La afluencia de turistas en Providencia es permanente.

Providencia, silencio y brisa (II)


Providencia, silencio y brisa (II)

El cementerio de Providencia no parece cementerio.

Si no es por las 21 letras de hierro que están incrustadas en el muro de la entrada, conformando la frase Fresh Water Bay Cemetery, cualquier forastero podría creer que se trata de otro de los descansaderos campestres que existen en los sitios más impensados de la isla.

Al interior de Fresh Water Bay Cemetery un antiguo árbol de mango ofrece la sombra benéfica que se extiende hacia un conjunto de bóvedas y mausoleos, en cuyas cubiertas de concreto se pueden leer los nombres de quienes fueron los antepasados de los isleños que visitan el camposanto los domingos y los lunes festivos.

Un poco más allá, el mar. El ineludible mar sirve de patio o terraza a muchas de las viviendas construidas al pie de los cerros, territorios que también se han convertido, con el paso del tiempo, en grandes sembrados de árboles frutales y cultivos de pancoger, que algunas veces son comercializadas entre los turistas.

Una de esas viviendas es la de los esposos Frenchy, dos ciudadanos franceses que llevan 27 años viviendo en Providencia, tiempo suficiente para que hayan organizado con éxito, dentro y fuera de su casa, una huerta frutal y el almacén de artesanías Arts and Crast, en donde se venden cuadros y souvenirs creados por artistas y artesanos nativos.

Pero lo que ha vuelto famosos a los esposos europeos no son solo las artesanías ni las pinturas, sino las Paletas Frenchy, unos congelados de diferentes colores y sabores que se venden en cuanto establecimiento comercial haya alrededor de Providencia.

A falta de uvas, los Frenchy toman los productos de la isla para procesar el Vino Frenchy, extraído del tamarindo, el corozo, el coco, la naranja y otras frutas que también les sirven para producir los dulces apetecidos por raizales y turistas.

Antes de llegar a Providencia, los Frenchy le dieron la vuelta a casi toda América Latina, pero dicen que fue esta isla colombiana la que los sedujo, por encima de otros destinos turísticos de más prestigio internacional. Ellos destacan el silencio y la tranquilidad de Providencia como la mayor de sus riquezas.

Ese silencio en el que se acostumbraron a vivir solo fue interrumpido por el huracán del 28 de octubre de 2005, que no produjo ni muertos ni heridos, pero destechó unas 1.200 viviendas de las 1.400 que tiene la isla. Los Frenchy, al igual que muchos de los nativos, despertaron en medio de la madrugada viendo cómo, durante dos horas, los fuertes vientos alborotaban la mansedumbre del mar y por poco ponían a ras de tierra los cocoteros.

Fin de semana. La vida nocturna de Providencia es una fila de camionetas y motocicletas que corren de un lado a otro desde que son las 12 de la noche. Antes de la hora cero, las discotecas y las pocas terrazas están abiertas, disparando luces y sonido que resucitan a Bob Marley y le dan cabida, como en un encuentro de siglos, a los pendencieros del reggaetón.

Pero los bailadores llegan mucho después. Cuando arranca la madrugada, grupos de jóvenes luciendo gorras y camisetas blancas pueblan las pistas de las discotecas, consumen bebidas alcohólicas extranjeras y nacionales hasta las 3 de la madrugada, para luego participar del after party que ofrece la playa Manzanillo, en donde los espera una fogata, cabañas con techo de palma, cerveza, reggae, reggaetón y el sol asomándose en el filo del mar.

A las 10 de la mañana, Stanley de Aguas, Carmelina Newball y Rally Jay, tres nativos de Providencia, quienes se desempeñan como guías de turismo, conducen una lancha con motor fuera de borda, se dirigen a los hoteles y recogen turistas que quieran darle la vuelta a la isla, mientras escuchan cátedra sobre la historia de los más ínfimos recovecos de la localidad.

En cuanto la nave alcanza una distancia prudente como para observar los cerros verdes que respaldan a Aguadulce, Stanley de Aguas cuenta que este sector recibe su nombre debido a que desde tiempos pasados se caracterizó por contener el mayor número de cuencas hidrográficas de la isla, razón por la cual en la actualidad existe allí una represa que alimenta a gran parte de las familias providencianas.

Más adelante se divisa Kitty Walf (Muelle de Kitty), una playa solitaria, cristalina y preferida por los turistas de las grandes metrópolis mundiales, quienes vienen a la isla a extasiarse en el silencio. Luego aparece San Felipe, el sector en donde conviven tres comunidades religiosas con sus respectivas iglesias: la bautista, la católica y la adventista, aunque la primera es la que más adeptos tiene entres los isleños.

En el mismo San Felipe existe Salt Creek, un arroyo que solo se forma en épocas de invierno, aunque durante el resto del año es alimentado por ojos de agua que también sirven para el consumo de las comunidades aledañas.

