Lo que llamamos estilo de vida es, en realidad, un conjunto de elementos que se entrecruzan y toman forma en nuestras decisiones, nuestras palabras y nuestros pensamientos. Por supuesto que tienen que ver con lo más evidente: con las opciones que tomamos, con la ropa que vestimos o con el destino que le damos a nuestro dinero. Pero, en el fondo, dice mucho más de nuestras creencias, de nuestras certezas, de nuestros temores y de nuestras esperanzas.
De ahí que las transformaciones culturales que buscan, por ejemplo, contribuir a la solución de los tantos problemas originados por el cambio climático sean tan difíciles. Hay quienes consideran que el asunto del calentamiento global no es más que un cuento y lo burlan con ironía: como el Presidente de los Estados Unidos que a inicios del año decía que de ese tema sólo hablaban los que no estaban viviendo uno de los inviernos más fríos y con más nieve vividos en ese país. Ironía poco inteligente: porque de inmediato la comunidad científica evidenció que justamente ese fenómeno corresponde al desequilibrio climático y está directamente relacionado con los inclementes veranos que han incendiado California en el último mes. Sin embargo, como siempre ha dicho la sabiduría popular: no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Un estilo de vida que, por ejemplo, incluya la decisión – muy admirable desde el punto de vista de la voluntad – de convertirse en vegetariano, tomarse en serio los procesos de reciclaje y dejar de comprar ropa de marca para reemplazarla por la elaborada por los sastres y modistas de nuestras calles sólo puede conquistarse cuando la persona ha elaborado unas certezas tan profundas con respecto a su lugar en el mundo. De ahí el fracaso, por ejemplo, de quien solo “intenta” ser vegetariano porque está de moda o para bajar de peso. Es que esas opciones tienen que ver con unas certezas éticas y unas convicciones que direccionan, muy conscientemente, su propio accionar. Por supuesto que no quiero decir que quienes deciden hacerlo estén en un estadio moral superior: sólo que su coherencia se desprende de una admirable convicción que los lleva a hacer cambios radicales.
Así es como también he conocido sacerdotes, religiosos y religiosas apasionados: que muestran con gozo su identidad, y se comprometen a estar consagrados por entero. Eso es fruto de una creencia firme en un Dios que los sostiene, un mundo que los requiere y una humanidad que les da esperanza. Por ello me resultan tan admirables. ¡Cuánto me falta a mí para alcanzar esos niveles de convicción que, en efecto, transforman vidas y tocan corazones! Pero la clave reside allí: en permitir que la esperanza florezca y tome el lugar desde el que se impulsa la vida.
Eso es lo que me permitió pensar Un sol interior. Es una película francesa protagonizada por Juliette Binoche que no tiene nada de extraordinario. Al punto que la crítica del público ha resultado un tanto despiadada. Si se busca en Google, por ejemplo, se notará que apenas al 45% de sus usuarios les gustó esa película y que la calificación de FilmAffinity es de apenas 5,6 sobre 10. No es para menos: en un mundo que se acostumbra cada vez más a obtener respuestas inmediatas, la historia de una mujer que tiene mala suerte con los hombres y que llora en las noches porque no se siente amada mientras se sigue realizando como una exitosa pintora durante el día no resulta tan atractiva. Justamente porque nos lleva al escenario oculto tras nuestros estilos de vida: el del cuestionamiento propio, el de la pregunta, el de la convicción.
Esta película, al abordar el amor y la soledad, pone el énfasis en las preguntas que sólo en la soledad y tras una larga maduración encuentran algún eco. Quizás por eso resultan centrales las preguntas que la protagonista se hace a sí misma:
“¿Mi vida es esto? Tengo ganas de tener un amor. Un verdadero amor. Me voy hacer pedazos, lo sé… ¿Por qué no podría ser diferente una vez? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No lo entiendo”
La búsqueda del amor, de la santidad, de la coherencia, de la felicidad o de la libertad… ¡Son tan distintos los destinos y tan similares los caminos! Hay algo de Isabelle, la protagonista de la película, en cada uno de nosotros: en nuestras búsquedas desenfrenadas que sólo pueden ser decantadas en la soledad y en la confrontación.
Un sol interior es una película que quizás no emocionará, pero que podría hacer pensar que la historia de todos no resulta tan alejada a la de una mujer que fracasa pero que, a pesar de ello, encuentre motivos para volverse a levantar.