus admiradores desde que en las postrimerías de los años 80 comenzamos a escuchar sus primeras canciones. Lo supimos siempre. Un desde siempre en el que no cabía ni la más remota posibilidad de que Mbilia no visitara a Cartagena.
Sabíamos que algún día tendría que reencontrarse y cantarnos al oído, y en una mezcolanza de idiomas, las historias que bailábamos los fines de semana sin saber qué era lo que contaban, aunque teniendo la plena certeza de que algo en común nos aguardaba detrás de esas pronunciaciones.
Por fin vino. Después de tantos intentos, pisó tierra cartagenera. Su figura de yegua briosa, sus ojos medio cerrados, su cabello como un río erguido desde un lecho de caoba, su sonrisa discreta pero iluminadora, por fin nos dieron la bienvenida. No se la dimos nosotros. Fue ella quien nos invitó a sentir de cerca lo que primero fue una voz lejana, pero cercana. Fue ella quien vino a empujarse de un solo trago la ansiedad de los bailadores. Fue Mbilia quien trajo el corazón de El Congo cabalgando en sus cuerdas vocales, como para que supiéramos de primera mano cuál era el origen de sus sentires.
Primero fue una voz. Después, un nombre. Un nombre que alteramos, como ya antes habíamos trastocado los títulos de sus canciones: para sus coterráneos —y para los estudiosos de la música africana— es “Bilía”; para nosotros, simplemente era “Mabilia”, como para sentirla más cercana, más del patio, más parecida a nuestras “Marías”, “Amalias” o “Emilias”. Y a la larga era lo que menos nos preocupaba.
Por fin la vimos. Y, tal como estaba previsto desde hacía más de 20 años, no resistimos las ganas de abrazarla o de desmayarnos cuando nos besó en ambos cachetes; o cuando nos abrió esa sonrisa de sol amaneciendo, aunque los días que le tocaron fueron los más nublados que tal vez haya sufrido Cartagena en toda su historia.
Por fin la vimos moviendo la cintura, las caderas, las piernas, invitando a un orgasmo imaginario con el soukus de fondo. Por fin presenciamos de cerca el ropaje extraño, pero exquisito que habíamos visto en las carátulas de los discos o en los videos de you tube. Por fin comprobamos que su voz es natural como la brisa, y que la cadencia de sus nalgas macizas, asumiendo los designios de los tambores, es tan real como el sol que pelea contra las nubes sobre el cenit de La Popa.
Esa noche —la noche de Chiquinquirá— pensamos que bajaría de la tarima para subir la escalerilla de un avión que la devolviera a su Congo. Pero no: dos días después nos enteramos de que aún estaba frente a las playas del barrio El Laguito, alimentándose únicamente con pescado sin sal, ensaladas, cantidades desmesuradas de salsa picante y miel, pero encerrada en su pieza, lejos de las miradas y de esos fanáticos que piden siempre lo mismo: fotos y abrazos.
Mbilia se ha sentido feliz. Lo sabemos por la tranquilidad de sus maneras. Solo la descuadra un poco el no saber castellano. Pero, con la diligencia de sus acompañantes, termina por arreglar de alguna manera las dificultades. Un martes, con tarde lluviosa a bordo, decide salir de su escondite mientras le resuelven ciertos problemas con la visa imprescindible para volver a su tierra.
Llega a la plaza de San Diego, y no bien ha bajado del taxi, cuando empiezan a asediarla los cocheros, los taxistas, los estudiantes de Bellas Artes, los turistas y los simples transeúntes que ignoraban que se encontrarían con ella en pleno Centro Histórico.
Un vendedor de artesanías le ofrece su mesa de chucherías multicolores, y ella se engolosina con collares y pulseras que lucirían muy bien en su cuello y en sus muñecas, sobre todo con el vestido brillante que le cubre todo el cuerpo, pero sin negar esa figura de guerrera majestuosa que bien podría lucir sobre las pasarelas de Miss Universo.
Una estela de perfumes desconocidos la persiguen o brotan de su cuello y de su cabellera, que brilla bajo el acoso de las luces de las cámaras que no quieren perderse ni un segundo de su paso por San Diego. Sus acompañantes le avisan que la están esperando para una entrevista, pero recalca, con sus ademanes de super estrella, que esa conversación debe hacerse lo más breve posible.
Por fin la dejan tranquila; o más bien, es ella quien se aparta un poco, discretamente, en silencio y se muestra dispuesta a responder las preguntas.
“Lo importante
es que te quieran”
—¿Cuándo se enteró de que existía un sitio llamado Cartagena?
—Muchos años después de que había grabado las canciones que a ustedes les gustan. Y me sorprendí mucho, porque yo no tenía ni idea de que eso estaba pasando. Tengo una carrera de 30 años, y mi música se escucha en África Central y en Europa, pero no sabía que en Colombia también. Al mismo tiempo me puse muy contenta, sobre todo al ver que el público de Cartagena es muy caluroso y entusiasta.
