Pedro "Ramayá" Beltrán

Pedro Beltrán, Santo y parrandero o un grito de monte


Hablando del 11 de noviembre, nadie como Pedro Beltrán ha podido cantar otra décima que rompa el alma, muy a pesar de su implícita invitación a la fiesta.
Algo de nostálgico, y a la vez de fiestero, tiene ese grito de monte que hace evocar la tarde cartagenera, un ramillete de velas buscando el cielo, mientras el sol se esconde sigiloso en el lejano filo del mar.
Pocos, tal vez, recuerdan que más que una conmemoración de independencia, lo que se celebraban eran los milagros de San Martín de Loba, el guerrero  piadoso que cubrió con un pedazo de su manto al anciano solitario que halló en el camino y que, segundos después, se le convertiría en el hijo de José y María.
La décima lo dice claro:
En tus fiestas novembrinas/
y en tu santo San Martín/ 
llevamos alegría sin fin/ 
hasta tus playas marinas/
Y en tus horas vespertinas/ 
se mira la mar serena/. 
Luego la mujer morena/ 
por el Camellón pasea/
y el negro que la desea/
así eres tú Cartagena/.
Y estalla otro grito de monte o guapirreo, “jueijuaaaa”, seguido de un pito atravesado, que es también el llamado para la siguiente décima, que surge vestida con otra melodía:
Desde el principio hasta el fin/
y en noviembre tan sabroso/
nació un santo milagroso/ 
que se llama San Martín/
Por eso este parrandín/ 
lleva un aire cumbiambero/
Y yo me pongo el sombrero/
porque es noche de parranda/
para bailar la cumbiamba/
santo, bueno y parrandero.
Hace más de 50 años que Pedro Beltrán grabó ese clásico de la música folclórica del Caribe colombiano, que en sus principios se escuchaba cualquier día del año en las emisoras de aquellas épocas, pero que con el paso del tiempo y los “progresos” de los medios de comunicación y de producción, quedó condenado (como tantos otros) a escucharse únicamente en las postrimerías del año.
Beltrán, quien nació en un corregimiento bolivarense llamado Patico, en ese entonces jurisdicción de Mompox y posteriormente de Talaigua Nuevo, vive desde hace muchos años en Barranquilla, desde donde, acompañado por su agrupación “La cumbia moderna de Soledad”  ha seguido componiendo y cantando, sobre todo, letras picarescas (procaces, de doble sentido) que también terminaron por volverse clásicas dentro del desorden carnavalero.
Por eso, alguien que no lo conozca encontraría difícil relacionar la belleza campesina de Santo y parrandero con estribillos como “yo te clavéeeee...una tremenda mirada”; o “es morisquetero, mico ojón pelú”; o “A una joven le empujé/el carro que manejaba/ y el carro no le arrancaba/y yo se lo empujé otra vez/”.
No hay punto de comparación. Pero Pedro Beltrán insiste en que es capaz de componer piezas aun más bellas que Santo y parrandero, “lo que pasa es que uno hace canciones de toda clase, las canta en las parrandas y, si ve que a la gente le gustan, las graba. ¿Y cómo hace uno, si a la gente lo que le gusta es la plebedad?”
Sobre la génesis de Santo y parrandero, el periodista barranquillero, Fausto Pérez Villarreal, relata lo siguiente:
“Un día en Cartagena, durante las festividades de noviembre de 1962 (Pedro Beltrán), se contagió de la alegría desbordante de la gente, mezclada con licor y juegos pirotécnicos, y sintió la necesidad de escribir. Surgió, en ese momento, la primera estrofa de Santo y parrandero, la melodiosa cumbia que grabó al año siguiente con el acompañamiento de 'La cumbia soledeña', y se convirtió no sólo en el himno de las celebraciones de la capital del departamento de Bolívar, sino en una pieza emblemática del folclor nacional. 
En los estudios de Polydor Récords, en Bogotá, se grabó Santo y parrandero. La primera estrofa la declamó el soledeño Gabriel Segura, gurú en la interpretación de los versos octosílabos.
Los músicos que participaron en la grabación fueron el maraquero y director de 'La cumbia soledeña', Efraín Mejía; Alejandro Barceló tocó el tambor alegre; Mauricio Pérez, el guache; y Diofante Jiménez, la tambora. La dirección de la producción estuvo a cargo de Nicolás Escolar”.
Sin embargo, y siempre que puede, el maestro Beltrán se apresura a aclarar que la décima que abre la canción (En tus fiestas novembrinas/y tu santo San Martín...) fue compuesta entre él, Efraín Mejía y Gabriel Segura, quien la grabó con su voz.
El resto de la canción (Desde el principio hasta el fin/y en noviembre tan sabroso...) fue compuesto y grabado por Pedro Beltrán, quien, cuando se la dio a conocer al conjunto,  hizo que a los dueños de la disquera se les encendiera la idea de ofrendarles un homenaje a las fiestas de Cartagena, “pero hay que abrirla con una décima y un grito de monte”, propuso uno de los productores, y fue así como intervino Gabriel Segura.
Beltrán cuenta también que, desde el principio, se había propuesto hacer una cumbia de tres estrofas en décimas, pero la premura de la producción hizo que se grabara tal como se conoce en su versión más popular, aunque en los años 80, cuando creó su conjunto “La cumbia moderna de soledad”, le agregó otras dos décimas, de las cuales sólo se acuerda de esta:
Es la rubia y la morena/ la del pelo ensortijado/ belleza que Dios ha dado/ a la ciudad de Cartagena/El mar en diaria faena/ 
sus olas envía a las playas/ cual ráfaga de metralla/ que llegan a su destino/como el tiempo novembrino/llega alegre a sus murallas/.
También le gusta resaltar que, aunque la canción evoca las festividades novembrinas de Cartagena, al momento que la compuso llevaba por dentro la carga de nostalgias de los pueblos del sur de Bolívar, en donde se celebra con mucho fervor el 11 de Noviembre, pero con esa connotación religiosa que obligatoriamente las relaciona con  los milagros que se le atribuyen a San Martín de Loba.
Recuerdos del sur de Bolívar también son las rondas de cumbiamba, de las cuales extrajo la costumbre masculina de asistir a ellas con la cabeza cubierta (...y yo me pongo el sombrero/ porque es noche de parranda...), lo mismo que la variedad de ritmos, algunos nacidos de la cumbia (...por eso este “parrandín”/tiene un aire cumbiambero...), el aire que paulatinamente se convertiría en el audiosímbolo de la identidad colombiana en los países del gran Caribe.
Para la historia quedó la magnífica versión del Checo Acosta, que le permitió el enlace con la nueva generación.
“Es que era imperdonable que los jóvenes se privaran del placer de disfrutar una versión maquillada y rejuvenecida de esa preciosa pieza”, afirma El Checo.
 


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