SI NOS DEJAN


Todo cartagenero de cualquier condición y clase sabe qué es el rebusque y para qué sirve. Siempre he creído que si –al menos- los poderosos dejan márgenes para el rebusque, logran aplacar la revuelta latente. En ese sentido hay mandatarios y mandamases que son conscientes del hambre de la gente, de su necesidad. Otros, no. Son mayoría estos últimos, en especial, porque hay un poder detrás del poder que termina imponiendo sus intereses.

Es por eso que nadie en esta ciudad debe olvidar que: si hay una ley del más fuerte, también hay una ley del más débil. De manera que muchos caemos en la mitad de ambas leyes y vivimos en un escenario insostenible. Por mucho que uno se acomode no encuentra por dónde. Si te metes por aquí te atracan. Y si te metes por allá encuentras un trancón, te topas con la parálisis.

Una manifestación de los efectos excluyentes del poder está en el nombre de algunos barrios, me acuerdo de uno en Sincelejo que se llama “Chucha Fría”, pues, sufrían muchas inundaciones de manera que la gente permanecía con el agua a la cintura. Ese referente me hizo recordar otro nombre de barrio que existió en Cartagena en los años setenta: “Güevo Pelúo”. No encuentro justificación aparente para tal nominación, pero, sin duda es un rótulo marginal. En Barranquilla encontramos el barrio “Me Quejo”: un nombre que narra, que relata, que dice algo de la situación de los habitantes respecto al poder y su naturaleza excluyente: nos quejamos. Pero, el nombre de barrio con el que me identifico es “Si nos dejan”, también en Barranquilla. Creo que es la nominación más pertinente con la realidad de la inmensa mayoría de los cincuenta millones de colombianos.

Este es el país de “Si nos dejan” y Cartagena es su capital, pues, cada vez nos dejan menos. ¿Menos qué? Menos tiempo y menos espacio. Hay que salir más temprano para no exponerse a los rigores de la guerra por un pedacito de anden, por un pedacito de calle. En un mes se venden mil motos nuevas. En el mismo lapso entran más de cuatrocientos carros nuevos a la ciudad. Las vías son las mismas de hace más de medio siglo. Ni los más ricos se salvan de la trampa urbana en que ellos mismos nos metieron. 

De otra parte la ciudad no está pensada para que la gente habite sus calles ni para que trabaje, juegue, estudie, madure y crezca. Está pensada para que la gente se quede encerrada en su corral, para que se encierre tras las rejas de su casa. Es por eso que la obra literaria: “Chambacú, corral de negros” define muy bien los efectos sociales del ejercicio del poder en Cartagena. El poder que sirve para apartar, para practicar el apartheid.  

Digo, no está pensada Cartagena para que los ancianos caminen por las calles, ni los discapacitados, ni los niños, ni los ciclistas. Me quedo corto, pues, tampoco está pensada Cartagena para querer a nadie. No te quieren por cualquier cosa: por gordo, por feo, por negro, por gay, por pobre, por mujer, por nada que ver. La marginalidad está llegando al extremo de la inminente desaparición de la opción del rebusque entre los más necesitados. “El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo” Se atribuye la frase a Gabriel García Márquez. Si desaparece el rebusque qué será de la vida de la mayoría de nosotros. El rebusque calma el hambre ajena, aplaca y matiza el resentimiento, brinda un resquicio de esperanza a la gente.

No estoy defendiendo el rebusque como tal, pues, no hay nada más humillante y pavoroso que resolver la vida a la buena de Dios. Mi reflexión apunta a valorar el rebusque como producto de la arbitrariedad y la indolencia del poder. Más bien creo en la ampliación de la oferta de trabajo, en el emprendimiento social, en la irrigación de la economía popular. O mejor, en la verraquera de la gente para salir adelante en la vida y para eso se necesitan condiciones.

Aquí, la exclusión social es una constante histórica. A fines del siglo XIX, por ejemplo, aparecieron tres comunidades marginales al pie de la muralla del centro histórico: Pekín, Pueblo Nuevo y Boquetillo. Las mismas fueron desplazadas, por supuesto, sin ningún plan de reubicación. Claro, que este último término era inexistente para la época. En cualquier caso las gentes se fueron de cualquier forma a donde las dejaran y –al parecer- la opción fueron los pantanos del actual barrio de Canapote. Las condiciones de salubridad eran las peores, de manera que en la colonización del barrio murió mucha gente de todas las pestes habidas: malaria, fiebre amarilla, tifo, enfermedades gastrointestinales. Corrían los años veinte del siglo pasado.