—¿Cree que su música ha variado desde esa época hasta ahora?
—Efectivamente, mi música ha variado respecto a la de los años 80, porque en ese tiempo me había enfocado en lo que es la rumba, una música muy congoleña, muy africana. Ahora estoy mezclando muchísimos estilos distintos para poder llegarle a todo mundo, para tener un público más amplio, porque la música no tiene barreras.
—¿Alguna vez se ha sentido afectada por la ilegalidad con que llegó su música a Colombia?
—No, no me ha afectado mucho. Al contrario, eso ha permitido que muchas más personas conozcan mi música. Lo malo es la ilegalidad que implica la piratería. Pero también pienso que lo más importante es que el público te quiera.
—¿Cómo ve el hecho de que en Colombia se le cambiaran los nombres a sus canciones?
—Me parece divertido, porque entiendo que es una manera que tiene la gente de acercarse a mis canciones, ya que si no comprenden el idioma, por lo menos se inventan un título para sentirlas más familiares.
—¿Qué temáticas prefiere para cantar?
—Yo trato un poco de cada cosa: temas culturales, sociales, políticos, etc. Me ha tocado hablar de la poligamia y de la situación de las mujeres. Creo que por eso en mi país me llaman “La abogada de las mujeres”.
—¿Le gustaría grabar soukus en español con algún grupo o cantante colombiano?
—¡Por supuesto! Me gustaría grabar en español con un cantante o una cantante colombiana, por ejemplo, con Shakira; porque la música mestiza es todavía mucho más rica que la música que no tiene ningún tipo de combinaciones.
—Háblenos de Welcome, su más reciente producción...
—Se trata de un álbum que demoró seis años en nacer, y por eso está muy bien hecho. De ahí su nombre, Welcome, porque después de seis años fue muy bien bienvenido. Es una música más joven, aunque no dejé de lado las raíces del soukus, pero sí incorporé aires como el zouk, el sang y el arembí, que son mucho más juveniles. Y eso, porque no me considero ni joven ni vieja, estoy en la mitad y me gusta cantarle a todo público.
—¿Prefiere grabar en francés o en lenguas nativas de África?
—A veces grabo con un poquito de inglés y francés, pero la mayoría de las veces utilizo el lingala, el kiswahilli y el kikongo, que son las lenguas más habladas en África.
***
A los pocos minutos, Mbilia y una parte de su séquito abordaron un coche que se extravió por la Calle Cochera de Hobo, mientras uno de los que se quedaban en la plaza nos anunció que al día siguiente visitarían el Palenque San Basilio. Pero la expedición se frustró porque la cantante cayó en las redes del “waka waka”, la fiebre que en nada se parece a la canción de Shakira y que por estos días anda causando estragos por todas partes.
El miércoles en la noche supimos que ya le habían arreglado el problema de la visa, de manera que el jueves, al comienzo de la tarde, se internó en el vientre de un avión, tal vez, con la idea de seguir viniendo a reencontrarse.
Lo que dicen sus cantos
Beyanga. Es una reflexión sobre la vida actual y el comportamiento humano. Allí se analiza el impacto de la crianza respecto a fenómenos como el machismo, la violencia, etc.
Nakei Nairobi (“El alambre”). Esta canción toca un tema muy humano: la muerte de un amigo de la infancia durante un clima de inestabilidad política. Ella le canta a su determinación de correr a acompañarlo. Es un llamado a la unidad en la amistad y a la solidaridad. Aquí Mbilia se aventuró a cantar la entonces de moda rumba zaireña, que hoy los jóvenes consideran anacrónica. La letra tiene fragmentos en las lenguas kiswahili y lingala.
—Faux Pas (“Los tres golpes”). Traduce “Sin falsedad”. Habla de la infidelidad. Es una mujer que se despierta un día para descubrir que su hombre tiene una amante; y reafirma su decisión de no dejárselo quitar. Eso sí, no deja, en medio de la rivalidad femenina, de criticar la infidelidad.
Eswi Yo Wapi (“El guapiyé”) Traduce “Amor tormentoso”. Habla de las relaciones aparentemente felices, pero que en realidad, y sin que los involucrados lo perciban, terminan haciendo daño. Cantada en lingala.
CADENCE MUDANDA (“Miami se”). Se trata de una discusión de pareja en pos de la separación, pues de no haber arreglo se mudarán a apartamentos diferentes.
Yamba ngai (“El mañoso”). Es una canción nupcial. Su temática es romántica y tiene que ver con la entrega que los esposos deben tener entre sí.
Mobali na ngai wana (“La granada” o “La bollona”). Traduce “A ese esposo mío”. Es una canción equivalente a “El hombre que yo amo”, de la cantante Chilena Miriam Hernández.
Mpeve Ya Longo. Aquí Mbilia relata la historia de una mujer que ha sido abandonada por su marido y tiene que criar a los niños. Este fue su primer éxito en El Congo.
Agosto de 2010