“Rica: Tú sabes que cualquier blanquito de Manga, tiene su negro por dentro. Como yo” Me dijo Gustavo Bossa. Discutíamos sobre porqué en Cartagena se sigue escuchando el mismo repertorio de música salsa desde hace más de cuarenta años. Y no sólo de salsa. Se sigue escuchando el mismo repertorio de músicas diversas del Caribe como el zouk de Martinica; el kompás de Haití; la Soca de San Marteen, de Guadalupe y que bastante que nos llegó también de Panamá; el merengue dominicano y la champeta africana, que se refiere a esa matriz histórica y cultural, de donde deviene Cartagena toda.
Entender qué es ser cartagenero es referirse al sabor africano y caribeño. No se engañen. Tal y como lo sugirió Gustavo Bossa, esto va más allá del color de piel. Esto es un asunto de sentimiento donde el principal atributo es la alegría, la cual, se comparte con toda la cuenca del Caribe, es decir, aquella que va de Nueva York a Buenos Aires, de Veracruz a Cabo Verde. De manera que Cartagena no es de tierra, es de mar.
Cada vez que voy a un país caribeño, me confunden con un local. Me pasó en La Habana, me pasó en Panamá y a cada rato me pasa en México, en Veracruz. La ropa vieja de La Habana, es la carne desmechada de Cartagena. Nuestro arroz con coco de frijolito negro son los moros y cristianos de los habaneros. Los tostones de ellos son los patacones de nosotros. Arroj, cajne y tajá. Fue dieta de los africanos esclavizados en todo el Caribe colonial. Si van a Puerto Príncipe, van a encontrar la misma oferta gastronómica: Carne, porque el tasajo se conservaba en sal, fuera de res, pero principalmente de puerco; plátano porque este siempre abundó y era barato; y, arroz servido en gran cantidad para dar la sensación sicológica de hartazgo. Se servía dos veces al día y el desayuno era una buena dosis de ron. Aún comemos el mismo plato en todo el espectro social de Cartagena y del Caribe entero. Así mismo es con todo. Con el baile y con la música.
Baile, música y comida no nos definen. No somos un producto exótico del turismo que se promociona con tales elementos. Son pistas de un complejo mestizaje. De manera que lo primero que deben tener en cuenta es que cuando a Cartagena llega España, esta ya era África. Si. Ya España era África. Hay que ver todo junto, imbricado y tejido porque es una buena forma de aproximarse al sabor, al sentimiento, al swing de la gente cartagenera.
Acá van a encontrar una forma particular de negociar lo culto y lo popular, lo alto y lo bajo, lo tradicional y lo moderno en un soplo de vida cotidiana. Fíjese usted. Por allá en el 2011 me encontraba revisando el acervo de la biblioteca Daniel Cossío Villegas, en El Colegio de México, en busca de revistas culturales editadas en Cartagena en los años treinta y cuarenta del siglo XX. Y me encontré con una entrevista radial, transcrita en la Revista Javeriana N° 128 de Septiembre de 1946. La entrevista se la hicieron a Daniel Lemaitre, uno de los patricios más venerados por la élite cartagenera en aquellos tiempos y en estos. Lemaitre: empresario, político, poeta, artista y músico fue entrevistado en la ciudad de Nueva York en la emisora Radio City de la National Broadcasting. El asunto de la música nacional, era harto sensible, toda vez que cada elite quería distinguir a su país en el ámbito internacional, con tal elemento:
“-Y ¿cuál es en la actualidad el aire más popular en Colombia?
Pues…el pasillo bogotano sigue siendo la perla de nuestra música folclórica. Ha tenido brillantes mantenedores y si se quiere innovadores; sobre todo entre los músicos de la generación centenarista. (…)
-¿Se nota igualmente la influencia negra en toda la música de Colombia?
