El desastre comenzó con un voto.


Comenzaré con una anécdota. Hace unos años una escena de semáforo me conmovió: una joven venezolana limpiaba vidrios mientras sostenía a su bebé recién nacido. Como mujer me dolió verla en un momento tan vulnerable como es el posparto pasando por esa situación tan dura.  La ayudamos y cuando todo finalizó en ese semáforo pensé en voz alta: ¿cómo fue que este desastre comenzó?, la persona a mi lado respondió sin un atisbo de duda: “Con un voto”. Hoy que veo con impotencia hasta donde ha llegado la dictadura de Maduro, esas palabras cobran más validez. 

No se necesita ser un experto en política internacional para reconocer que lo que están padeciendo los venezolanos  no tiene justificación alguna: el régimen se robó las elecciones y allá están los venezolanos peleando en las calles por su país con hambre, desarmados, a merced de unas fuerzas militares corruptas que junto con unas instituciones  electorales serviles decidieron ponerse del lado del tirano.

Si eso no es valentía, no sé qué lo será.

No conozco en detalle lo que llevó a ese país a creer que el socialismo era una buena idea, sus razones debieron tener para depositar en un proyecto tan macabro, sus esperanzas de una vida mejor. Hoy debemos preguntarnos si ese tipo de gobiernos socialistas resuelven realmente los problemas o solamente los cambian por otros peores: les dieron pensión universal, pero no alcanza para comprar un cartón de huevos, les dieron casa, pero tuvieron que dejarla para emigrar, los hicieron profesionales, pero les negaron el poder ejercer dignamente en su país, les ofrecieron una mejor vida para sus familias pero los condenaron a que las navidades y cumpleaños fueran a través de video llamadas y reuniones de zoom. 

Es terrible ver lo que pasa cuando la autoridad electoral y las fuerzas militares son coaptadas por la tiranía; nadie aprende en cabeza ajena, pero deberíamos. Es hora que todos acá entendamos que la separación de poderes no es un capricho sino la garantía de la protección de los derechos de todos nosotros y de nuestras libertades individuales y colectivas. 

Cabe entonces preguntarnos, si nosotros colombianos, viendo lo que pasa en el país del lado, realmente somos conscientes de que las democracias son vulnerables a esas promesas fantasiosas y que nuestro voto puede llevar al país entero al éxito o al desastre. Personalmente creo que nosotros no valoramos nuestro voto, Colombia tiene un abstencionismo electoral del 43%, es decir, casi la mitad de las personas que pueden votar, no votan. Aquí en la costa, donde la compra de votos es pan nuestro de cada elección, deberíamos preguntarnos si el billete que un político pone un tu mano vale lo que estás arriesgando. Sí el candidato es tan bueno, ¿Por qué tiene que comprar tu conciencia? ¿Por qué tienen que pagarte para que votes? ¿Seremos conscientes que al vender el voto estamos vendiendo nuestra libertad? 

Es que el ojo no mira pa´dentro y horrorizarse con el mal ajeno es fácil, pero venga y charlemos de las barrabasadas que nosotros también hacemos, porque va siendo hora que pongamos los pies en la tierra. El 2026 es ahorita y como diría Patricia, “el socialismo nos está respirando en la nuca Marce”.  


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