EL NEGOCIO DE NUNCA RESOLVER: POR QUÉ EL MUNDO NECESITA SUS PROPIOS INCENDIOS


Si alguna vez sentiste que algo no cuadra… estabas viendo la lógica invisible que sostiene el mundo.

Aquí te cuento lo que nadie explica, pero todos sospechan.

Por Gabriel Jaime Dávila Gómez

Hay una pregunta que reaparece en conversaciones profundas, tertulias políticas y hasta en el humor negro de la calle: ¿por qué ciertos problemas parecen diseñados para nunca resolverse?

Si Tom nunca se come a Jerry, si Silvestre jamás atrapa a Piolín, si Estados Unidos no tumbó a Maduro, si el narcotráfico no se extingue, si el cáncer y el VIH siguen siendo tratados pero nunca curados…

¿estamos frente a incapacidades humanas o frente a un sistema que convierte cada conflicto en un motor económico?

La respuesta duele, pero es honesta: no siempre conviene resolver lo que produce poder, legitimidad o dinero.

1. La metáfora animada del conflicto eterno

Tom & Jerry es más que diversión infantil. Es un modelo funcional:

un perseguidor eficiente que nunca captura,

una víctima astuta que nunca muere,

un ciclo infinito que sostiene la audiencia.

La industria del entretenimiento aprendió hace décadas lo que la política, la economía y la geopolítica replican a la perfección:

si se acaba el problema, se acaba el negocio.

Por eso, el villano sobrevive, el héroe resiste y el conflicto sigue monetizando emociones, votos, contratos y audiencias.

2. La teoría funcional del conflicto: el problema como activo

En sociología clásica, Lewis Coser explicaba que ciertos conflictos cumplen funciones sociales: cohesionan grupos, justifican estructuras y producen sentido colectivo.

Foucault agregó después que:

el conflicto no es una falla del sistema: es parte de su engranaje.

Y Harari concluye que las sociedades modernas no se organizan alrededor de soluciones, sino alrededor de narrativas compartidas, muchas veces construidas para que el problema permanezca vivo.

Por eso guerras, crisis, pandemias y redes criminales se institucionalizan: no porque no puedan resolverse,

sino porque funcionan.

3. Geopolítica del villano necesario

¿Por qué Trump no tumbó a Maduro?

¿Por qué la comunidad internacional nunca derrocó a Fidel?

¿Por qué Ortega sigue ahí, impasible?

Porque el villano útil sostiene intereses mayores:

  • consolida alianzas,
  • justifica sanciones,
  • moviliza votos,
  • mantiene cohesionadas a las bases políticas,
  • y da sentido a estructuras militares y de inteligencia.

Ocurre lo mismo con la guerra por invasión rusa en Ucrania:

un conflicto que pudo haber terminado rápido, pero se volvió el nuevo pulmón de la industria armamentista global, de la narrativa de la OTAN y de la política energética de Europa.

Mientras haya beneficios colaterales, el fin del conflicto es inconveniente.

4. Narcotráfico, hambruna y pobreza: los problemas que sostienen la economía del mundo

El narcotráfico y el despliegue naval en el Caribe

El discurso oficial dice que los operativos navales en el Caribe —portaaviones,  cruceros, fragatas,  submarinos,  buques de desembarco anfibios, radares, drones, helicópteros— buscan “cerrar” rutas del narcotráfico.

Pero si se analiza por resultados, la historia es otra:

la producción no disminuye, la pureza aumenta y el flujo hacia Estados Unidos jamás se interrumpe.

Entonces, ¿qué busca realmente ese despliegue?

Tres hipótesis, cada vez más sostenidas en los círculos de geopolítica:

1. El narcotráfico como pretexto funcional

Así como la defensa de la democracia justificó la presencia militar en Medio Oriente,

la guerra contra las drogas justifica hoy la presencia naval permanente en el Caribe.

No para extinguir la cocaína —que nunca se extingue—

sino para ocupar y controlar un espacio geoestratégico crítico.

2. Venezuela: un país clave más allá del discurso narco

El Caribe venezolano condensa:

  • reservas petroleras colosales,
  • gas natural estratégico,
  • salida al Atlántico,
  • rutas marítimas vitales,
  • acceso potencial para Rusia, China e Irán.

