En el trasfondo de cada intervención, habita una fuerza silenciosa y ancestral: el espíritu del manglar.

Cartagena florece desde sus parques.


desde Barrancabermeja a la ciudad que me adoptó desde su esencia

Nací en Barrancabermeja, tierra noble del Magdalena Medio, Torre de Babel forjada entre el petróleo, el río y la esperanza de generaciones obreras venidas de todos los rincones del país.

Mi capital es Bucaramanga, la orgullosa “Ciudad de los Parques”, ejemplo nacional de cómo el espacio público puede convertirse en el corazón de una ciudad viva, humana y digna.

Pero fue Cartagena, esta ciudad de historia profunda y alma caribe, la que me abrió sus puertas y me adoptó sin reservas.

Aquí encontré no solo una nueva patria, sino también un compromiso vital: trabajar desde lo público por una ciudad más justa, más humana, más conectada con las necesidades reales de su gente.

Hoy, como cartagenero por adopccion,  elección y por convicción, no puedo sino sentir emoción y gratitud al ver cómo Cartagena comienza a florecer desde sus barrios, con obras que, aunque pueden parecer pequeñas para algunos, tienen un valor inmenso para las comunidades: la recuperación y transformación de sus espacios públicos y parques.

Hablar de parques no es hablar de cemento ni de ornamentos.

Es hablar de esperanza, salud mental, encuentro comunitario, juego para la niñez, cultura para los jóvenes, dignidad para los adultos mayores.

Es hablar de un Estado que se acerca sin discursos vacíos ni estrategias clientelistas, sino con acciones reales, visibles, útiles.

Y es también una estrategia de contención de la delincuencia y la violencia, porque un parque vivo, cuidado y habitado por su comunidad es un espacio ganado para la vida y no para el crimen.

No se trata de patrocinar la ilegalidad con dádivas, sino de prevenirla con oportunidades reales y con entornos dignos.

Basta recorrer la ciudad para ver cómo este esfuerzo se hace tangible:

Barrios y sectores como San Francisco, La Candelaria, El Campestre, El Pozón, Arroz Barato, La María, La Esperanza, Chile, La Quinta y Olaya Herrera, entre muchos otros, han comenzado a recobrar su vitalidad.

No con discursos, sino con obras.

No con propaganda, sino con hechos.

Pero esta transformación no se limita a lo barrial.

También se proyecta a través de proyectos emblemáticos que marcarán un antes y un después para Cartagena:

El Parque Espíritu del Manglar, pulmón ecológico y social de la ciudad, se consolida como símbolo de integración, pedagogía ambiental, cultura y apropiación ciudadana.

El ambicioso Malecón del Mar, proyectado como uno de los grandes hitos urbanísticos y turísticos del país, no solo bordeará el mar: bordeará el futuro. Será punto de encuentro, vitrina de Cartagena ante Colombia y el mundo, y eje de desarrollo económico popular.

La esperada rehabilitación del Parque Centenario, ícono del centro histórico, representa una deuda histórica con uno de los espacios más simbólicos de la ciudad. Recuperarlo será un acto de memoria, dignidad e identidad.

Y ya comenzaron las obras en puntos clave como:

Parque Flanagán en Bocagrande, que se transforma con visión de inclusión, turismo y sostenibilidad.

La Virgencita, en el barrio Blas de Lezo.

Apolo, en el tradicional El Cabrero.

El Reloj Floral, en el Pie del Castillo de San Felipe, que recupera su esplendor ornamental y turístico.

Todas estas acciones convergen en una idea poderosa:

El espacio público no es un lujo. Es un derecho.

Y debe ser escenario del respeto, la vida, la cultura y el futuro compartido.

Donde florecen los parques, se repliega la violencia. Donde se dignifica el territorio, se fortalece la esperanza.

En el trasfondo de cada intervención, habita una fuerza silenciosa y ancestral: el espíritu del manglar.

Ese ecosistema que en Cartagena resiste, filtra, se adapta, conecta.

El manglar es raíz y red. Es vida entrelazada. Así también deben ser nuestros parques: raíces urbanas que regeneran el tejido social y sostienen la ciudad desde abajo.

Donde hay comunidad, hay resiliencia. Y donde hay espacio público digno, hay posibilidad de transformación.

Porque si Bucaramanga nos enseñó que los parques pueden definir una ciudad, Cartagena está demostrando que los parques —y su nuevo Malecón— también pueden sanar heridas, reconciliar barrios, inspirar pertenencia y proyectar al mundo un nuevo rostro urbano, social y humano

 

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