Verá, no. Cartagena fue el principal mercado de esclavos en América del Sur. Su música elemental vino de ellos y animaba sus fiestas cuando en épocas de carnaval los amos les daban algunos días de holgorio y organizaban una reminiscencia de sus fiestas autóctonas que llamaban ‘cabildos’, presididas por sendos jefes de tribu, como el de mandingá, el de Jojó, el de Carabalí, etcétera. Las amas regalaban trajes vistosos a las esclavas y las engalanaban con prendas a veces valiosas, de su pertenencia. En aquellas fiestas los esclavos tenían ocasión de renovar sus bailes y ejecutar su música en la que el tambor jugaba el papel principal junto con el millo y la gaita. El porro es pues un aire afro-colombiano con modificaciones, naturalmente” (Entrevista a Daniel Lemaitre realizada por De Torre, en la emisora Radio City de la National Broadcasting de Nueva York. La entrevista se publicó en la Revista Javeriana Tomo XVI, Nº 128, septiembre de 1946).
Daniel Lemaitre postula a Colombia como un país mestizo y andino. Lo paradójico es que Lemaitre manifiesta conocimiento sobre el elemento negro y africano en la práctica musical del Caribe al hacer referencia al origen esclavo y al reconocer la importancia de los cabildos africanos en la aparición de la música regional; no obstante, niega la influencia africana en la aparición de la música colombiana. Lo más bueno de todo esto es que otra cartagenera destacadísima, Carmencita Pernett, mulata ella nacida en el Barrio de San Diego, va a brillar como cantante de alcance internacional en México, Cuba y Estados Unidos entre otros países. Carmencita interpretó varios porros creados ¡por el mismísimo Daniel Lemaitre! Entre ellos sobresale “Sebastián Rómpete el Cuero”.
¿Qué es ser cartagenero? Es ser caribeño o caribeña, como Carmencita, como Lemaitre. Como cuando un blanquito de Manga como Gustavo, me llama y me dice: “Oye Negro, vámonos para el Platanal de Bartolo”.
Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, conocido también como El Benny, se presentó en Cartagena en el Teatro Padilla un lunes 8 de agosto de 1955. El Teatro, como le llamaban a los cines, quedaba en el barrio Getsemaní y aquel día cobraron a dos pesos la boleta. Getsemaní constituye el núcleo caribeño de Cartagena, toda vez que su esencia fue la vida de muelle, es decir, ese contacto, ese flujo y contra flujo entre barrio y puerto. Un vínculo entre mar y las gentes negras, mulatas y mestizas que estuvieron siempre de cara al mundo. Por eso fue que El Benny llegó aquí, no sólo al Teatro Padilla, días después llegó al Teatro Laurina, en el barrio de la luna plateada, también conocido como Lo Amador.
El corazón de Getsemaní era su mercado, que abrió sus puertas en 1905 entre la Bahía de las Ánimas, la Calle del Arsenal y el Camellón de los Mártires. Más que frontera entre la ciudad vieja y el arrabal de Getsemaní, el mercado público era la propia puerta hacia el Caribe y hacia el mundo entero. En la Bahía de las Ánimas fondearon los barcos negreros; allí mismo se escenificó la feria colonial de los galeones; también entraron todas las maravillas de la modernidad: el fonógrafo y el cine, el tren y los periódicos, la moda y los perfumes; y, por su parte, los turistas cachacos comieron patacón con queso y tomaron Kola Román en la hilera de kioscos al borde del puerto: una de las últimas imágenes de aquella vida de muelle que hoy arropa el olvido, el vidrio y el concreto. Al mercado lo aplastó el centro de convenciones en 1982.
¿Qué es ser cartagenero? Es ser resultado de la vida de muelle o lo que queda de ella. Queda el goce y la alegría. Lo establece El Platanal de Bartolo: canción estrenada en 1956 con Chepín y la Orquesta Oriental, cantando Ibrahim Ferrer, allá en Cuba. La canción todavía es parte de la banda sonora de nuestras vidas. Por eso, aquella tarde le pregunté a Gustavo que porqué seguimos escuchando el mismo repertorio musical de hace cuarenta o cincuenta años atrás. “No importa Negro” Me dijo. “Todavía nos queda el platanal”.