La Guajira florece: turismo con dignidad para un pueblo que resiste y transforma
La Guajira, la Sierra Nevada y Cartagena conforman un triángulo estratégico para el desarrollo turístico del Caribe colombiano. Sin embargo, el crecimiento debe estar guiado por el respeto a las comunidades, la protección del territorio y el rechazo frontal a la explotación, la inseguridad y la gentrificación. Este modelo puede convertirse en una vía real hacia la paz y la dignidad para el pueblo guajiro y para Colombia.
En el Caribe colombiano se configura hoy un triángulo de desarrollo que encierra una promesa inmensa: La Guajira, la Sierra Nevada de Santa Marta y Cartagena de Indias. Tres territorios profundamente diversos, unidos por una riqueza natural y cultural incomparable, pero también por retos comunes que plantea el turismo contemporáneo: cómo crecer sin desarraigar, cómo atraer sin destruir, cómo generar ingresos sin perder el alma.
La Guajira, por décadas marcada por el abandono, el contrabando y la pobreza estructural, ha empezado a caminar hacia una transformación profunda desde su gente. Comunidades Wayúu, emprendedores jóvenes, colectivos culturales y agencias responsables están apostándole a un modelo de turismo regenerativo, respetuoso del entorno y centrado en la identidad étnica y el diálogo intercultural. Pero ese proceso requiere garantías mínimas de seguridad, infraestructura básica y protección territorial. No se puede sembrar dignidad en medio del miedo, ni progreso sobre arenas movidas.
En el extremo opuesto del triángulo, Cartagena ofrece lecciones invaluables. Luego de décadas de un turismo desbordado por intereses privados, en muchos casos indiferente a la cultura viva de sus barrios, la ciudad enfrenta hoy el desafío de reconstruir un turismo más ético, responsable y justo. Se trabaja incansablemente para erradicar flagelos profundamente enraizados como la explotación sexual de niñas, niños y adolescentes, así como el uso informal y descontrolado del espacio público. Son secuelas de años de silencio institucional y cierta complacencia social, o al menos una inquietante normalización de hechos evidentes en el centro histórico, visibles para todos pero enfrentados por pocos.
Son secuelas de años de silencio institucional y cierta complacencia social, o al menos una inquietante normalización de hechos evidentes en el centro histórico, visibles para todos pero enfrentados por pocos.
Hoy, sin embargo, hay señales esperanzadoras: iniciativas de turismo con enfoque social, campañas de sensibilización, intervención sobre redes delictivas y un impulso renovado por parte de colectivos ciudadanos, empresarios conscientes y entes de control que buscan cambiar la narrativa y recuperar el corazón de la ciudad.
En la Sierra Nevada de Santa Marta, esa majestuosidad natural y espiritual de Colombia, el turismo crece en medio de tensiones. La coexistencia entre pueblos indígenas, campesinos, turistas y grupos criminales es frágil. Las rutas hacia Ciudad Perdida, Palomino y Minca exigen vigilancia, pero también respeto. Los pueblos ancestrales han advertido con claridad: el turismo que llega sin alma, sin conciencia y sin límites, es otra forma de colonización.
Además, tanto la Sierra como La Guajira enfrentan riesgos derivados de la presencia de bandas criminales y el resurgimiento de rutas ligadas al narcotráfico, muchas de ellas herencia de la cultura de la marimba que durante décadas marcó la economía informal del norte del país. Este fenómeno, si no se aborda con firmeza, puede infiltrarse en el turismo y pervertir sus fines sociales y económicos.
En este triángulo estratégico, el turismo puede ser un factor de reconciliación y progreso, o un vehículo de despojo y exclusión. No se trata de frenar el turismo, sino de no temerle a su éxito cuando está bien gestionado. Eso implica regulación, participación real de las comunidades, justicia económica, control territorial y, sobre todo, un profundo respeto por la dignidad humana y cultural de cada lugar.
Y es aquí donde el pueblo guajiro se erige como símbolo de dignidad y posibilidad. Con sus tejidos, su lengua, su historia de resistencia, sus mujeres líderes, sus niños guardianes del desierto y del viento
Y es aquí donde el pueblo guajiro se erige como símbolo de dignidad y posibilidad. Con sus tejidos, su lengua, su historia de resistencia, sus mujeres líderes, sus niños guardianes del desierto y del viento, La Guajira representa mucho más que un destino: es una puerta abierta hacia un nuevo modelo de desarrollo que no repita los errores del pasado, sino que los repare desde la raíz.
Esta apuesta no es solo por el turismo. Es por la dignificación de un pueblo históricamente excluido, es por la paz territorial verdadera, es por un Caribe donde la belleza no se imponga sobre la memoria, sino que brote de ella.
Porque si este triángulo se traza con inteligencia, justicia y amor, puede convertirse en un símbolo de lo que Colombia puede ser cuando la vida, la cultura y el territorio se ponen en el centro.