Las palabras también hieren: cuando el lenguaje perpetúa el dolor de un país en cicatrices abiertas.

Colombia: entre la memoria herida y la dignidad por reconstruir


El eco de la guerra sigue latiendo: palabras que sanan o reabren heridas.

El conflicto colombiano no ha sido una simple disputa de intereses ni una guerra entre bandos. Ha sido una tragedia nacional que ha marcado generaciones enteras, dejando a su paso un país fracturado, con heridas profundas que aún no cicatrizan. Estas heridas no son del pasado: siguen abiertas, vivas, sangrantes. Cada víctima, cada desaparecido, cada comunidad desplazada es un recordatorio de que no hemos cerrado el ciclo del dolor.

En ese contexto, los discursos confrontadores, ideologizados o provocadores no solo polarizan: actúan como sal y limón sobre esas heridas abiertas. No son solo palabras altisonantes o frases encendidas; son actos de violencia simbólica que impiden la sanación. Cada vez que se utiliza el lenguaje para dividir o señalar, se reabre el trauma, se atenta contra la dignidad de quienes han sufrido lo indecible.

Por eso, la responsabilidad de los dirigentes es monumental. No se trata únicamente de convocar a la unidad o de hacer llamados a la integración desde el lugar común. Se trata de asumir un compromiso ético con el lenguaje, de desescalar la palabra como acto político, de respetar las diferencias sin encender hogueras ideológicas que solo prolongan el conflicto en nuevas formas.

Colombia no necesita más arengas incendiarias ni más líderes atrapados en el resentimiento. Necesita voces que reparen, palabras que reconozcan, gestos que reconcilien. Porque solo cuando el lenguaje se use para sanar y no para dividir, podremos empezar a cerrar las heridas de esta barbarie histórica.

La paz no es solo un acuerdo ni una política pública: es un proceso de reconstrucción íntima, social y simbólica. Y empieza, necesariamente, por la palabra.

 

#FuerzaMiguel 


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