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Aunque fue quien utilizó menos palabras para presentar una conferencia, el salsero vallecaucano Yuri Buenaventura fue el más esperado y aplaudido durante el “Encuentro iberoamericano agenda afrodescendiente en las Américas”, que se realizó en Cartagena.
Dentro del foro “La fuerza de la expresión afrodescendiente”, Buenaventura habló sobre los tambores y la música de los descendientes de África en América, disertación que ilustró con el documental audiovisual de un niño uruguayo, negro, tamborero y habitante de las barriadas pobres de ese país del cono sur.
“En el tiempo que llevo viajando por el mundo, me he dado cuenta de que los países en donde desapareció el tambor son los más tristes, solos, los más destructores del planeta, los menos creativos y los menos alegres”, sentenció el salsero unos minutos antes de ponerse a descargar con un grupo de cuerdas caribeñas que cerró la tarde en el gran evento al que asistieron negros y blancos provenientes de diversos puntos del orbe.
Su intervención fue la más corta. Sus palabras escasas. Pero la expectativa de la gente sobró para que, aún después de terminada la presentación, lo persiguieran por todos los rincones del Centro de Convenciones Cartagena de Indias, para preguntarle cosas importantes o frívolas, tomarle fotos o pedirle alguna muestra de sus discos.
Aún así, todo eso encierra una posible contradicción: Buenaventura es uno de los cantantes latinos más famosos en Europa y, al mismo tiempo, otro de los más desconocidos en Latinoamérica, especialmente en su patria colombiana, en donde los coleccionistas de salsa son los únicos que parecen tener en claro de quién se les está hablando cuando se les pronuncia en ese nombre.
En Cartagena no sucede distinto: muchos de los que se autodenominan salseros a morir, no tienen ni idea de que existe ese título en la extensa constelación de la música afroantillana. Otros, silenciosos investigadores y coleccionistas, sí saben de las calidades de percusionista, compositor y cantante sonero que adornan a Yuri Buenaventura.
Es tan pequeño como se adivina en las carátulas de sus discos, pero tan veloz, sonriente y gritón como podría predecirse después de asimilar su manera de elevar el tono de las canciones y de inventarse versos sobre la marcha, tal como se lo enseñaron los salseros que escuchaba en las radiolas cantineras de su tierra, Buenaventura.
Su apellido real es Bedoya. Su nombre es un homenaje al astronauta ruso Yuri Gagarin, una ocurrencia tal vez originada en las excentricidades de Manuel Bedoya, su padre, un profesor de música y de teatro, quien le transmitió el amor por los tambores y por la herencia africana que en el sur occidente del país se nota a centellazos que suenan como el repique de las manos sobre cueros.
Veinte minutos fueron suficientes para entablar conversación con el autor de “Herencia africana”, uno de sus discos emblemáticos.
“YO APRENDO DE LO
QUE SIENTE LA GENTE”
—Usted dice que aprende de la gente, pero debió tener sus ídolos dentro de la música afroantillana...
—Por supuesto. Yo crecí oyendo a los músicos de la Fania All Star, a Willie Colón, a Ricardo Ray y a todos esos monstruos, pero también a Violeta Parra, a Serrat y a Pablo Milanés. Por eso tengo ese componente social en mis canciones. Pero cuando hablo de que mi maestro es el pueblo, quiero decir que constantemente estoy con los oídos abiertos para asimilar el toque de los brasileros, de los puertorriqueños, cubanos, dominicanos, cartageneros, etc., ya que eso enriquece mi trabajo y me ayuda a fortalecerme. La formación que recibí de mi padre, en cuanto a la música, es más que todo occidental, pero mis siguientes intereses giraron siempre en torno al tambor, a África. De hecho, en cada una de mis producciones tengo algo de cada sitio del Caribe, ya sea en las letras o en los arreglos. Es que nuestra columna vertebral es el tambor, que viene de África.
—¿Sus antecedentes musicales en Colombia arrancan y terminan con su padre o tuvo tiempo de armar algún grupo?
—No tuve tiempo de armar grupos en Colombia, pero sí participé de la tradición músico-religiosa de Buenaventura, mi tierra, porque cuando se muere un niño, por ejemplo, uno va tocando el tambor y cantando un alabao; o si es una fiesta patronal, se tocan ritmos a la Virgen del Carmen o a otro santo, pero siempre hay música de por medio. En cuanto terminé el servicio militar, me fui para Francia a estudiar Economía en la Sorbona de París, pero se me truncó la carrera por culpa de la música.
—¿Era muy fuerte el ambiente de la música latina en ese momento en Francia?
—Fíjate que no. Estaba frío. Hubo que meterle leña al fogón. Había muchos latinos, pero pocos estaban haciendo nuestra música, porque no existían los espacios que uno tiene que ir conquistando con amor y fe. Además, andábamos muy dispersos. Yo me di cuenta de eso, porque mientras estudiaba me ponía a tocar el bongó en el metro de París para ganarme unos chavitos. Así, poco a poco, fui haciendo contacto con otros latinos, pero la verdadera explosión de música latina vino mucho después, en los años noventa.
—¿Qué produjo esa explosión y cómo fue?
