Me llevé una decepción enorme con las prematuras adhesiones de algunos partidos políticos con vistas a la segunda vuelta de elección presidencial. A decir verdad hubo una que me decepcionó profundamente: la de los liberales. Quizás porque admiré y manifesté mi apoyo a Humberto De La Calle que era, en el papel, su candidato presidencial y quien mejor expresaba sus principios. Luego me di cuenta que no había nada de sorprendente y que, lamentablemente, la coherencia es una cosa que se debe esperar sólo de los ciudadanos de a pie y nunca de los partidos. Por lo menos eso es lo que dijo el presidente de esa colectividad: que no esperemos nunca coherencia de ellos.
Entonces sentí un pueblo perdido y confundido: unos seguidores de Duque que celebran por adelantado su llegada a la Casa de Nariño como si los derrotados ya no fueran a ser parte del mismo país; otros seguidores de Petro volviendo a criticar la tibieza de los del centro después de señalar que el voto en blanco es una manera indirecta de votar por el retorno del uribismo; algunos seguidores de Fajardo con profunda desesperanza diciendo que ya no hay nada que hacer y que ven el voto en blanco un modo de gritar que no les gusta nada el rumbo, otros seguidores intentando comprender por qué no se unía a Petro y aplacando a quienes criticaban su falta de decisión mientras que manifestaban que se sentían orgullosos de que él no se creyera el dueño de esos votos que obtuvo; algunos otros tuiteros pidiendo a gritos que Antanas Mockus o el mismo Humberto De La Calle señalaran que se debía hacer en este momento… Todos sin la menor idea de qué viene en los próximos meses. Todos viviendo sueños y pesadillas al mismo tiempo. Y yo mismo con la cabeza llena de tantos videos, debates, publicaciones, memes, reacciones…
Así fue como recordé que las buenas decisiones se toman después de una serena reflexión. Y que, si bien las elecciones están a la vuelta de la esquina, hace falta entre tanto ruido característico de toda campaña política un momento de silencio, de reflexión y de ilusión. Recordé que si fuera solo por los políticos y los generales hace rato que nos habríamos extinguido. Entonces le di gracias a Dios y a la vida por el Mundial de Rusia que ya está cerca, por las presentaciones de La Voz que están todas en YouTube y por la realeza británica.
A veces necesitamos tomarnos la vida no tan en serio. En ocasiones, y para evitar convertirnos en neuróticos, tenemos que escaparnos de la cruda realidad y dejarnos entretener con un pedazo de ilusión que nos vuelva a hacer pensar que, de todos modos, no estamos tan mal pero que, fundamentalmente, podemos estar mucho mejor. De pronto sonará a irresponsable, a superfluo y a simplista. Hay quien dirá que la vida no puede irse en nimiedades. Hay quien llamará a esas nimiedades pendejadas. Pero si con ellas no se adorna la vida, ¿entonces cuándo se hará?
No digo que nos anestesiemos, no estoy defendiendo la indiferencia ni justificando a quienes nunca asumen su propia responsabilidad en la construcción de la historia. Sólo considero que poner algo de humor, trivialidad y entretenimiento a nuestra vida nos va a salvar de los fanatismos desalentadores y de las peores decisiones que se toman cuando hay miedo y desesperanza.
Así fue como me acordé de la noticia más importante del espectáculo en el último mes: la boda de los ahora Duques de Sussex. A muchos les parece increíble que, en pleno siglo XXI, este evento haya sido tendencia. Parece escandaloso que todavía una historia de un príncipe que se casa con una mujer común y corriente cause sorpresa. ¿Qué tienen acaso los Windsor que nos los haga comunes y corrientes también? Y, sin embargo, el mundo del entretenimiento se volcó ante el evento. Y el evento supo dar gusto a quienes se aproximaron a verlo ya en las calles de Londres, ya en la televisión o las redes sociales. ¿Por qué supo dar gusto? Sencillamente porque revivió esa sensación que nuestro mundo sobrecargado de información no nos permite entender: la que se vive cuando el tiempo se detiene entre dos personas que se aman al punto que hace pensar que no importa en absoluto lo que ocurre en otros lados.
Por supuesto que no es esa visión “ultrarromántica” del amor la que nos va a durar toda la vida o la que le va a dar sentido a cada día. Pero siempre se debe volver a esos instantes en los que el corazón late más fuerte: lo saben los que recuerdan con emoción el título más importante que ha ganado su equipo de fútbol, lo saben los que celebran su aniversario de noviazgo o matrimonio, lo saben los que gozan una celebración religiosa especial con el más profundo fervor.
Ahí es cuando se encuentran los motivos para sobresalir a las crisis: por esos instantes es que un hincha se mantiene fiel a los colores de su equipo aún en su peor racha, un religioso decide perseverar en su vocación a pesar de sus dudas o caídas o una familia decide sobreponerse a una tragedia. Quizás eso fue lo que más impactó de la boda de Harry y Megan. No sólo el simbolismo del encuentro entre dos mundos que hasta hace unos años estaban separados por un muro social insuperable: el que se ve enraizado en la aristocracia británica y el que se considera descendiente del mundo afroamericano. Fue el poderoso mensaje del amor, la decisión de “detener el tiempo” y entretenerse, sin más.
Quizás, por esa razón, fue tan poderoso y alabado el sermón del Obispo episcopaliano Michael Curry: porque habló con fuerza del amor. Un amor que puede empezar como un cuento de hadas que puede llamarse ‘El príncipe y la mestiza’ pero que termina teniendo consecuencias mucho más profundas. Con amor, dijo Curry, ningún niño iría a la cama con hambre, la pobreza sería historia y la tierra se volvería un santuario.
Ya pasó la boda y el encanto. Pero vendrán más historias que inspiren: deportistas que hagan sentir profunda admiración, autores que recreen mundos jamás imaginados, cantantes que descubran nuevas formas de expresar la esperanza… A ello tenemos que volver, a veces, para recordar que no todo está perdido. Y después de eso, quizás, nos sentiremos más tranquilos para decidir el voto de la segunda vuelta.