A mediados de los años treinta aparece el barrio de Chambacú en la Isla de Elba, que por efecto del relleno, se integró a la parte continental de la ciudad y formó un playón que hoy vale varios millones de dólares. De manera que la “erradicación” de Chambacú se convirtió en un propósito institucional. La palabra “erradicación” es común encontrarla en los documentos institucionales y en la prensa de la época. Es una palabra que concentra toda la intención excluyente del ejercicio del poder. Esos negros se tenían que ir de ahí porque eran un estorbo para el progreso y la modernización de la ciudad, en especial, porque el proyecto consistía en convertir Cartagena en destino turístico internacional. En 1971 erradicaron Chambacú, en medio de un limitado plan de reasentamiento, pues, en su mayoría los habitantes terminaron desperdigados por toda la ciudad.

No hay que olvidar lo que pasó con las gentes que habitaron El Corralón de Mainero, este quedaba en el barrio de El Espinal, bajando el puente curvo de Heredia, donde queda el cuartel de policía. Se trataba de una construcción en madera de arquitectura republicana – popular, de tres pisos. Apareció la construcción a fines del siglo XIX y servía como lugar de paso a los campesinos, comerciantes y viajeros que llegaban a la ciudad y debían pasar la noche, pues, para entonces existía el Revellín de la Media Luna cuya puerta se cerraba al caer el sol y se abría por la mañana. Cuando tumbaron esa parte de la muralla y el Baluarte de los Doce Apóstoles, el Corralón de Mainero cambió su uso a habitación permanente, que con el paso del tiempo, se sobre pobló. Hay documentos de prensa que hablan de 300 personas en el mencionado edificio. Para los años cincuenta un famoso alcalde los sacó de un sopapo. Al parecer, parte de los habitantes del Corralón, se fueron para el Corral de Negros: Chambacú. En los años noventa acaece el despojo de El Papayal. Vale la pena mencionar casos actuales como Zona Norte, Playa Blanca, Barú o Tierra Bomba.

Y así uno puede seguir la pista histórica de los efectos excluyentes del poder en Cartagena, que no respeta a nadie. Nunca lo ha hecho. Ello explica la imposición de los peajes dentro de la ciudad, el corredor de carga que se impuso sobre la Avenida Crisanto Luque, la imposición del mercado de Bazurto en toda la mitad de Cartagena, la privatización de los servicios públicos…un momento…aquí debo hacer un paréntesis para hacer una pregunta:

¿Por qué no traemos (tan iluso yo, “traemos”) a las Empresas Públicas de Medellín para que administren nuestros servicios públicos: agua, alcantarillado y energía eléctrica? Las E.P.M. tiene fama de ser una empresa seria, cumplidora y con tarifas justas. Además, y esto sí que es importante, es una empresa pública colombiana. Yo no estoy de acuerdo con que el agua y la luz me la administren unos españoles. ¿Acaso hay algún cartagenero administrando el agua de Barcelona o de Madrid? La verdad es que prefiero a los paisas de administradores de mis servicios públicos. Pero, claro, como aquí todavía hay gentes haciendo fila para vincularse a la realeza: condes, marquesas, virreyes; sin importar que sirvan al poder tras del poder.

No sé ni para qué hago esa pregunta, cuando esta guerra está perdida. Lo que hay son pequeñas victorias cotidianas y anónimas. Unas más que otras. Como cuando se consiguen los veinte mil pesos para comprar comida en la casa. O cuando un hijo o un nieto logra entrar a la universidad pública. 

“Ay Ricardo, eres un negro resentido. Confórmate con lo que hay” Me han dicho desde pequeño. Pues, sí. Eso es lo que nos dejan: resentimiento y preguntas sin respuesta. Por ejemplo, vean esta queja tardía publicada el pasado 25 de noviembre en El Universal: “Empezó Transcaribe y nadie se ha acordado de nosotros” (http://www.eluniversal.com.co/cartagena/empezo-transcaribe-y-nadie-se-ha-acordado-de-nosotros-vendedores-ambulantes-212224). Ni se acordarán.  

El Transcaribe va porque va, caiga quien caiga. No importa que la opción del rebusque desaparezca y no importa que la masa de descamisados sigan cayendo por el abismo de la guerra social en los barrios, donde impera la ley del más débil con su carga de impiedad y su lenguaje de balas y puñal. Al igual que ocurrió con Pekín, Pueblo Nuevo, Boquetillo, El Corralón de Mainero, Chambacú o El Papayal la gente irá donde se pueda acomodar. Vamos a ver si nos dejan. 


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