Guerra y beneplácito


Con este título expondría el impresionante y estremecedor artículo que revela una investigación publicada hace unos meses por la revista Semana y que da cuenta del prontuario criminal del exjefe paramilitar Hernán Giraldo dentro del que sobresalen, con horror, por lo menos 37 violaciones a algunas menores de edad y la perpetuación de estas violencias, incluso, en algunos de los hijos concebidos en esta situación.

En el centro de dicha situación aparecen las declaraciones del mismo Giraldo, reconocido también con el alias de ‘Taladro’, en las que niega que las relaciones sexuales por las que ha sido acusado ante la justicia constituyeran una violación puesto que, según él, en todos los casos hubo consentimiento. Este consentimiento que, en algunos casos, venía incluso de los padres de las niñas.

Resulta angustiante pensar en la posibilidad de poder “consentir” libremente en un ambiente tan hostil como el que plantea el ejercicio del poder y del control mediante las armas, el miedo y la violencia. ¿Puede acaso pensarse en que los padres de las niñas pueden disponer de ellas como botín de mercado o como medio para alcanzar el prestigio o la seguridad de tener, a través de ellas, una relación con el “patrón” de la Sierra? Y claro, la respuesta más inmediata es un no.

Sin embargo, la respuesta no parece tan sencilla cuando lo que hay en juego no es sólo el prestigio sino la certeza de seguir con vida. ¿O es que acaso en otros ambientes, un poco más pacíficos, no hay padres y madres de familia que también juegan a buscar esposos para sus hijas que les aseguren un “mejor futuro”? Si aquellos lo hacen en las ciudades, ¿lo malo de dicha práctica estriba en que son campesinas? ¡La virginidad no resulta un valor cuando de él depende la vida de la misma niña e incluso de su familia! No falta quien piense en que una vez perdida la virginidad la vida puede continuar, pero una vez perdida la vida ya no habrá más que perder.

El episodio de las víctimas del ‘Taladro’ de la Sierra estremece. Pero quizás estremece porque genera miedo y rechazo a una guerra tan violenta. Porque si hay algo cierto en sus declaraciones a Semana es que la práctica de mantener relaciones sexuales con menores de edad no es tan extraña en el campo. Históricamente ha sido un común denominador entre las diversas culturas campesinas de la geografía colombiana. No sólo la Sierra Nevada es escenario de dichas prácticas. No es apenas Giraldo quien mantiene este tipo de relaciones. No son sólo prácticas ejecutadas por monstruosos miembros de grupos de guerrilla o autodefensas. Las mujeres campesinas del Caribe, de los Andes, del Pacífico y de todos los demás rincones de la geografía colombiana están bajo esta continua amenaza.

Las relaciones sexuales con menores campesinas, e incluso su correlación con las altas cifras de embarazo adolescente, son también reflejo de una particular vulnerabilidad de la mujer en el sector rural. En eso tiene razón Giraldo: sí, acostarse con menores de edad, es una práctica tan común en el campo como enviar a los niños de doce años a cargar bultos en vez de mandarlos a la escuela. El asunto no se trata de organizaciones criminales: se trata de una cultura en la que la mujer, el niño y la niña no son visibles.


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