Cada movimiento marítimo estadounidense en esta región

mira a Venezuela más que a las lanchas cargadas de cocaína.

Quien controla el Caribe controla la puerta energética de América del Sur.

3. Administración del caos: más útil que una victoria absoluta

El despliegue naval no pretende eliminar rutas: pretende controlarlas, regularlas, mantenerlas previsibles.

Esto permite a Estados Unidos manejar tres variables cruciales:

  1. El flujo ilícito como elemento de presión estratégica.
  2. La narrativa de seguridad que garantiza presupuestos.
  3. La contención de actores hostiles en la región.

El narcotráfico crea el marco perfecto para justificar presencia militar donde también orbitan barcos rusos, intereses chinos y cooperación iraní.

Resolver el problema sería perder el argumento para permanecer.

 

4. Trump y el liderazgo estadounidense en este teatro estratégico

Durante el gobierno de Donald Trump, la presión sobre el Caribe y Venezuela se intensificó no solo como lucha antidrogas, sino como reafirmación del liderazgo hemisférico.

Trump entendió que:

El Caribe no es un escenario secundario; es el corazón energético y militar del continente.

 

Por eso su administración:

  • reimpulsó el Comando Sur,
  • fortaleció alianzas con Colombia y el Caribe,
  • ejecutó la operación naval antidrogas más grande desde Panamá,
  • aisló diplomáticamente a Maduro,
  • y reposicionó a EE. UU. como árbitro del orden regional.

 

La lucha antidrogas es el eslogan;

el control del Caribe es el objetivo real, y Trump lo asumió de frente.

 

La hambruna en África

Una tragedia permanente que sirve para:

  • sostener la economía humanitaria,
  • justificar intervenciones,
  • mantener bajo costo de extracción de recursos,
  • y administrar poblaciones enteras desde la dependencia.

África no es pobre; la necesitan pobre para que no cambie el tablero global.

La pobreza en América

Desde Tijuana hasta la Patagonia, la pobreza crónica sostiene:

  • subsidios eternos,
  • programas asistenciales sin salida,
  • bases electorales dependientes,
  • ONG y organismos internacionales que viven del diagnóstico.

La pobreza no desaparece porque garantiza poder y recursos para quienes la administran.

 

5. La industria de la salud: tratamientos, no soluciones

No se trata de falta de tecnología.

Se trata de incentivos económicos:

  • patentes millonarias,
  • medicamentos de por vida,
  • ensayos permanentes,
  • sistemas de salud financiados por la repetición.

 

El sistema premia el tratamiento continuo, no la cura definitiva.

 

6. El poder necesita crisis para justificar su existencia

Harari lo sintetiza bien: las civilizaciones viven de sus ficciones.

Los gobiernos, de sus amenazas.

Las instituciones, de sus crisis.

Un líder sin enemigo pierde discurso.

Una institución sin crisis pierde presupuesto.

Una potencia sin rival pierde su músculo estratégico.

La estabilidad no vende.

La solución no factura.

 

7. ¿Entonces estamos condenados?

No necesariamente.

Pero sí es urgente reconocer que ciertos problemas no desaparecen no por incapacidad humana, sino por la arquitectura misma del sistema.

Hay poderes que viven del problema,

industrias que lo administran

y ciudadanos entrenados para indignarse, pero no para desactivarlo.

 

Colofón político: más allá de izquierdas y derechas

La persistencia de los problemas no es culpa de un partido ni de una ideología.

No es exclusivo del progresismo, del conservatismo, ni de los populismos tropicales o nórdicos.

Es el diseño del sistema.

Mientras existan incentivos para que un conflicto siga vivo —sea la guerra en Ucrania, la hambruna africana, la pobreza latinoamericana o el narcotráfico global—

ningún gobierno, por virtuoso que sea, lo hará desaparecer sin desarmar antes las estructuras que lo alimentan.

La pregunta no es quién gobierna,

sino a quién beneficia que el problema continúe.

Porque al final,

Tom nunca se come a Jerry…

porque el dueño del estudio ya ordenó la próxima temporada.