Porque cuando el poder amenaza hacia adentro, el riesgo ya no es diplomático ni ideológico.

Cuando el presidente de Estados Unidos advierte a un mandatario… y cuando un mandatario amenaza a su propio país


La presión externa señala al poder; la interna intimida a la nación.

En las relaciones internacionales, las palabras no son retórica: son poder. Y cuando quien habla es el Presidente de los Estados Unidos, no hay margen para la ingenuidad. Donald Trump, hoy jefe de Estado de la principal potencia del mundo, ha sido claro en su mensaje hacia Gustavo Petro. No ha sido diplomático, tampoco complaciente. Ha sido una advertencia política directa, dirigida exclusivamente al presidente de Colombia, a su conducta internacional, a sus alianzas y a su ambigüedad frente a regímenes y economías que erosionan la seguridad regional.

  • Trump no ha amenazado al pueblo colombiano.
  • No ha señalado a la sociedad civil.
  • No ha presionado a los gremios productivos.
  • No ha deslegitimado al Congreso, a las cortes ni a los organismos de control.

Su advertencia se inscribe en una lógica clásica de la geopolítica: la presión se ejerce sobre el gobernante, no sobre la nación. Es un mensaje incómodo, sin duda, pero institucional: Estados Unidos habla con quien gobierna, no con quienes producen, juzgan o controlan.

El contraste con la realidad interna colombiana es profundo y preocupante.

Porque mientras la amenaza externa se dirige al presidente Petro como actor político internacional, la amenaza interna —recurrente y sistemática— proviene del propio jefe de Estado contra las instituciones que no se le subordinan y contra los sectores sociales y económicos que discrepan de su proyecto.

  • El Congreso es descalificado cuando no aprueba.
  • Las cortes son cuestionadas cuando controlan.
  • Los organismos de control son atacados cuando investigan.
  • Los gremios son estigmatizados cuando alertan.
  • Las EPS, los cafeteros, los transportadores, los industriales y los medios son convertidos en adversarios políticos.

Aquí no estamos ante un debate democrático vigoroso. Estamos frente a un patrón de intimidación discursiva que erosiona los contrapesos, debilita la confianza institucional y fractura deliberadamente a la sociedad. Cuando desde la Presidencia se sugiere que quien no acompaña es enemigo, y que quien controla conspira, se cruza una línea peligrosa.

Resulta entonces paradójico —y revelador— que la advertencia del presidente de Estados Unidos, dura pero focalizada, respete más la institucionalidad colombiana que el discurso cotidiano del propio presidente de Colombia. Trump confronta a Petro; Petro confronta al Estado.

La historia es clara: las democracias rara vez caen por presiones externas. Caen cuando desde el poder se normaliza el ataque a los jueces, se desacredita al legislador, se intimida al control y se gobierna desde la confrontación permanente.

Colombia no necesita un presidente en guerra con sus instituciones.
Necesita liderazgo, templanza y respeto por las reglas democráticas.

Porque cuando el poder amenaza hacia adentro, el riesgo ya no es diplomático ni ideológico.
Es, sin rodeos, una alerta democrática.