Porque al final, sin conversación no hay nación. Sin diálogo, no hay futuro.

Colombia, entre el grito y el silencio: democracia sin conversación


Una reflexión al contexto histórico y político colombiano inspirada en las tesis de Yuval Noah Harari sobre la conversación democrática en su libro Nexus

 

En tiempos donde todo el mundo parece tener algo que decir —y lo dice a través de redes, memes, audios y hashtags—, lo paradójico es que cada vez nos escuchamos menos. La democracia, más que por las urnas, se juega hoy en un campo mucho más profundo y silencioso: la conversación pública. Una conversación que, según el historiador Yuval Noah Harari en su libro Nexus, ha sido históricamente imposible en contextos donde no existen los medios técnicos ni culturales para que los ciudadanos puedan dialogar, entenderse y decidir colectivamente sobre su destino.

Este análisis no solo arroja luz sobre los fracasos democráticos del pasado, como el del Imperio romano o la Mancomunidad de Polonia-Lituania, sino que resuena con fuerza en el momento histórico que atraviesa Colombia. Porque más allá de la existencia formal de instituciones, elecciones y libertades, la democracia colombiana está siendo desbordada por una amenaza silenciosa y estructural: la muerte de la conversación pública.

¿Qué significa realmente "conversar" en democracia?

Harari es enfático: no basta con votar, ni con opinar. Para que una democracia funcione, debe existir una conversación política significativa, es decir, un proceso colectivo donde múltiples voces puedan expresarse, ser escuchadas y entenderse, incluso desde la diferencia. Esto requiere:

  1. Tecnología de la información que conecte a las personas más allá de la geografía.
  2. Educación y medios de calidad que permitan comprender lo que se discute, incluso sin experiencia directa.

 

En otras palabras, no es posible dialogar sobre lo público si no estamos conectados con los otros, ni si carecemos de lenguaje común y comprensión compartida.

 

El analfabetismo moderno: saber leer pero no entender

Colombia enfrenta hoy una forma de analfabetismo mucho más peligrosa que la tradicional: el analfabetismo moderno, que consiste en la incapacidad de interpretar, contrastar y analizar críticamente la avalancha de información que consumimos a diario. Saber leer ya no es suficiente; ahora se requiere saber leer entre líneas, detectar la mentira, evitar la manipulación y resistir el ruido.

Y cuando millones de personas acceden a información sin poder digerirla, el resultado no es más participación, sino más fragmentación, más rabia, más confusión. En vez de construir democracia, construimos trincheras. En lugar de diálogo, disparamos etiquetas. En lugar de ideas, viralizamos insultos.

 

Democracia rota: cuando se puede hablar, pero no se puede conversar

Este fenómeno se ha visto amplificado por las redes sociales, donde la lógica del algoritmo premia la indignación y castiga la complejidad. A diario, vemos cómo líderes políticos y ciudadanos comunes reducen debates profundos a frases de impacto, memes o descalificaciones. Y así, la conversación política se degrada en un espectáculo de gritos, sospechas y desinformación.

Colombia no es la excepción. Hoy, la conversación nacional está fragmentada, agresiva y polarizada. No conversamos: competimos por tener la última palabra, y en ese griterío, lo público se vacía de contenido.

 

Una política del diálogo en medio de la turbulencia 

Ante este panorama, la Procuraduría General de la Nación ha impulsado una línea estratégica digna de atención y respaldo: la política de “Diálogo para construir consenso”. En un país acostumbrado al enfrentamiento, este enfoque propone escuchar antes de sancionar, comprender antes de imponer, construir antes que imponer.

A ello se suma la visión de “Paz Electoral”, que busca desescalar la violencia verbal y simbólica que contamina los procesos democráticos. Porque en Colombia, incluso las elecciones se viven como guerras culturales, donde lo que se disputa no es solo el poder, sino la legitimidad del otro para existir políticamente.

Estas apuestas institucionales son más que buenas intenciones: son un intento de recuperar la fibra ética del debate público, de restaurar el tejido de una democracia hoy amenazada no solo por el crimen o la corrupción, sino por la imposibilidad de escucharnos como nación.

 

¿Qué podemos y debemos hacer?

La defensa de la conversación democrática no es solo tarea de las instituciones. Nos corresponde a todos. Desde la ciudadanía, la educación, los medios, la familia y la política, hay tareas urgentes:

  • Educar para dialogar, no solo para memorizar.
  • Fortalecer el pensamiento crítico en las aulas y en los medios.
  • Incentivar redes sociales más humanas, menos violentas.
  • Cuidar el lenguaje público, la verdad y la pluralidad.
  • Reconocer que el adversario no es un enemigo, sino un espejo de nuestras propias limitaciones democráticas.

 

Democracia es conversación

La historia enseña, como recuerda Harari, que cuando no hay conversación posible, la democracia se vuelve impracticable, y lo que queda es el dominio del miedo, la imposición o la indiferencia. Colombia está a tiempo de evitar ese abismo.

Hoy, más que nunca, necesitamos dejar de gritar para empezar a escucharnos. Necesitamos transformar el ruido en diálogo, el juicio en empatía, la rabia en propuesta. Solo así la democracia dejará de ser una promesa lejana y se convertirá en una experiencia cotidiana, posible y vivida.

Porque al final, sin conversación no hay nación. Sin diálogo, no hay futuro.


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