El año pasado, publiqué un artículo en la Revista Historia y Memoria, del doctorado en historia de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. El texto se titula: El espacio urbano delsiglo XX. cine en Cartagena 1936 - 1957. El artículo es producto de mis investigaciones sobre la incidencia del cine en la configuración de la cultura popular en Cartagena, en el Se puede consultar aquí: file:///C:/Users/RICARDO%20CHICA/Downloads/2940-4934-4-PB.pdf
A continuación ofrezco un fragmento, correspondiente a la huelga de cines que acaeció en 1955 en nuestra ciudad. Espero contribuya a la reflexión colectiva sobre nuestro devenir, en especial, el de los sectores populares:
"Un episodio revelador de pistas sobre los significados del espacio urbano del cine tiene que ver con el paro y cierre de todos los teatros que se presentó en la ciudad en septiembre de 1955. El día primero de ese mes apareció una pequeña nota de prensa en El Universal en la página primera que anunciaba el aumento de la boleta de los cines en toda la ciudad en cinco centavos, con el propósito de financiar la carroza de la reina popular de ese año, pagar el viaje a Miami como premio principal y otros menesteres de la celebración novembrina. Los empresarios de la exhibición fílmica solicitaron al Capitán Hernando Cervantes Zamora, alcalde militar de la ciudad, un par de citas que al parecer no fueron debidamente atendidas.
Lo anterior provocó el cierre de todos los cines el día siete del mismo mes, pues, los empresarios no aceptaban el sobrecosto, no obstante, que se trataba de un impuesto provisional y que sólo iría hasta fines del mes de octubre. Poco después se supo que el recaudo del impuesto se prolongaría para financiar los VII Juegos Nacionales de 1958. Los quejosos alegaron que pagaban muchos impuestos y no soportaban uno más; los impuestos vigentes eran los siguientes: Un centavo de cada boleta para la SAYCO (Sociedad de Autores y Compositores Colombianos); impuesto de defensa nacional; impuesto sobre carteles, estampillas, vidrios de propaganda y otros; e, impuesto para ciegos, que era de veinte pesos mensuales por cada teatro; después se sabría que la nueva alza decretada por la alcaldía era ilegal. El paro de cines se declaró indefinido. La prensa siguió con atención el desarrollo de los acontecimientos y la puja entre empresarios y alcalde. La ausencia de proyección de películas afectó las dinámicas sociales y el sentido del espacio urbano del cine en toda la ciudad.
Ese mismo día siete, el editorial de El Universal señalaba tres aspectos que son relevantes al espacio urbano del cine. En primera instancia, se señala la angustiosa situación económica generalizada en relación con la única diversión accesible a los “sectores trabajadores y la población pobre que es la que llena los cines de los barrios”, dando al cine importancia cultural según su “expansión sencilla y económica”. En segunda instancia, el editorialista critica la diferencia en recaudos entre juegos y casino, el cual, para el primer semestre del año era de trece mil pesos, mientras que para el cine, era de cuarenta y ocho mil pesos. La crítica se hizo con miras a exigir mayor gravamen a las actividades del juego, los cuales, eran relacionados con vicios y malas costumbres. En tercera instancia está la importancia que el editorial le dio al significado de la noche en relación con la oferta cultural y el ocio, pues, las actividades alrededor del cine constituían, prácticamente, la única posibilidad de vida nocturna de la ciudad, accesible y para todo tipo de público. (El Universal, 7 de septiembre de 1955 pág. 4).
