Un símbolo de unión entre la derecha y el centro, con manos firmes y un corazón que refleja el propósito común de defender la libertad y el futuro del país.
La derecha y el centro-derecha viven hoy un momento de diversidad interna, con múltiples aspiraciones que no deben ser vistas como fracturas, sino como la expresión natural de un espectro político amplio, dinámico y en evolución. Esa pluralidad no significa división; significa movimiento, renovación y debate, elementos esenciales para construir un proyecto político vigoroso y conectado con las necesidades del país.
Por eso es crucial reiterarlo: los candidatos dentro de este mismo espectro no son enemigos. Son distintas vertientes de una misma causa histórica que ha defendido la libertad económica, la seguridad democrática, la institucionalidad y el progreso basado en el trabajo.
El verdadero adversario no está dentro de la derecha.
El enemigo real es la izquierda radical y su agenda transnacional, sostenida por el socialismo del siglo XXI, que ha servido de cobijo para Nicolás Maduro y otros regímenes que han destruido economías, cooptado instituciones y fortalecido el tejido criminal en la región. Ese proyecto político ha abierto espacios para que bandas criminales, narcotráfico y estructuras ilegales crezcan bajo discursos ideológicos que justifican su presencia mientras se desestabiliza la seguridad hemisférica.
A ese enemigo se suman dos más:
la corrupción, que erosiona la confianza ciudadana y captura al Estado;
la ineficiencia, que condena a la población al atraso mientras gobiernos improvisados ensayan políticas sin rigor, sin planeación y sin responsabilidad.
Ante este panorama, la derecha y el centro-derecha no pueden desgastarse en agresiones internas.
Los disensos son saludables, siempre que se den sin descalificaciones personales. El país espera madurez, visión y liderazgo. Al final, todos deberán sumar para salvar a Colombia de la deriva ideológica y del deterioro institucional.
El papel de Álvaro Uribe Vélez como catalizador de la transformación
En este proceso, el expresidente Álvaro Uribe Vélez tiene un papel determinante, no por imposición, sino por naturaleza histórica. Uribe es, hoy por hoy, el estadista más experimentado del país, un líder cuya capacidad de análisis, su conocimiento del territorio, su disciplina, su doctrina y su escucha activa lo convierten en un catalizador indispensable para esta transformación política.
Ha sido él quien, durante más de dos décadas, ha marcado la ruta en materia de seguridad, estabilidad institucional, responsabilidad fiscal y defensa de la democracia. Su voz, su capacidad de unir corrientes diversas y su autoridad moral en la toma de decisiones son elementos que ninguna fuerza del centro-derecha puede ignorar.
En tiempos de confusión política, Uribe sigue siendo un punto de equilibrio, orientación y cohesión, capaz de articular visiones distintas en un propósito superior: la defensa de la patria, la libertad individual y el orden democrático.
Conclusión
La unidad no se construye a partir de la unanimidad, sino del reconocimiento del propósito común.
Por eso, en esta etapa decisiva, todos los liderazgos del centro-derecha y la derecha serán necesarios, y el expresidente Uribe será el eje articulador que permita convertir las diferencias en fortaleza y la pluralidad en victoria.
El enemigo está afuera: la izquierda radical, la corrupción y la ineficiencia.
Adentro, lo que debe existir es respeto, debate y visión de país.
Al final, todos sumarán en defensa de Colombia, de sus libertades y de su destino democrático.
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