Más adelante está Pueblo Viejo, famoso por su estadio Amos Duffis, el nombre de un nicaragüense fanático del béisbol a quien los providencianos le deben la llegada de ese deporte a la isla. Desde ahí se alcanza a divisar La cabeza de Morgan, una protuberancia rocosa que surge en el sector Aury Fort de la isla Santa Catalina, unida a Providencia solo por un pequeño puente flotante.

Informan los guías que, en el siglo XVI, la curiosa formación fue bautizada con ese nombre por los colonizadores ingleses, quienes, para amedrentar a los africanos esclavizados, se las mostraban como señal de que el pirata inglés Sir Henry Morgan estaba todavía presente en la isla, aunque en realidad ya había fallecido en Jamaica en 1688.

Los historiadores del archipiélago hablan de Morgan como un gran marino y excelente estratega bélico, quien puso sus cualidades al servicio de la Corona inglesa como corsario y actuó en el mar Caribe asolando la flota española.

A la cima de Aury Fort se sube a través de una empinada escalera de concreto, que conduce hacia un mirador en donde todavía montan guardia dos cañones instalados por los ingleses en el siglo XVI, una bandera de Colombia y una estatua de la Virgen María, que mira hacia El Pico, el cerro más elevado de Providencia, con 360 metros sobre el nivel del mar.

Dicen que a los pies de Aury Fort los ingenieros británicos construyeron varios túneles estratégicos que en el pasado comunicaban con escaleras rocosas que llevaban hacia lo más alto del cerro. Ahora, cuentan los guías, la sedimentación hace casi imposible la consecución de esos peldaños.

El puente de los enamorados recibe por nombre la construcción en madera que une a Santa Catalina con Providencia. Mide 250 metros de largo, de los cuales 150 son flotantes. En cada uno de sus inicios se encuentran kioscos también hechos en madera en donde se venden artesanías y fotografías de los sitios turísticos de la isla.

Lo primero que los turistas encuentran después de cruzar hacia Providencia es el sector Santa Isabel, considerado la capital de la isla; también llamado sector El Centro, en donde funcionan la Alcaldía Municipal, tres iglesias bautistas, un cine y restaurantes, en donde el plato fuerte es el cangreburguer (hamburguesas con carne de cangrejo); un puerto carguero, supermercados y almacenes de ropa extranjera.

En la más antigua de las edificaciones funcionó el Hotel Aury, el primero que se levantó en la isla y en donde ahora se desempeñan oficinas estatales y corporaciones de ahorro. En el casco urbano de Santa Isabel todo es limpieza y orden, otra de las características de la isla.

En las terrazas de la Iglesia Bautista Central, Miss Mowly y tres mujeres que la ayudan, cocinan el que, según los nativos, es el mejor rundown (rondón) del archipiélago, un plato hecho con frutos del mar cocinados en leche de coco.

A unos diez minutos de Santa Catalina y de Providencia se encuentra Cayo Cangrejo, que, junto con los cayos Los tres hermanos, una zona de manglares sin nombre y la laguna Mc. Been, conforma el Parque Nacional Natural, de los cuales, solo Cayo Cangrejo es visitado por turistas, debido a que las autoridades pugnan porque la fauna y la flora del resto de cayos se mantengan en estado virginal.

Desde las alturas de Cayo Cangrejo, el océano se muestra temible y desafiante, a pesar de la espectacularidad de sus tonalidades en verde, pero desde allí también se distingue la barrera coralina que protege las islas, la cual, según los guías, es la tercera en extensión a nivel mundial, pues ocupa el 12% del Mar Caribe.

Soportando los embates de las masas de agua que rivalizan con las embarcaciones, la lancha de Stanley y Rally alcanza penosamente la playa de Manzanillo, el after party de los rumberos, pero que de día es más apacible, pues invita al sueño, a la degustación de platos típicos y a la compra de artesanías en la pequeña tienda de Cindy Matilde Pérez Bryan, una raizal quien también es experta en el tejido de trenzas y otros peinados para nativos y turistas.

Mientras los meseros de Manzanillo explican que el producto vegetal que da nombre al sector es también llamado El fruto prohibido, los guías dan a conocer que Providencia recibe su nombre de una empresa algodonera que los puritanos ingleses pusieron en la isla con el rótulo Old Providence, pues en Bahamas funcionaba la principal con el escueto nombre de The Providence.

El tour marino culmina en Playa Suroeste, un sector de cabañas en donde imperan el filete de pescado y el perfume de las matas de albahaca. Desde allí se nota el cansancio del sol, pero su terquedad es más grande que su desaliento.

Él sabrá esperar las 7 de la tarde para morir en tranquilidad.

Enero de 2008


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