El primer aspecto tiene que ver con una característica importante de la geografía humana de la ciudad, pues, con la huelga se vieron principalmente afectados los barrios y sus habitantes; de otra parte, en asuntos administrativos del gobierno, había una manifiesta inequidad en materia de impuestos y, por último, la noche como un elemento del espacio urbano del cine y las prácticas culturales que allí acontecían, en especial, las que tienen que ver con los procesos de acceso y apropiación del aspecto sensible de la modernidad cultural a través del melodrama. Una consecuencia inmediata de la determinación de los empresarios locales, fue la solicitud de la devolución de todas las películas que estaban siendo exhibidas en la ciudad, por parte de las distribuidoras fílmicas capitalinas (El Universal 8 de septiembre de 1955, pág. 8); de manera que el paro amenazaba con prolongarse, la incertidumbre en la ciudad era mayúscula. Los empresarios decidieron demandar ante el Contencioso Administrativo los decretos correspondientes. Pero es quizás en la editorial del día ocho de septiembre donde se encuentran más elementos que evidencian la alteración de las rutinas propias del espacio urbano del cine, en una ciudad de condiciones materiales muy precarias, donde los teatros se constituían en alivio colectivo a la postración cotidiana de ribetes pavorosos:
“Al tomar esta determinación, queda la ciudad de Cartagena, de por sí no muy alegre peor que si estuviéramos padeciendo una grave calamidad pública. A las tristezas que puedan originarse por la carestía de las subsistencias, por la suciedad inevitable en que se encuentra la urbe histórica, a causa de que todavía no tenemos un buen sistema –ni si quiera uno pésimo- de desagüe sanitario; a todo ello, decimos, viene ahora a sumarse esta situación en que se coloca a los habitantes de no poder disfrutar –seamos o no cineastas- de uno de los esparcimientos más sanos y menos comprometedores para la salud y para el presupuesto familiar (…) Esta ciudad de Cartagena, tan señorial y monumental, evocadora de glorias pretéritas, carece de vida nocturna, a pesar de su posición geográfica de puerto marítimo” (El Universal, 8 de sept. 1955, pág. 4)
Lo primero que hay que destacar es que el público de cine se relacionaba con su espacio urbano por la ausencia de alcantarillado en la ciudad, lo que suponía enfrentar y sortear diariamente una realidad ambiental y social de pobreza y pobreza extrema y sus consecuencias en la salud de la población; quizás sea, esta problemática, peor que la del analfabetismo y el bajo nivel educativo que padecía en aquel entonces buena parte de la sociedad. De manera, que la rutinas de consumo de cine y su espacio urbano, devino en la vida social de Cartagena como una clave de lectura de películas mexicanas sobre relatos que contaban episodios de micro – resistencia; una clave de lectura que vinculaba el mundo fílmico del melodrama con los avatares y rigores inclementes del mundo real del público cartagenero.
Sin la posibilidad de ver cine, las gentes, perdían la oportunidad de aliviar su propio dolor viendo el dolor ajeno presentado en las películas mexicanas. La clave de lectura se cifraba en el melodrama, el cual, “fue la escuela de las resignaciones que propuso la fatalidad como única explicación del mundo. Y supo el público del hechizo embriagador de la tragedia ajena, del goce de la apropiación vicaria y tarareó y aprendió a silbar Amorcito Corazón, como exorcismo supremo a tanta desventura” (Monsiváis, 1994; 26). El cine mexicano en su época de oro posibilitaba comprender las formas de ser pobre y en donde los procedimientos de negociación y de apropiación social partieron de relatos que contaban y mostraban la ética de la tenacidad, las tácticas de la astucia, la fe inquebrantable, la abnegación y el sacrificio, la ley de compensación de la vida y todo el universo del saber popular que puede resumirse en la leyenda que reza en la defensa del camión que maneja Pepe El Toro: “Se sufre pero se aprende” en la película Nosotros los pobres (1948).
Lo anterior sin desconocer el poder hegemónico de los medios y su capacidad de moldear la conciencia de las masas, de hecho en uno de sus apartes el editorial referido señala: “A mayores dificultades domésticas, es la norma, debe haber un número proporcional de medios que distraigan de las preocupaciones” (El Universal 8 de septiembre 1955, pág. 4). De una manera, más que implícita, el editorialista reconoce el cine como aparato ideológico del Estado y del sistema socioeconómico imperante “Sobre todo cuando en las imágenes cinematográficas se muestra la redención y felicidad del pobre y la amargura de los ricos que tienen que cargar con su vida llena de placeres pero vacía y sin sentido” (Vidal, 2010; 35). El cine y su espacio urbano en Cartagena era un eje vital que hacía soportable la realidad social más horrorosa, pues, “el melodrama es escuela de resignación y catecismo de la armonía social” (Bonfil; Monsiváis, 1994; 29).
Mientras los empresarios de teatros se reunían con el alcalde de Cartagena, un modesto teatro de la población vecina de Turbaco ofrecía películas en la prensa cartagenera con los títulos Tarzán en la selva secreta y la cinta mexicana Pobre huerfanita (1955); estos empresarios de pueblo, conocían muy bien la sed de melodrama de las masas, aunque desde Cartagena sólo podían asistir aquellos que disponían de recursos económicos y que no pertenecían propiamente a los sectores populares, lo que marca la relevancia del cine en la vida de cualquier persona, sin importar su condición social o material (El Universal, 17 de septiembre 1955, pág. 4).
Después de diecisiete días los cines reanudaron las actividades en Cartagena el 24 de septiembre y el primer tramo de alcantarillado aparecería apenas hasta el año de 1960 y sólo en el casco del centro histórico de la ciudad".
Hasta aquí, el fragmento. A mi juicio, la huelga de cines de 1955 puso -una vez más- en evidencia las condiciones de extrema precariedad en que vivían (y viven) los sectores populares de Cartagena y puso de manifiesto la importancia del cine, en especial el mexicano, en tanto apaciguador de las inconformidades de las gentes según lo manifestado en los archivos de prensa y los documentos institucionales ubicados en la ciudad, en Bogotá y en México D.F.