—Creo que pudo ser el mismo arranque que tuvo la salsa para esa época, después de pasar por un bajón comercial impresionante en los años 70. A eso en París se le conoció como “La fiebre latina”. Yo participé de esa fiebre, cantando y tocando con los grupos Caimán y Mambomanía.
—¿Y cuál fue el fruto de esa experiencia?
—Yo diría que el haberme relacionado con gente brava como Camilo Azuquita, Tito Puente y Orlando Poleo, el director de la Orquesta Chaworo, con quien me presenté en el Festival Tempo Latino, de Vic-Fezensac, en donde nos aplaudieron cinco mil personas. Después armé la banda que me ha acompañado en todos estos años.
—¿Fue entonces cuando produjo Herencia Latina?
—Primero pasó un tiempito en el que regresé a Colombia pensando en materializar ese CD, pero las dificultades económicas me lo impidieron. Regresé a París y me encontré con el productor Remy Kolpa Kopoul, de Radio Nova, a quien le gustó nuestra versión en salsa de “Ne me quitte pas” (“No me dejes más”) de Jacques Brel. Así fue como pudimos grabar esa primera producción en la que me colaboraron Diego Galé y otros músicos colombianos. La cosa resultó exitosa y hasta nos dieron disco de oro. Supe entonces que yo era el primer cantante de salsa en recibir ese premio en Francia.
—¿Cuántas producciones vinieron después?
—Cuatro y una recopilación: la segunda se llama “Yo soy”, que grabamos entre París, Cali y Puerto Rico. Allí nos acompañaron artistas como Faudel y Papo Lucca. Después vino una producción llamada “Vagabundo”, grabada en Puerto Rico, en donde nos colaboraron Roberto Roena, los muchachos del Gran Combo de Puerto Rico y el maestro Cheo Feliciano. Lo siguiente fue una compilación que se llama “Lo mejor”, en donde incluimos temas emblemáticos como “Salsa”, “Guajiro del monte”, “Ne me quitte pas”, “El sol de Buscajá” y “Guerrero”, entre otros. Hace tres años grabamos un álbum de trece canciones titulado “Salsa dura”. Tiene un buen componente social por canciones como “Patrice Lumumba” y “3.046”, el número de secuestrados de Colombia. Y hace tres meses grabamos en Cuba otra producción que podría llamarse “No pasa nada”, pero aún no lo hemos decidido.
—¿Todas están orientadas en la salsa dura?
—En la producción que grabamos en Cuba nos abrimos un poquito: metimos salsa dura, pero también danzones, boleros, yambús y otros aires.
—¿Y no piensa hacer algo con la música colombiana?
—La verdad es que le tengo mucho respeto a nuestro folclor y por eso pienso que uno no puede llegar así como así a meterle mano. Para hacerlo, hay que diseñar un plan de vida que consiste en pasarse un tiempo con los pescadores, investigar, percibir, sentir...Pero con esa violencia que existe ahora en el Pacífico para expulsar a los negros, se me ha hecho difícil organizar los viajes que quiero emprender para mis investigaciones.
—Fuera de Francia, ¿qué otros países aprecian su música?
—Bélgica, Suiza, Luxemburgo, Italia, Argelia, Marruecos, Túnez, Madagascar, Tahití y otros que ahora no recuerdo. El caso es que con ese itinerario estábamos haciendo unos 70 conciertos por año, pero paramos hace año y medio para dedicarnos a crear la banda sonora de una película colombiana y de una telenovela; después grabamos nuestro más reciente álbum y todo eso me quitó un tiempo considerable. Pero arranco nuevamente en febrero de 2009.
—¿Qué piensa de que en gran parte de Colombia no se conozca su música?
—Pienso que son espacios que hay que ir conquistando. Aunque entiendo que mi misión es en Europa, porque si quisiera hacer lo mismo en Colombia tendría que estar en varios sitios al mismo tiempo. De pronto, más adelante vendré con más frecuencia a Colombia, pero por el momento mi misión es crear un puente en Europa. Ese puente está dando frutos, como que ahora hay cualquier cantidad de grupos de salsa en Francia, después que sólo estábamos unos pocos.
—¿Qué noticias tiene de la salsa que se está haciendo en Colombia?
—Muy buenas, sobre todo que los pelaos están mezclando cosas, pero igual creo que deberían tener mucho cuidado con la clave, porque no es una cosa que haya nacido con la salsa hace cuarenta años, sino que viene de África, es una herencia milenaria. Actualmente hay grupos muy populares, pero suenan desparramaos. La salsa no es así. Es una disciplina como la que tenían las orquestas de antes, que sonaban compactas, amarradas, afincadas, firmes, porque son una unidad étnica y cultural, unas máquinas. Pero cuando uno toca desparramao, está perdiendo un valor de la salsa, que es ese hermetismo que le da la clave y los tambores africanos.
—¿Qué grupos colombianos le gustan?
—Yo respeto el proceso de todos, pero me llamaba mucho la atención un grupo de Barranquilla que se llamaba Raíces. Esos chicos sonaban como debe ser. Por ahí he visto a La 33 y a Conmoción, que también lo hacen bien, pero ojo con la clave.
Octubre de 2008